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La Roca crece. Tierra andaluza en Gibraltar

La Roca crece. Tierra andaluza en Gibraltar

Salvo los famosos monos que son parte indisoluble del imaginario del Peñón, y a los que nadie ha preguntado —a pesar de que «son más inteligentes que muchos humanos», comenta con sorna un taxista llanito—, sólo 187 gibraltareños votaron en el referéndum celebrado en 2002 a favor de que el Reino Unido y España compartieran la soberanía sobre la Roca. El 99 por ciento de los casi 30.000 habitantes se pronunciaron con un resonante «no». Gibraltar es una espina en el pie de España que ha acabado de hacer callo, y el viejo banderín de enganche «¡Gibraltar español!» no despierta las fiebres patrióticas de antaño: no parece que haya muchos dispuestos a morir en el empeño de reconquistar el estratégico enclave perdido el 4 de agosto de 1704 a manos de la pérfida Inglaterra y el cruce de notas diplomáticas sobre la soberanía de la Roca entre Londres y Madrid es un rito de paso todos los otoños en la Asamblea General de las Naciones Unidas. Pero las aguas en torno al istmo han vuelto a agitarse a cuenta de un gigantesco proyecto urbanístico diseñado por Norman Foster, una de las más rutilantes estrellas del firmamento arquitectónico, y que está logrando lo inimaginable, que la Roca crezca, que el volumen de Gibraltar aumente ganando terreno al mar a costa de las aguas territoriales españolas, ya que según quedó establecido en el Tratado de Utrecht, la única jurisdicción marítima de Gibraltar sería sobre las aguas de su puerto.

Es como si la mítica aureola de un Peñón donde la leyenda dice que se levantaba una de las legendarias columnas de Hércules hubiera cobrado vida. Claro que para esas artes de birlibirloque hace falta más codicia que nocturnidad, porque para alterar los 6,8 kilómetros cuadrados que, según Wikipedia, hacen de Gibraltar el 229º territorio del mundo por extensión, los áridos que se están empleando para rellenar el mar junto al istmo, en el llamado Eastside que bate el viento de Levante y fortísimas corrientes, proceden en su mayor parte del municipio malagueño de Casares.

Camiones por la garita

Todo un contrasentido que critican acerbamente desde el alcalde de La Línea de la Concepción, Juan Carlos Juárez, a organizaciones ecologistas como Verdemar. Porque los camiones que trasladan tierra española para ampliar el volumen físico de la colonia transitan sin obstáculos de ningún tipo por carreteras españolas y atraviesan la garita de La Línea. En su despacho del palacete donde tiene su sede la alcaldía de una ciudad que creció a rebufo de la colonia británica (la Línea, por la frontera; la Concepción, por ser la patrona del arma de infantería), Juárez esgrime la carta que escribió en 2005 al Ministerio de Asuntos Exteriores y la respuesta que recibió, en la que el funcionario del ramo reconocía «el posible impacto medioambiental negativo de este proyecto sobre la zona circundante y, muy en particular, sobre La Línea de la Concepción». Por conducto oficial espera todavía Juárez el informe de impacto medioambiental. Por vía indirecta, la ecologista llanita Janet Howitt remite al web del gobierno gibraltareño: http://www.gibraltar.gov.gi/gov_depts/trade_industry/eastside/index.html.

El mar está agitado y las aguas de la bahía de Algeciras, pastoreadas por las altas chimeneas de la refinería que allí tiene Cepsa, tienen un textura de curazo y azufre. Sopla el viento y la nieba repta sobre las rampas del Peñón e inquieta a los monos.

