Locus amoenus
Poetae Serrallé, emeriti iubilanti
El poeta Serrallé deseaba jubilarse para poder disfrutar, beber y vivir en modo amoroso, como quería aquel verso de Plauto: «tum in otium te conloces, dum potes, ames»
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Iniciar sesiónLa Casa de los Poetas -uno de los «loci amoeni» más representativos de Sevilla- se ha quedado sin poeta residente y sin programa de actividades, porque su director, José Daniel M. Serrallé, ha pasado a mejor vida. Es decir, se ha jubilado y ahora vive ... como los poetas latinos, consagrado al «otium» creativo, el «otium in litteris» y el «ottium in tabernas».
Cuando decimos que alguien se ha jubilado, el latín nos sirve para hacer hincapié en todo lo que la maravillosa raíz «iu» atesora, pues la jubilación no sólo es «laboris exemptio» sino esencialmente «iubilatio»; o sea, regocijo, alegría y júbilo. Así, el jubilado es alguien jubiloso -«iubilatus» y «iubilans»- porque el gozo, la alegría y el deleite participan de la «iucunditas» más desaforada. Por cierto, que el jubilado es quien se retira de la vida activa, pero la voz «dimissus» no irradia las connotaciones dichosas necesarias y suficientes, y por eso prefiero «emeritus», porque emérito es quien se merece el descanso y Pepe Serrallé no puede ser más emérito. De hecho, uno lo mira fijamente, y en escasos minutos ya se ha vuelto aún más emérito.
Tras dejar la función pública, me imagino al poeta Pepe Serrallé haciéndole un homenaje a Cicerón practicando el «otium cum dignitate»; viviendo con la modestia que Horacio le encomiaba a Grosfo en «Otium divos rogat in patenti» –»Vivitur parvo bene, cui paternum / splendet in mensa tenui salinum / nec levis somnos timor aut cupido / sordidus aufert»- o transformando el «otium» en «ars amatoria», como nos enseñó Ovidio. De lo que no me cabe ninguna duda, es que el poeta Serrallé deseaba jubilarse para poder disfrutar, beber y vivir en modo amoroso, como quería aquel verso de Plauto: «tum in otium te conloces, dum potes, ames».
Sin embargo, llegados a este punto, quiero dejar claro que pocos han trabajado tanto por la cultura desde la función pública, como el emérito y jubiloso poeta Serrallé. La prueba es que -en su ausencia- la Casa de los Poetas carece de programación, después de una década de incesantes actividades originales, creativas, lúdicas y misceláneas, donde el arte, la música, las humanidades, la ciencia, el cine, los toros, el deporte y el pensamiento tuvieron 3 citas semanales 3 durante más de diez años, convocando en Santa Clara a figuras locales, nacionales e internacionales alrededor de los temas más diversos y haciendo gala de una imparcialidad exquisita, porque La Casa de los Poetas de Pepe Serrallé derrochaba una pluralidad inversamente proporcional a su presupuesto. Nadie ha hecho más con menos recursos que Pepe Serrallé, aunque nobleza obliga añadir a su trayectoria como funcionario municipal la dirección de la revista «El siglo que viene» y la creación de memorables programas que llevaron a docenas de narradores y artistas plásticos por bibliotecas e institutos sevillanos, cuando fue destinado al área de Educación del Ayuntamiento.
Por fin, el jubiloso poeta Serrallé, podrá dilapidar el tiempo en las barras de los bares que miraba con arrasada melancolía, cuando los rigores del trabajo lo instaban a seguirse de largo. Ya era hora de que el emérito poeta Serrallé -ese David Niven con melena- disfrutara de la entrañable amistad que le prodigan las lectoras de su poesía, las ménades del Arenal. Y menos mal que la jubilación le permitirá al «iubilatus» Serrallé pastorear a los numerarios de la Real Academia de Malas Letras y Peores Costumbres, que ahora celebra sus reuniones en los salones del bar Dueñas.
Por inercia, Serrallé siguió acudiendo impecable a su despacho una semana después de jubilarse, pero una vez entregado al «spleen» y la contemplación, la Casa de los Poetas es quien persigue al poeta. Parafraseando aquel microrrelato de Arreola: la casa donde trabajó se ha convertido en un fantasma y Pepe es el lugar de sus apariciones. Es decir, que el único «locus amoenus» era el «emeritus et iubilans» Pepe Serrallé.
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