Cuando un test de ADN revela familias secretas
Hoy la proliferación de pruebas genéticas de bajo coste está dejando al descubierto engaños de todo tipo. Las víctimas piden que se cree una norma federal que regule el mercado de donantes y cree un registro

En 2018 Wendi Babst recibió los resultados de las pruebas genéticas que decidió hacerse para saber un poco más sobre sus ancestros, y pensó que había un error en ellos. En aquel documento decía que Babst, estadounidense de 55 años, tenía decenas de ... familiares directos, unos 30. Aquello era imposible, porque ella tiene una familia pequeña, sin tíos ni primos. Entonces fue a la letra pequeña de las instrucciones de la prueba que empleó para enviar su muestra de ADN, y se dio cuenta de que esos familiares directos en realidad no podían ser primos, sino que con una probabilidad casi absoluta eran hermanos o hermanastros.
«Ahí ya me di cuenta de que el ginecólogo que le hizo a mi madre un tratamiento de fertilidad era mi padre», dice Babst en una entrevista con ABC. Esta mujer morena y delgada, narra el drama de su vida de forma sucinta y detallada, como quien le contara los hallazgos sobre una investigación a un juez. Lo hace así porque fue 31 años agente de policía, 13 de ellos detective. Desde aquel aciago día de 2018, ha tratado esa sorpresa como un caso a investigar, el caso de su vida.
Babst sabía que había sido concebida en 1966 en Las Vegas, una ciudad en la que sus padres vivieron antes de mudarse al norte, al estado de Oregón. Su madre había tenido problemas para quedar embarazada, y por lo tanto acudió al doctor Quincy Fortier, uno de los ginecólogos más célebres y respetados de la ciudad, pionero en los tratamientos de fertilidad. La inseminación, en principio con el esperma del marido, fue bien y tuvo gran éxito: Cathi, la madre, quedó embarazada con facilidad y Wendi nació y creció sana. La madre, eso sí, siempre dijo que la pequeña no se parecía a nadie en la familia, era diferente, viva, y muy avispada.
Redescubriendo a la familia
Tras los resultados de su prueba de ADN, Babst comenzó a seguir la pista de ese ginecólogo, y descubrió que dos mujeres le habían demandado por usar su propio semen en cuatro tratamientos de fertilidad. De forma muy sospechosa, las dos denuncias fueron abandonadas en 2001 y 2006 porque el doctor Fortier había aceptado pagar una indemnización. Pronto, Babst averiguó que había más sospechas sobre el doctor, aunque este falleció en 2006, y nunca fue condenado ni perdió su licencia médica. Tras morir, Fortier admitió en su testamento que era el padre de los cuatro niños de las mujeres que le demandaron.
Ahí a Babst le tocó hacer una llamada complicada: a su madre, que tenía 75 años y vivía en Florida. «Fue muy duro», dice, «le tuve que llamar y decirle que no era hija de mi padre, y que creía que tenía, al menos, 30 hermanastros, que el semen que empleó no era el de la persona que yo siempre pensé que era mi padre«.
El doctor Fortier aceptó que había inseminado a varias pacientes con su propio esperma
Los últimos cuatro años, con la pandemia de por medio, Babst se ha dedicado a investigar, a seguir la pista de sus hermanastros y conocer a tantos de ellos como ha podido. A fecha de hoy, 26 personas han acusado al doctor Fortier públicamente de haber inseminado a sus madres con su propio esperma.
Babst habla con ABC en Washington, a las puertas del Capitolio, donde ha acudido para pedir a los diputados que aprueben una ley que regule de forma más estricta las fecundaciones y penalice a doctores como Fortier que mienten sobre el esperma utilizado, ya que hoy hay un vacío legal. Babst y otras mujeres con experiencias similares han participado en campañas nacionales para dar a conocer su caso, y han dado entrevistas para prensa y documentales en EE.UU.
Gracias a una de esas entrevistas, llegó a Babst otro hermanastro, con una historia todavía más truculenta si cabe. Se le podía considerar a la vez hijo y nieto del mismo doctor Fortier. Este último usó su esperma para inseminar a su propia hijastra cuando esta tenía 18 años. Ella tuvo al hijo, pero lo dio en adopción en otro estado. «Es mi hermanastro», dice hoy Babst, repitiendo la frase, con convicción, como queriendo quitarle el estigma. «Y le he conocido, nos hemos visto», añade.
Un sector en auge
La industria de la fertilidad mueve 17.000 millones de euros a nivel mundial, según un análisis de la consultora Data Bridge. No es ni de lejos una de las más reguladas, y de hecho muchos países permiten la importación y exportación de semen y embriones congelados del extranjero, con pocos filtros. Hasta finales de los años 80, tras la epidemia de sida, no se generalizó la práctica de congelar el semen, por lo que los médicos debían recurrir a donaciones de semen en el acto.
Hoy la proliferación de pruebas genéticas está dejando al descubierto engaños que en algunas ocasiones obedecieron a la voluntad de recortar gastos, para no pagar a donantes anónimos. Esos nuevos tests de ADN, que suelen costar menos de 100 euros, son cada vez más completos y permiten cruzar datos con otros pacientes en sus gigantescas bases de datos. Si ambas partes acceden, las empresas que gestionan esas bases de datos las pueden poner en contacto.
Un descubrimiento «devastador»
Hay doctores en EE.UU. que recomiendan estas pruebas de ADN para detectar riesgo de enfermedad por predisposiciones genéticas. Es lo que el médico de cabecera de Traci Portugal le aconsejó en 2019 cuando comenzó a tener problemas con el colesterol. Portugal, que tiene 47 años y vive en el estado de Washington, lo hizo, y cuando recibió el resultado, se sorprendió al descubrir que tenía más familiares de los que podía contar, especialmente primos y sobrinos.
Cuando le comentó a su madre que iba a tratar de buscarlos para entender esos resultados, esta le dijo que debía confesarle algo: ella y su padre habían tenido problemas para concebir, y fueron a un médico en San Diego, donde vivían, que mezcló el esperma del padre con el de un estudiante anónimo de medicina. El ginecólogo no sólo había hecho el tratamiento de fertilidad con éxito, sino también el parto, y su nombre estaba en el parte de nacimiento de la misma Traci: doctor Gary Vandenberg.
«En aquella época yo donaba mucho», dicen hoy algunos padres involuntarios
Indagando en sus resultados, cruzando datos y contactando con algunos de aquellos familiares que emergieron tras la prueba, Portugal llegó a la conclusión de que su padre era el doctor Vandenberg. Este vive, y siguió en activo hasta 2020, cuando se jubiló. Portugal le escribió una carta antes contándole sus hallazgos, pidiendo verle, hablar. Él la ignoró, así que ella llamó a su despacho, y logró hablar con él brevemente. «Puede ser», le dijo él, «en aquella época yo donaba mucho». Sin más.
Según cuenta Portugal a ABC, con una voz temblorosa de una conmoción que todavía no ha superado, fue un momento «devastador». «Él me concibió, me ayudó a nacer, me sostuvo en sus brazos y 40 años después no parecía tener ningún tipo de interés en ayudarme o apoyarme», dice. Después trató de denunciarle, pero no le fue posible. La demanda sólo podían hacerla las víctimas directas de ese supuesto fraude, pero el padre de Portugal falleció cuando ella tenia 16 años, y su madre no quería denuncias en un asunto tan oneroso para ella.

