La lengua de Jesús de Nazaret sigue viva en Madrid
Arameo, sumerio, copto, egipcio, hebreo o siriaco son algunas de las lenguas clásicas y orientales relacionas con la Biblia que se imparten en la Universidad San Dámaso

«Abuna dibishmayya Itkedesh shemej…». Así debió sonar el Padre Nuestro —la oración más rezada por los cristianos—, la primera vez que Jesús la recitó, en el contexto del Sermón de la Montaña, en alguna ladera cercana al mar de Galilea. Y así sigue sonando ... hoy , en Madrid, aunque ahora en un entorno académico, uno de los pocos lugares del mundo en que el arameo, la lengua materna de Jesucristo, sigue viva.
El desgaste derivado del devenir de la Historia, la arabización desde hace siglos de Oriente Próximo y, sobre todo el genocidio humano y cultural que el Daesh ha impuesto en la zona de Siria en los últimos años han llevado a esta lengua al borde de la extinción. Es el caso del acoso a Malula, la pequeña población entre montañas cercana a Damasco, convertida en un oasis lingüístico en el que las comunidades cristianas mantienen vivo en la calle el arameo, en un entorno totalmente arabizado.
Después de una diáspora, obligada por la guerra y la pobreza, apenas cuatrocientas mil personas son capaces de entender el arameo. Pero ya no lo hablan. La mayoría son emigrantes de segunda generación repartidos por todo el mundo y su uso, restringido al ámbito familiar y litúrgico, corre el riesgo de convertirse en residual. De esta forma, la docena de alumnos y profesores que procuran mantenerla viva en Madrid cobran un carácter de resistencia simbólica.
Se trata de la sección de lenguas clásicas y orientales de la Facultad de Literatura Cristiana y Clásica de la Universidad San Dámaso. La institución, vinculada al arzobispado de Madrid, es la única facultad eclesiástica del ámbito hispano que ofrece este tipo de estudios lingüísticos.
Además del arameo, su oferta recoge otras 15 lenguas clásicas relacionadas con el contexto de la Biblia y el cristianismo de los primeros siglos, como el acadio, egipcio clásico, siriaco, persa, copto, armenio, paneslavo y hasta el etrusco. De algunas, como el egipcio, solo conservamos textos escritos y apenas podemos imaginar como sonaba en la época de los faraones.
Por eso, la propuesta de esta facultad eclesiástica, tan singular y diversa, acaba consiguiendo el prodigio de que el latín y el griego se conviertan en las opciones 'mainstream' para los alumnos. Entre ambas reúnen el 80% de los 402 estudiantes matriculados. El edén perdido para cualquier filólogo de Clásicas, muy lejos de otras universidades o de la escuela secundaria, donde parecen condenadas a quedar reducidas a piezas de museo.
«No son lenguas muertas sino de cultura»
«Se les llama lenguas muertas, pero realmente son lenguas de cultura», defiende Manuel Crespo Losada, profesor de Latín. Sus clases son las más numerosas porque cerca de 200 alumnos cursan la lengua latina, entre los diferentes niveles. Cuenta con la ventaja de que muchos son estudiantes de Teología, para quienes la materia es obligatoria en su plan de estudios.
A pesar de ello, Crespo lamenta que el latín haya dejado de ser la lengua de comunicación habitual dentro de la Iglesia universal, pero recuerda que todavía se utiliza para «los documentos fundamentales del magisterio y en la liturgia común».
Sin embargo, más allá del latín y el griego, las clases son muy reducidas, casi particulares, lo que no extraña dado lo específico de cada lengua y los cuatro niveles que se ofertan. El número no supone un problema para la institución, dispuesta a mantenerlas siempre que haya un solo alumno, conscientes de que hay «muy pocos lugares en que exista la posibilidad de estudiar estas lenguas», según explica Pilar González, decana de la Facultad de Literatura Cristiana y Clásica San Justino.
Su objetivo es dar respuesta a esas «personas con vocación de investigar, de estudiar textos antiguos, de pasar muchas horas descifrando y leyendo textos de gran interés sobre el origen y la evolución del cristianismo», afirma.
Lo cierto es que da un cierto vértigo encontrarse entre la docena escasa de españoles capaces de ver 'La Pasión' en versión original sin subtítulos. E incluso de ir más allá y hacer una exégesis de la etapa histórica de la lengua a la que se corresponde cada fragmento.
De hecho, la película de Mel Gibson sigue siendo uno de los principales reclamos para atraer alumnos al aula. «Ya estamos esperando como locos que se estrene la segunda parte, que trata sobre la resurrección y que también está en arameo», explica Cayetana Heidi Johnson, la profesora que imparte esta lengua. «En clase ponemos distintos fragmentos, en función de su nivel, para que los alumnos vean que lo que estamos estudiando, tiene un reflejo en la pantalla. Hay escenas, como cuando el gran rabino se rasga las vestiduras, en que todo se entiende muy clarito», explica.



