China, confinada sin fin mientras el mundo se quita la mascarilla
Mientras el resto de países supera la pandemia levantando restricciones, el régimen de Pekín sigue atrapado en los encierros masivos por su estrategia de 'Covid 0'
Además de esta causa política, la principal diferencia es que en China hay sin vacunar 52 millones de mayores de 60 años
El misterio de China con Ómicron: 280.000 contagios y cero muertes
Falta de comida, negocios arruinados y hasta suicidios por el confinamiento de Shanghái
Hace un año, China disfrutaba de unas largas vacaciones por el Día de los Trabajadores y 265 millones de personas viajaban por todo el país abarrotando los principales destinos turísticos. Por el contrario, el resto del mundo seguía estrangulado por las restricciones de ... la pandemia y en España aún regían los cierres de comercios a las ocho de la tarde, el toque de queda nocturno y las limitaciones de movimientos entre provincias. Como consecuencia del tercer estado de alarma, decretado el 25 de octubre de 2020 y luego prorrogado durante seis meses hasta el 9 de mayo de 2021, habían sido suspendidas por segundo año fiestas tan populares como la Semana Santa, las Fallas, la Feria de Sevilla y el tradicional puente del 1 de mayo.
Hoy, son cientos de millones de chinos los que llevan más de un mes confinados en sus casas, como ocurre en Shanghái , mientras el resto de países recupera la normalidad eliminando hasta el uso de la mascarilla. El agravio comparativo es incluso mayor con respecto a hace dos años, cuando China superaba la epidemia tras haber controlado su estallido en Wuhan mientras el planeta entero se encerraba por el coronavirus, que vaciaba las calles y llenaba las morgues.
Dos años después, las tornas han cambiado por un motivo fundamental: la irrupción de la supercontagiosa variante Ómicron, que está cuestionando la política de 'Covid 0' que hasta ahora le había funcionado a China para protegerse. Con sus fronteras cerradas desde finales de marzo de 2020, y cuarentenas de tres semanas al llegar para sus nacionales y extranjeros con permiso de trabajo, el país más poblado del mundo se había blindado contra el Covid. Aunque sus bajas cifras de contagios y fallecidos hay que ponerlas en cuarentena por la opacidad del régimen , en China se respiraba más seguridad por sus controles estrictos como los códigos de salud QR y los confinamientos y pruebas masivas en caso de brotes.
Pero esa mejor gestión de la pandemia, con la que el Partido Comunista legitimaba su modelo autoritario frente a la sangría que han sufrido las democracias occidentales, ha saltado en mil pedazos por la fuerza incontenible de Ómicron. Esta variante, y en especial su subtipo BA.2, parece haberse colado desde Hong Kong, donde hizo estragos en marzo con cerca de 80.000 contagios y 300 fallecidos al día.
La excolonia británica, que también se había blindado cerrando sus fronteras, ha acabado teniendo uno de los índices de mortalidad por Covid-19 más altos del mundo: 25 decesos por cada 100.000 habitantes. Con solo 200 fallecidos desde que estalló la pandemia en enero de 2020, las muertes empezaron a dispararse el pasado mes de febrero hasta superar las 9.300 a finales de abril, sobre todo de ancianos porque un 66 por ciento de sus mayores de 80 años están todavía sin vacunar. Entre esta población tan vulnerable, el coste humano que ha tenido tan bajo nivel de inmunización ha sido inmenso: de los mayores de 60 años fallecidos por Covid en Hong Kong, el 72,2 por ciento no había sido vacunado.
Más de 50 millones de mayores sin vacunar
Esa es la misma situación a la que se enfrenta China continental, donde el 87 por ciento de sus 1.400 millones de habitantes ha recibido dos dosis de la vacuna. Pero, extrañamente, esa cifra no incluye a más de 52 millones de mayores de 60 años. Entre ellos, hay al menos 15 millones de octogenarios . Mientras los ancianos han sido los primeros en ser inmunizados en el resto del mundo por ser precisamente quienes más riesgo sufren, en China no ha sido así por temor a que las vacunas causen algún efecto adverso en sus enfermedades.
Al margen de la menor efectividad de las vacunas chinas, que usan el método tradicional del virus desactivado en lugar de las de ARN mensajero como Pfizer o Moderna, esa es una de las principales diferencias con Occidente. A tenor de los datos de la Comisión Nacional de Salud, frente al 56 por ciento de los chinos con tres dosis entre los 60 y 69 años, la cifra baja hasta el 48 por ciento entre los 70 y 79 y se queda solo en el 20 por ciento con más de 80.
