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Sacramentos laicos

LOS enemigos de la religión han advertido que en el ser humano existe una vocación constitutiva hacia la trascendencia, han advertido que la fe forma parte indisoluble de la naturaleza humana y que, por lo tanto, cualquier intento de extirparla de la naturaleza humana es ... empresa inviable. De modo que han variado su modus operandi, confirmando aquel aserto de Belloc que nos advertía sobre las nuevas herejías, que no se dedican a negar tal o cual dogma, sino a falsificarlos todos. Ya no se trata de negar la religión, sino de crear sucedáneos que ocupen el sitio de la religión, adulterando sus dogmas y usurpando sus ritos. No es, desde luego, una estrategia nueva: idolatrías que se proponen o imponen como remedos de la religión las ha habido a porrillo, desde el Leviatán hobbesiano hasta aquel ridículo culto a Clotilde de Vaux que se inventó el pobrecito Comte. Por supuesto, el fin de todos estas idolatrías acaba siendo siempre es el mismo, pues allá donde se sustituye a Dios por un idolillo acaban creciéndole al idolillo cuernos y rabo; y como la querencia sobrenatural del ser humano es irrefrenable, allá donde lo divino es escamoteado acaba colándose de rondón y después paseándose como Pedro por su casa lo demoníaco. Así ha sido siempre y así seguirá siendo, hasta el Fin de los Tiempos.

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