El egipcio clásico, el de los jeroglíficos y los faraones, también está muy vinculado a la Biblia, sobre todo al Antiguo Testamento. Gema Menéndez Gómez es la profesora y defiende la importancia de sus clases porque «si no conoces las fuentes, poco puedes entender de una cultura tan antigua». Reconoce que gracias «al misterio y las maravillas de Egipto», el marketing para su asignatura se hace solo.
Entre sus alumnos, dos tipos: los que llegan arrastrados por la fascinación de la cultura egipcia y los que, estudiantes o graduados en carreras lingüísticas o relacionadas con la Historia, buscan perfeccionar sus conocimientos, sobre todo de cara a la investigación y la arqueología en el país del Nilo.
Menéndez es arqueóloga y todos los años capitanea alguna campaña. Reconoce el buen nivel de los «especialistas de lengua egipcia en España». «Hace 20 años éramos cuatro gatos, pero ahora hay mucha gente que se está preparando», añade, para explicar el creciente interés en la materia.
Una fascinación que no solo se da con el egipcio, sino en todas las lenguas. En la práctica, en el aula conviven tres perfiles de estudiantes. Una parte son consagrados, seminaristas y religiosas que complementan sus estudios de Teología. Pero , además de ellos, la decana de la Facultad, destaca el alto número de laicos que se matriculan en las materias entre los que distingue a «jóvenes que estudian otras carreras y en otras universidades y que quieren complementar sus estudios con esa lengua» y a otros «más mayores, algunos ya profesionales en activo, que buscan completar su formación y tienen inquietud por conocer este aspecto del cristianismo en la antigüedad».
Además de decana, González es profesora de siriaco, uno de los dialectos del arameo, y otra lengua que se encuentra al borde de la desaparición. «Todavía hay comunidades que lo hablan en la zona de Turquía e Iraq, pero está muy arabizados y lo conservan como lengua litúrgica o literaria», explica. Una situación parecida a la de los maronitas, la Iglesia del Líbano, que «celebra su liturgia en árabe pero en las solemnidades utiliza textos en siriaco». «Como es un dialecto, sería lo más parecido, aunque no exactamente igual, al arameo que habla Jesús», precisa.
Unos 'frikis' lingüísticos
Durante la visita a la facultad, la palabra friki (de lo lingüístico, eso sí) no deja de martillear en la cabeza, frenada por el miedo a que, al verbalizarla, se interprete como una ofensa. No deja de ser una liberación cuando finalmente suena, pero de la boca de una profesora: «En realidad somos unos frikis de esto», reconoce.
Cristian Briales es uno de esos alumnos que estudia arameo, 'motu proprio'. Trabaja como ingeniero y hace tres años le «entró un impulso» de conocer las lenguas semíticas. Pensó en el árabe, en el hebreo y «por evolución inversa» llegó hasta el arameo. «Me pareció una lengua muy bien organizada, muy matemática y lógica», explica a ABC.
Briales reconoce que conocer el arameo, saber leer y recitar sus textos, tiene «poca utilidad en el mundo que nos rodea». «Pero eso es lo que la hace más atractiva, el que no tenga ninguna utilidad práctica», añade con una sonrisa. Gracias a las clases ha descubierto cómo su propio nombre deriva, después de ser traducido al griego, de un concepto arameo. «En los textos que estamos leyendo ahora en clase aparece la palabra 'mesiah', que significa ungido y que deriva de la tradición de ungir con aceite consagrado a los reyes».
Algo parecido ocurre con la palabra algarrobo, según explica Briales, que demuestra ser un alumno aplicado. «Viene de 'carob' y nos ha llegado desde el arameo a través del árabe», expone el alumno. «En nuestra cultura hay todo un acervo de expresiones, conceptos e ideas que vienen de ahí y que han perdurado hasta este momento. Cada vez que descubres algo así, es como si encontraras un pequeño tesoro», añade, con una mirada que destila emoción.
Igual parecer tiene su profesora, Cayetana Johnson, que también rastrea cada una de las huellas que de estas lenguas aparece en el castellano. «El Quijote habla de 'desmazalado' al describir a Sancho Panza, una expresión que viene de una palabra aramea, compartida con el hebreo, 'mazzäl' que significa fortuna, suerte», pone como ejemplo Johnson de esta conexión lingüística.
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Después de su explicación, abandonamos el aula y la clase continua. Desde el pasillo nos llegan palabras, que aunque ininteligibles suenan amables en nuestro interior, conscientes de estar ante una ventana que nos conecta con un mundo de hace más de dos mil años, de estar contemplando un trozo de historia viva, que nos impele a no olvidarla. 'Talitá kum!'
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