Diez años sin Enrique Morente, un clásico rebelde
El 13 de diciembre de 2010 saltó una noticia inesperada: el granadino se estaba sometiendo a una operación a cara o cruz que había ocultado... Entre alegría y seguiriya, salió seguiriya
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónFue un clásico rebelde. O viceversa. Nadie con más conocimiento de la tradición flamenca que él se empeñó tanto en romperla. Siempre con criterio. Para agrandarla. Para poner a su cultura en la misma cima que cualquiera de las grandes artes. Enrique Morente Cotelo ... murió hace hoy justo diez años . Muy joven. Tenía 68. Pero fue un cantaor que estuvo más tiempo en el siglo XXI y en el XIX que en el XX, que fue el suyo. Buscó atrás, en las fuentes más antiguas, todo lo que necesitó para adelantar el reloj jondo varias décadas. Y lo hizo sin ninguna pretensión de gloria. Porque toda su filosofía artística estaba resumida en la letra de la granaína que cantaba desde que era un chaval: «Rosa, si no te cogí / fue porque no me dio la gana» . Esta es la historia de un genio de la libertad. Un hombre que vivió a contrapelo, que siempre estuvo en contra de los rebaños, que escogió ir solo.
El niño seise de la catedral de Granada que se fraguó como peón de zapatero y ayudante de una platería del Albaicín hizo con el flamenco lo que le dio la real gana porque desde muy joven entendió la verdadera pureza de este arte, que él mismo explicaba con sencillez: «Si los nuevos hacemos lo que hacían los viejos, pasaremos a la historia como los enterradores del flamenco. Nuestra misión es que siga vivo» . Enrique sentía la necesidad de llevarle la contraria a todos. A veces en las peñas flamencas cantaba transgresiones psicodélicas. A veces en los festivales de rock cantaba la seguiriya del Nitri. Porque no cantaba para los demás. Cantaba para desahogarse. Para resolver sus propias dudas.
Los llamados «puristas» lo maltrataron tanto en vida como lo elogian después de muerto
Cuando llegó a Madrid con apenas 20 años para intentar comer del cante en la peña Charlot, conoció las fatigas. Enrique había faltado mucho al colegio y toda la cultura que tenía la había conseguido leyendo novelas del Oeste que intercambiaba en un quiosco a la vera de la Alhambra. Pero era muy inteligente. En la capital se arrimó corriendo a Aurelio Sellés y a Pepe el de la Matrona en el bar Gayango . Cádiz y Triana. Y por ellos desembocó en el legendario Antonio Chacón, el «Papa del Cante» de finales del siglo XIX, su primera gran revelación. Morente se estrenó como figura del flamenco con una antología chaconiana que hoy sigue siendo el catón de este tipo de escuela jonda. Recuperó del olvido a un coloso actualizando su obra. Reconstruyó los cánones de una estética que había dado honores a otros genios precedentes como Pepe Marchena, Juan Valderrama o Porrinas de Badajoz . Pero ya entonces tenía la vena rupturista en las entrañas. Cantaba con indumentaria rockera. Muy lejos de los estereotipos flamencos del pañuelo y los lunares.
Siempre improvisando
Morente fue quizás el primer cantaor de la historia que consiguió centrar toda la atención del aficionado exclusivamente en el cante. Por eso lo vistió de otra forma. Porque quería llegar al hueso. Despreciar el envoltorio. Exhibir su inmenso conocimiento, fruto de su obsesiva afición por cualquiera que cantase con personalidad. El albaicinero lo cantaba todo. Lo sabía todo. Se divertía imitando en privado. Pero en el escenario nunca supo imitarse ni a sí mismo. Cantaba siempre distinto. Grabando en una ocasión con Isidro Muñoz, el productor y guitarrista le pedía que repitiera un tercio porque no terminaba de verlo. De repente, Enrique encontró lo que Isidro buscaba. «Eso es, Enrique, vamos a grabar eso». La respuesta de Morente es su evangelio: «Pónmelo otra vez para que me lo aprenda» . Nunca sabía exactamente lo que había hecho. Conocía tan bien las estructuras que podía permitirse jugar permanentemente. «Es la mejor manera que he encontrado en la vida de no cansarme jamás del flamenco», sentenciaba.
Su primera travesura fue encajarle a los estilos jondos las letras de grandes poetas como Miguel Hernández . Después vinieron muchos otros. Desde Cervantes a San Juan de la Cruz. Pero como no quería encasillamientos de ningún tipo, ni siquiera ideológicos, mientras cantaba los versos de Hernández grabó una misa flamenca. «Yo dejé de ser comunista cuando visité la Unión Soviética» , solía decir. Siempre tuvo las ideas muy claras y no se casaba con nadie, salvo con Aurora Carbonell, la gitana a la que se ganó por ley calé.
