El primer trasplante de corazón con éxito del mundo
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16 de diciembre de 1967. La histórica cirugía se llevó a cabo el 3 de diciembre de 1967. El receptor fue un hombre de 53 años con insuficiencia cardíaca terminal. La donante, de 25, sufrió muerte cerebral tras de un accidente automovilístico. Días después, ABC le dedicó un amplio reportaje del que reproducimos un extracto. Gilbert Graziani lo contó así
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Gilbert Graziani
Tac, tac, tac ... es el sonido del milagro. Quienes oyeron palpitar el corazón de la joven muerta dentro del pecho de este hombre no lo olvidarán jamás. El latir de este corazón, unido a un aparato de vigilancia, invade la habitación con este tac..., tac..., ... tac..., vigoroso y rítmico. Un altavoz colocado en el pasillo lo comunica al exterior.
—Para nosotros —dice el doctor Marius Barnard, hermano del profesor Christian y miembro de su equipo de colaboradores— es la música más hermosa del mundo...
El pasillo del segundo piso se ha convertido en paseo principal y centro de atracción del hospital. Enfermeras, doctores de otras especialidades, incluso algunos enfermos se congregan en silencio ante la puerta de la habitación 274 y escuchan, fascinados, casi en éxtasis, el ruido reconfortante del corazón palpitante.
El corazón de todos palpita seguramente en este momento de un modo menos regular que el que, de ahora en adelante, pertenece, para bien o para mal, a Louis Washkansky.
Es difícil sustraerse a la ola de entusiasmo y de optimismo que desborda... Por otra parte, nadie lo desea. Acaso se deba también a la dulzura del estío, el cielo azul y ligero, el bosque de pinos umbrosos que aparece en las ventanas, y a las playas de entrambos océanos, el Atlántico y el Índico, que resplandecen en el horizonte...
El fracaso, la muerte parecen aquí cosa remota e irreal. Ninguna severidad, ninguna restricción, ningún secreto se ciernen sobre este hospital. Todo el mundo se felicita, ya que todo el mundo se siente «responsable» de este éxito. Todo el mundo chancea, y el enfermo el primero. Sus «palabras» se reciben como si fueran perlas.
—¿Qué clase de operación me han hecho ustedes? Usted me prometió un corazón nuevo, doctor... ¿Ha cumplido usted su palabra? Soy el nuevo Frankenstein... Vivo con un corazón que no me pertenece (todavía no sabe nada acerca del donante).
Y cuando el profesor Christian Barnard —el mago, como le llaman aquí— le dice, conmovido por tanta fe:
—Louis, usted es un hombre estupendo...
Y éste le responde:
—Usted sí que es un hombre estupendo...
Se muestra alegre, lúcido y no sufre... por el momento. No se quiere pensar en la sorda amenaza, seguramente ya presente en su cuerpo, pero que todavía no se ha descubierto: la no-asimilación del corazón extraño, los anticuerpos y el rechazo que arrastraría automáticamente la muerte.
En la puerta azul de la habitación 274, una hoja de papel con una inscripción a mano: «No entry».
Tengo permiso para entrar, por tres minutos solamente. La habitación es azul; por la ventana se ven el cielo y los árboles.
El sol enciende reflejos sobre los pliegues de la tienda de oxígeno que levanta suavemente una enfermera de bata verde hasta los tobillos, cubiertas nariz y boca por una mascarilla blanca.
—Este señor ha venido de muy lejos, de París, para desearle buena suerte —dice el doctor. El enfermo sonríe. Está pálido y tiene los ojos semicerrados.
—Pero no más pálido que después de una operación normal —me dice una enfermera.
El tac..., tac... , tac... adquiere en esta habitación una resonancia fantástica. Nos hace pensar en un insecto gigantesco que quisiera escaparse y que acusa con rabia su presencia. La lamparilla roja del aparato unido a su corazón se enciende a cada pulsación, a cada latido.
La visita ha terminado. El paciente saca el brazo de debajo de la sábana y agita débilmente la mano diciéndome:
—Adiós y buena suerte...
El autor del milagro, el profesor Christian Barnard se encuentra en su pequeño despacho cerca del hospital.
—Ya verá usted —me dice una estudiante—, es más guapo que un actor de cine.
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