primera línea de cuidados contra el acoso
La enfermera escolar, aliada clave contra el acoso en las aulas
ABC CUIDAMOS CONTIGO
Su presencia constante y relación de confianza con el alumnado permite detectar señales tempranas de bullying y activar la prevención desde dentro del entorno escolar
A.V.
María Mínguez, enfermera escolar en un colegio madrileño, lleva años siendo testigo silenciosa de un fenómeno que rara vez comienza con un grito, pero siempre deja huella: el acoso escolar. «La enfermería es el ojo que todo lo ve», dice, con la tranquilidad de ... quien ha aprendido a reconocer los signos del sufrimiento antes de que alguien los verbalice. Son conscientes de ocupar una posición en primera línea de la red de cuidadores de los niños a lo largo de su proceso de educación. «Los profesores cambian cada año, pero la enfermera es estable. Si un alumno tiene un problema, sabe que puede venir a mí».
Lo hacen, de hecho. Algunos niños acuden con dolores de barriga, mareos o cefaleas que se repiten durante los recreos. A menudo no hay una causa médica clara. «No es solo que les duela algo», explica Mínguez. «Es que dejan de hacer las actividades que antes les gustaban, no quieren venir los lunes. Es un patrón repetido, un cambio de comportamiento. Y normalmente detrás hay algo más».
Ese «algo más» suele ser bullying: una forma de violencia reiterada, intencionada y cruel, que se da entre iguales y que puede ser física, verbal, psicológica o digital. No es una discusión puntual ni una pelea esporádica, sino un desequilibrio de poder mantenido en el tiempo que genera sufrimiento. Las consecuencias pueden ser devastadoras: ansiedad, baja autoestima, trastornos del sueño, aislamiento e incluso riesgo de abandono escolar.
Una figura que acompaña, observa y actúa
La enfermera escolar es, por su papel dentro del centro, una figura privilegiada para detectar señales de alarma. Como explica el Consejo General de Enfermería, colaborador de la iniciativa ABC Cuidamos Contigo, su labor no se limita a atender necesidades físicas: también escucha, observa y acompaña. En muchos casos, es el primer adulto del entorno educativo con quien el alumno se siente seguro para hablar.
«Mi función principal es la detección y la derivación», resume Mínguez. Su despacho no es solo un lugar para curar heridas, sino un espacio emocional seguro. «Por el trato diario con los niños y las familias, soy una persona de confianza. No necesito grandes intervenciones. A veces basta con una pregunta en el momento adecuado».
Este acceso directo y constante les permite observar lo que otros no ven: cambios en el ánimo, retraimiento social, visitas frecuentes sin motivo físico aparente, excusas para evitar clases o recreos. Y cuando detectan indicios de posible acoso, trabajan en coordinación con tutores, orientadores y familias para intervenir.
La familia, un pilar imprescindible
En casa, los padres también tienen un papel clave. Desde el Consejo General de Enfermería advierten de la importancia de estar atentos a señales como la negativa a ir al colegio, la pérdida de apetito, los cambios de humor o el bajo rendimiento académico. La clave está en crear un entorno de confianza, donde el niño sepa que puede hablar sin miedo a ser juzgado.
Mínguez insiste: «Hay que apoyarles para que sientan que no están solos. Si los padres se muestran receptivos y no minimizan lo que ocurre, el niño se atreverá a contarlo».
Del mismo modo, si se sospecha que un hijo puede estar ejerciendo acoso, hay que actuar. Actitudes agresivas, burlas, ausencia de empatía o quejas frecuentes del colegio pueden ser señales de alarma. La intervención debe ser firme pero constructiva: no se trata de etiquetar, sino de acompañar, establecer límites y enseñar a gestionar emociones y conflictos de forma positiva.
«Ya no se trabaja solo con la víctima y el agresor, ahora
se trabaja con todo el grupo«
María Minguez
Enfermera escolar
El enfoque actual frente al acoso escolar ha evolucionado. Ya no se trabaja solo con la víctima y el agresor. «Ahora se trabaja con todo el grupo», explica Mínguez. «Se les enseña empatía y a ponerse en el lugar del otro. La prevención está en nuestras rutinas, en nuestra forma de vivir».
Los llamados «testigos mudos» —los compañeros que observan el acoso sin intervenir— son piezas clave para frenar la violencia. Cuando el grupo apoya a la víctima, el agresor pierde poder. Por eso es fundamental educar en el valor del respeto y la valentía de quien defiende al débil. El mensaje es claro: el silencio también hace daño.
Una red de protección desde dentro
La prevención comienza mucho antes de que aparezcan los primeros signos. No se trata solo de protocolos, sino de cultura escolar. Y en eso, los adultos —docentes, enfermeras, familias— son el principal referente.
Desde el Consejo General de Enfermería insisten en la importancia de educar con el ejemplo: mostrar respeto, gestionar los conflictos con diálogo, escuchar con atención. Además, proponen estrategias como la educación emocional, talleres adaptados a cada edad y la creación de entornos inclusivos donde cada alumno se sienta protegido.
En la lucha contra el acoso escolar, cada figura del entorno educativo tiene un papel. Pero pocas tienen el acceso diario, la confianza y la mirada integral que posee la enfermera escolar. Su presencia puede parecer silenciosa, pero es esencial. Porque muchas veces, la persona que primero detecta el sufrimiento de un niño no es su profesor ni su orientador, sino quien le da un paracetamol en el recreo y, con una mirada amable, le pregunta: «¿Estás bien?».
Y esa pregunta, en el momento justo, puede cambiarlo todo.
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