Su gran renovación fue cantar cada día distinto, improvisando sobre la tradición
En aquellos juegos primeros, cuando Morente ya era una estrella de Madrid, Andalucía no terminaba de recibirlo como merecía. El mairenismo le puso reparos a su atrevimiento, pero no Antonio Mairena, que lo recomendaba. El gran maestro había visto cómo Enrique cantaba a los poetas con melodías de la Niña de los Peines, la Trini o el Pena . Saltaba de siglo en siglo, del pasado al futuro, como quien salta a la comba. Por eso fue especialmente excéntrico con los versos del poeta más recurrente para los flamencos, su paisano Federico García Lorca. Y por eso puso compás andaluz a Leonard Cohen y cantó con una banda de rock, Lagartija Nick, en su disco más conocido, «Omega», que tal vez sea el menos atrevido de todos pese a que los esnobistas lo señalan siempre como su obra maestra. «Hay que ver las cosas tan buenas que dicen de mí los ignorantes», zanjaba él. Quizás por esta forma de ser tan libérrima tuvo que sufrir las injurias de la inquisición flamenca andaluza mientras se consagraba en el tablao Zambra de Madrid. En aquellos tiempos hizo un dúo impagable con Manolo Sanlúcar por el carril contrario al de Paco de Lucía con Camarón.
Lo que él buscaba siempre era allanar el camino a los siguientes, para lo que no tenía empacho en enfrentarse a sus propios maestros si era necesario. Le pasó con Pepe el de la Matrona, a quien le había cogido el polo y la caña. En su afán rebelde, Enrique decidió hacer una mezcla de ambos estilos y al resultado le puso el nombre de «policaña» . El Matrona, garante de la tradición antepasada, le recriminó el invento. Y Morente le contestó: «Maestro, no se enfade, que esto lo he aprendido de usted» . Con estas cosas siempre jugaba a dar una de cal y otra de arena. El Matrona le confesó un día que la malagueña de la Peñaranda era mentira, que ese nombre se lo había puesto él. Pero a Morente le hizo gracia y se encargó de grabarla con esta atribución para que se consagrara el embuste. Estaba siempre al borde del precipicio. Mientras le acusaban de ser un rupturista grabó una soleá apolá que posteriormente registró Antonio Mairena y que fue muy polémica, la de Charamusco. Y sin embargo regalaba su propia obra sin exigir derechos de autor. El caso de Camarón es un ejemplo perfecto. Enrique creó un fandango personal de muy difícil ejecución y dejó que el de la Isla lo grabara antes que él.
Los esnobistas destacan «Omega» como su mejor disco a pesar de que tal vez fue el menos atrevido de todos los que grabó
Pero si hay algo que esta década de ausencia ha aclarado es que fue uno de los cantaores de su generación más implicados con la tradición, aunque pareciera todo lo contrario. Desde 1967, fecha de su primer disco con Félix de Utrera, Enrique el Granaíno hizo un testamento que le intentaron arrebatar: su obsesión por restaurar a los primeros maestros de la Historia. En su etapa final fue etiquetado como un heterodoxo que estaba enemistado con el clasicismo . Pero la realidad es que hoy es tan clásico como todos sus predecesores. Le dio auge a los cantes de La Trini o El Canario. Llegó a sentarse junto con genios de la guitarra como el Niño Ricardo o Parrilla de Jerez, con quien grabó el disco de Miguel Hernández en 1971. Ganó el premio Nacional de Música por rescatar la obra de Antonio Chacón con el toque de Pepe Habichuela. Dejó para los restos una joya única cuando se hizo acompañar por Sabicas para el disco de 1990...
Luego experimentó con músicos de toda clase, desde Chick Corea a Sonic Youth o las voces búlgaras . Es innegable que el granadino fue un verso suelto del «Poema del Cante Jondo» y hasta para morirse optó por la improvisación. Una operación a cara o cruz. Entre alegría y seguiriya, salió seguiriya. De eso hace diez años exactos. Un tiempo que ha corrido como sus ayeos, pero que ha servido para darnos la distancia suficiente con su leyenda. Enrique Morente no fue casi nada de lo que se dijo de él. Tampoco fue casi nada de lo que él quiso. Su anhelo fue ser invisible, cantar para adentro, pasar de puntillas . En eso fracasó. En contra de su voluntad, el cantaor granadino fue un pilar fundamental del flamenco del siglo XXI. Rompió los cristales, pero no los espejos. Y, como decía por granaínas, si no cogió la rosa del paraíso fue porque no le dio la gana.
Límite de sesiones alcanzadas
- El acceso al contenido Premium está abierto por cortesía del establecimiento donde te encuentras, pero ahora mismo hay demasiados usuarios conectados a la vez. Por favor, inténtalo pasados unos minutos.
Has superado el límite de sesiones
- Sólo puedes tener tres sesiones iniciadas a la vez. Hemos cerrado la sesión más antigua para que sigas navegando sin límites en el resto.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónEsta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete