Los primeros maniquíes fueron muñecas

La industria francesa se sirvió de dos vías para publicitar sus últimas creaciones: las muñecas de moda y las ilustraciones. Las muñecas, que recibieron el nombre de Pandora, eran de madera, normalmente articuladas, y medían unos treinta y cinco centímetros de alto. Estaban perfectamente proporcionadas y su misión era recorrer Europa vestidas a la última moda para delicia de las expectantes damas. Por desgracia muy pocos de estos curiosísimos ejemplares han llegado hasta nosotros.

Durante el siglo XVIII Francia e Inglaterra entraron (una vez más) en conflicto bélico, motivo que paralizó los viajes de las muñecas a Londres. El embajador inglés se vio obligado a intervenir para remediar esta insoportable situación y otorgó al preciado objeto un salvoconducto inviolable. La muñeca regresó a la capital británica un año antes del final de la contienda, lo que fue interpretado por un periodista galo como un indiscutible triunfo de Francia. Los maniquíes también atravesaron el Atlántico, llegando hasta Nueva York y Boston. En cualquier caso, este método no era accesible a un gran público por lo que los comerciantes parisinos se decantaron por los grabados, una manera mucho más eficaz de promocionar el estilo francés.

Años antes, durante el reinado de Luis XIV se aunaron una serie de factores que contribuyeron a crear una potente industria de la moda. Por un lado, una clientela cada vez más exigente que demandaba productos lujosos y especializados, por otro las comunicaciones experimentaron una creciente mejora lo que posibilitó nuevas redes comerciales. La corte de Versalles ejercía por sí sola una gran demanda, pero los avezados franceses no se quedaron ahí, sino que pusieron en marcha la idea de vender sus artículos y prendas en otros lugares y círculos. Los responsables de esta nueva iniciativa demostraron una gran agudeza e inteligencia, ya que muchos de los conceptos que desarrollaron han llegado hasta el siglo XXI. Por lo visto, todo el continente hablaba de “la mode” un concepto inventado en Francia y que parecía residir en la misma esencia del país.

Se considera que la figura de la modista fue en parte responsable de esta revolución. En 1675 se fundó en París el gremio de costureras, por lo que las mujeres ya estaban habilitadas para diseñar y fabricar ropa. La modista conocía a sus clientas, sus gustos y necesidades. Las damas de la corte también eran creadoras junto a sus costureras. Todo se realizaba a mano y eran piezas únicas, pero las señoras no se contentaban con eso, querían vivir nuevas experiencias, salir a comprar a la calle. Como apunta Joan Dejean en La esencia del estilo: “Había comenzado la era del demasiado de todo, concepto sin el que la industria de la moda no hubiera florecido jamás”. El sector textil acortó distancias sociales, la indumentaria de la alta nobleza era muy costosa por lo que la incipiente industria se decidió a comercializar complementos, a los que podía acceder un sector mucho más amplio de la población. De esta manera la moda se acercó a otros sectores sociales que podía adquirir modelos a la última, pero fabricados con materiales más modestos.

En este momento histórico se produjo un cambio en el consumo. Las mujeres empezaron a comprar en mayor proporción, tendencia que se mantiene hasta la actualidad, pues hoy día se calcula que nosotras gastamos el triple en ropa que los hombres. En 1694 el Diccionario de la Academia Francesa incluyó la acepción “Esclavas de la moda” y en 1719 “Reinas de la moda”. Había nacido el concepto de “fashion victim”, fenómeno que transcurridos más de tres siglos tiene más vigencia que nunca según se hacen eco a diario las redes sociales.

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