En España, el 85,3 por ciento de la población tiene la pauta completa y el 52,3 por ciento ha recibido la dosis de refuerzo. Con tasas por encima del 94 por ciento entre los mayores de 50 años, la protección es total entre los ancianos. Aunque las vacunas no impidieron la propagación masiva de Ómicron durante el pico de la pasada Navidad, sí redujeron considerablemente la mortalidad y la gravedad del coronavirus.
Junto a la baja vacunación de mayores e inexistente inmunidad de grupo, la otra diferencia fundamental es que China está atrapada por su política de 'Covid 0' y no tiene una estrategia de salida de la pandemia. De hecho, esta es la clave principal porque otros países que han usado las vacunas chinas se están abriendo ya.
De momento, cambiar dicha estrategia es impensable no solo porque dispararía la mortalidad, sino porque sería una peligrosa «pérdida de cara» en un año especialmente sensible. En otoño se celebra el XX Congreso del Partido Comunista y el presidente Xi Jinping, que ha hecho bandera de la política de 'Covid 0', se perpetuará en el poder convirtiéndose en el dirigente con más autoridad desde Mao.
En lugar de amortiguar los brotes con las vacunas, el régimen pretende seguir demostrando su mayor eficacia frente a Occidente erradicándolos con los confinamientos y las pruebas masivas, potenciando al mismo tiempo la vacunación entre los mayores. Habrá que ver si esta solución de emergencia, que controló el estallido de Wuhan y los focos posteriores, funciona con la variante Ómicron, más contagiosa pero menos letal.
Traumático impacto social
Por ese motivo, en Occidente sorprende que China siga aferrándose a dicha estrategia, que tiene un devastador impacto económico y, como se está viendo en Shanghái, un traumático impacto social. A pesar de las protestas y quejas por sus abusos, como la falta de comida, la reclusión en campos de aislamiento, la separación de niños de sus familias y el sacrificio a palos de perros y gatos, la sombra del confinamiento de Shanghái planea sobre Pekín tras la localización de varios focos de Ómicron. De momento, el Gobierno local confía en restricciones específicas para no paralizar la ciudad por completo. En el mapa de la capital china comienzan a aflorar comercios de todo tipo –gimnasios, cines, bares– obligados a cerrar sus puertas temporalmente, así como urbanizaciones selladas tras detectarse casos entre sus residentes. Además, ya no se puede comer en los restaurantes, que solo sirven platos para llevar.
Los habitantes de la mayoría de los distritos de Pekín han tenido que completar ya hasta tres pruebas del coronavirus, mandato que ha afectado a 20 millones de personas. A partir de esta semana, todo ciudadano deberá mostrar un test negativo con no más de siete días de antelación para acceder a espacios y transporte público, plazo que en algunos casos se reducirá a 48 horas. Para ello, los efectivos sanitarios instalarán miles de puestos de pruebas gratuitas.
Shenzhen representa el modelo a seguir en esta estrategia. A mediados de marzo, este pujante núcleo tecnológico impuso una cuarentena generalizada tras registrar apenas 86 positivos, respuesta temprana que permitió limitar su duración a una semana, seguida de una cuidadosa reapertura gradual. A lo largo de los últimos siete días, Pekín ha registrado más de 400 casos.
Shanghái , por contra, no decretó el confinamiento hasta que las cifras alcanzaron 6.300 infectados. Hoy estos superan ya el medio millón, cifra sin precedentes para la tolerancia cero de China. Las autoridades municipales celebraron el pasado viernes no haber detectado nuevos contagios fuera de las zonas en cuarentena, objetivo propuesto para la semana anterior cuyo fracaso provocó un aumento de las restricciones.
Pese al logro, la vuelta a la normalidad sigue todavía lejos cuando se cumplen seis semanas de bloqueo: muchos residentes permanecen confinados en sus viviendas y una mayoría no puede abandonar sus urbanizaciones. El descontento popular continúa en aumento y algunos barrios han protagonizado caceroladas nocturnas en protesta por la negligente gestión del Gobierno , manifestaciones que los medios oficiales atribuyen a la injerencia de «fuerzas extranjeras». Ese mismo extranjero donde, gracias a la vacunación de mayores y una política más libre y flexible, ya se supera la pandemia a cara descubierta. Mientras tanto, los chinos siguen confinados sin fin.
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