Ocean Village

Sobre un sudario de niebla, la bandera británica que corona uno de los viejos castillos ondea, ajena a todas las controversias. Anthony Lara come sentado a su mesa de trabajo, entre el teclado y el ordenador. Property World ofrece estudios con estupendas vistas sobre el puerto de Gibraltar y la bahía de Algeciras en Ocean Village por 150.000 euros. Se trata de un complejo ya muy desarrollado en la llamada Isla del Ocio, con hoteles, embarcadero, torres de apartamentos y tiendas de lujo. Todo lo contrario del Eastside, donde todavía no hay nada a la venta porque no hay más que escombros. De hecho, aunque se han vertido toneladas de áridos para un proyecto que en teoría debe estar terminado en el año 2014, con un puerto capaz de albergar 500 embarcaciones y atracar cruceros de la envergadura del «Queen Elizabeth II», dos hoteles de lujo, 2.200 apartamentos y dos playas, a día de hoy sólo se ve una montaña que ha de ser volcada al mar, una hija pequeña y adoptiva del Peñón que se alza detrás, impávido. A vista de pájaro, la Bahía Soberana (todo un perverso juego de palabras al pie de un territorio en disputa desde hace 300 años) recuerda, a menor escala, a las palmeras dibujadas a golpe de talonario sobre el mar de Dubai.

España limita al norte con Francia. Gibraltar «limita» al norte con España. Uno de los 16 territorios no autónomos de las Naciones Unidas bajo supervisión de su Comité de Descolonización, al final de su «Our Gibraltar» («Nuestro Gibraltar»), la historiadora local Dorothy Ellicott enumera y hace balance de los «dueños» de este codiciado enclave, hoy base de la OTAN. Entre los años 200 antes de Cristo y 400 después de Cristo estuvo bajo ocupación romana. Tras los vándalos y los godos, pasó la friolera de 598 años bajo ocupación mora. La primera vez que se puede asegurar que estuvo bajo dominio español fue un breve interregno de 24 años, entre 1309 y 1333, en que los moros volvieron a hacerse con la Roca y la retuvieron por otros 129 años. Volvería a manos españolas en 1462 gracias a la intervención de las tropas del duque de Medina Sidonia, aunque no sería hasta 1501 en que quedaría bajo el pendón de la Corona española. Al año siguiente los Reyes Católicos le otorgaron escudo de armas. Al margen de la integridad y continuidad territorial, que fundamenta las reclamaciones españolas, el estratégico promontorio fue parte de España «sólo» durante 242 años.

El éxodo

Una flota anglo-holandesa comandada por el almirante George Rooke y el príncipe de Hesse, en plena guerra de sucesión española, ocupa Gibraltar el 4 de agosto de 1704 en nombre del archiduque Carlos. Al día siguiente se decide, por aclamación popular, abandonar el territorio, pero se deja a la voluntad de sus habitantes quedarse bajo la nueva enseña o emprender un incierto exilio a través del istmo. Recuerdan las crónicas que «el 6 de agosto se inicia el éxodo, con los atributos identificativos de la ciudad: pendones, archivos, sellos, documentos, imágenes religiosas, libros de registros parroquiales con actas de nacimientos, defunciones y bodas». Es decir, toda su memoria. En 1713 (es decir, hace 305 años) y con el Tratado de Utrecht, que puso fin a la guerra, España cedió a perpetuidad la Roca a los británicos sin jurisdicción alguna, aunque con una cláusula en la que se establece que si el territorio deja de ser británico España tendría la opción de recuperarlo. «Nulli Expugnabilis Hosti», es decir: «Ningún enemigo nos expulsará». He ahí el lema de Gibraltar.

Aunque hay que exhibir el DNI o el pasaporte, el funcionario británico al otro lado de la ventanilla y de la garita puede tener inequívos rasgos y acento «british», o ser un genuino llanito, que es el gentilicio coloquial de los habitantes de Gibraltar (algunos dicen que se trata de una derivación del italiano «gianni», de Giovanni, Juan: literalmente, juanitos), y el llanito es el idioma que utiliza la mayoría de los gibraltareños, una suerte de «Spanglish» con música andaluza y otros acentos mediterráneos: no conviene olvidar que la población procece del Reino Unido de la Gran Bretaña, Andalucía, el norte de África, Malta, Chipre y otras áreas del Mediterráneo. Durante la Segunda Guerra Mundial toda la población fue evacuada hacia Londres, Irlanda del Norte, Casablanca, Madeira y Jamaica. Pasear por Main Street (la calle Mayor de Gibraltar) es un compendio de esos orígenes, aunque el acento que predomina es el andaluz, y todos los tenderos y la inmensa mayoría de los llanitos pasan del español al inglés sin solución de continuidad.