Tanto Portugal como su marido, que se coloca a su lado durante la entrevista apoyándola, quieren saber más sobre el perfil genético del doctor Vandenberg, por si hay predisposición a enfermedades graves en sus hijos. Pero hay más. ¿Qué sucede si un doctor insemina con su propio esperma a decenas, a veces cientos, de mujeres en una comunidad pequeña, sin revelarlo? ¿Cómo prevenir relaciones consanguíneas, que reducen la variedad genética y favorecen ciertas patologías? «La mayoría de los hijos de esos médicos están en la misma comunidad. Crecieron juntos. Sí, hay una posibilidad significativa de salir o tener relaciones íntimas con tus hermanos», dice Portugal.
De momento, Portugal ha creado una web, donordeceived.org, en la que registra denuncias de todo el mundo y ofrece asesoramiento. En años recientes, ha habido medio centenar de médicos en EE.UU. acusados de este tipo de fraude. Ella ha conseguido identificar a más de 20.
Cientos de casos
Estas mujeres damnificadas, unidas por el trauma de estos padres prolíficos, buscan ahora mayor protección, una norma federal que regule el mercado de donantes y cree un registro de estos, y que establezca sanciones civiles y penales en caso de fraude o negligencia. Sobre todo, quieren que este tipo de fraude sea considerado un delito sexual, punible con cárcel.

De momento, diez estados de los 50 que hay en EE.UU. han aprobado leyes al respecto, entre ellos Texas y Florida. Según afirma Kara Deyerin, una abogada que dirige la organización Right to Know y que también trabaja para aprobar una ley federal, su voluntad es que haya conciencia sobre este problema, no sólo a nivel político, sino también social.
«Es necesario que la sociedad se plantee algunas cosas, como por ejemplo cuántos hijos puede tener un donante», dice, «no debería permitirse que haya cientos de hermanos, y que además se enteren de que lo son de este modo, también queremos que haya pruebas médicas o genéticas a los donantes, y aumentar la edad para donar semen a los 21 años«
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