Otro de sus rasgos que acentúan su condición paradójica es que a diferencia del Reino Unido aquí se circule por la derecha, pero además el 78 por ciento se declaran católicos, frente a un 7 por ciento de anglicanos (la religión oficial del Reino Unido), algo más de un 3 por ciento musulmanes, un 2 por ciento judíos y casi un 2 por ciento hindúes. Su condición política también es peculiar. Desde 1969 una Constitución otorgada por el Parlamento británico modificó la condición de colonia y la transformó en Territorio Británico de Ultramar. Considerado país externo por la Unión Europea, los llanitos votaron por primera vez en las elecciones al Parlamento Europeo en el año 2004, pero como parte de la región suroeste de Inglaterra. Toda una fantástica pirueta geopolítica de un «sitio distinto» que cada año visitan siete millones de turistas.

Haciendo historia del Peñón, y de la astucia y habilidad de los británicos, el alcalde de La Línea de la Concepción admite que jamás han podido ponerse a la altura del desarrollo de un enclave en el que no existe ningún tipo de control de cambios para las personas físicas o jurídicas residentes en la isla (para una población que no llega a los 30.000 habitantes hay 28.000 compañías registradas, de las que 8.500 están libres de impuestos). Pese a la consideración de paraíso fiscal, las autoridades de Gibraltar se defienden diciendo que la vigilancia de organismos como el Fondo Monetario Internacional ha impedido que se convierta en una plaza para el blanqueo de dinero, y en 2005 el Gobierno británico aceptó la recomendación comunitaria de abolir a fines del año próximo la condición de régimen fiscal externo para Gibraltar.

Juan Carlos Juárez vincula el relleno de la orilla Este a las operaciones de «apropiación indebida» del XIX, cuando los británicos acabaron adueñándose de los terrenos del istmo que se les cedieron para levantar un hospital para tratar los estragos de dos epidemias, al igual que en el siglo XX se «aprovecharon» de la «distracción» de la Guerra Civil para construir un aeropuerto que ahora mismo están ampliando. La discusión a cuenta de la soberanía vuelve periódicamente al caldero político a cuenta de los vertidos, los naufragios o los submarinos nucleares como el «Tireless» que, sin conocimiento de las autoridades españolas, hacen escala o acometen reparaciones en la base británica y de la OTAN.

El cierre de la verja

Paco Oliva, el redactor jefe del único diario local, el «Gibraltar Chronicle», no quiere ni imaginarse un retorno a los años que tanto daño hicieron a las relaciones entre los llanitos y el Campo de Gibraltar, cuando Franco cerró la verja, se perdieron decenas de miles de empleos y la vida se hizo mucho más ardua tanto para los gibraltareños como para toda la zona. La Línea perdió entonces 40.000 habitantes. Una situación de corte casi todal que se prolongó desde 1969 hasta 1982, cuando con la llegada de Felipe González a La Moncloa se reabrió la verja. «La noche en que Gibraltar desapareció y otras historias» es el título del libro de cuentos que acaba de publicar Paco Oliva, hispanófilo, de madre de La Línea y padre llanito. Oliva recalca que al igual que España no renunciará a su soberanía, Londres no cederá, pero hay una forma de ganarse a los llanitos para la causa: «Seducirnos». En el cuento que da título a su libro evoca la noche de Viernes Santo en que el «Tireless» dejó sin luz a Gibraltar y desde La Línea, adonde había ido a ver las procesiones, «parecía como si el Peñón y Gibraltar hubieran desaparecido». Fin del cuento, fin de todos los litigios.

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