entrevista
Jorge Drexler: «Despojarse de los orígenes es una actividad enormemente liberadora»
El cantautor uruguayo llega esta noche al Cartuja Center Cite para presentar las canciones de su último disco, 'Tinta y Tiempo'
Fernando Rodríguez Murube
Sevilla
Jorge Drexler, el exquisito bardo de los tenues matices, llega esta noche al Cartuja Center de Sevilla para mostrar su último disco, 'Tinta y tiempo'. Con un elaborado y moderado equilibrio sonoro, el cantautor recientemente nominado por enésima vez para ... los Grammy Latino vuelve a legar diez canciones con su íntima concepción de las cosas y una música de múltiples influencias que revela inquietud, gusto, fuerza expresiva y lírico acento. Pausado y expresivo, con su característica soltura académica para la exposición de sus ideas, el uruguayo atiende a este periódico para abordar diferentes temas.
'Cinturón negro', 'Corazón impar', 'Tocarte'… Este disco es para escucharlo estando enamorado, ¿verdad?
Es cierto que 'Cinturón blanco' y 'Corazón impar' son dos canciones de amor, pero enfocadas desde un tipo de relación de pareja sobre la que no se suele cantar mucho, que es la relación de pareja a largo plazo. Si ahora mismo encendemos la radio, las probabilidades de que escuchemos una canción de amor son casi del cien por cien, y muy posiblemente esos temas hablen sobre los dos bordes del amor: el enamoramiento del comienzo y la tristeza de la ruptura. Lo que no se suele contar es lo que viene después del «fueron felices y comieron perdices», qué pasa cuando el amor dura a lo largo del tiempo. He intentado plasmar ese intento de entender la relación con ese sentimiento de perdurabilidad.
Sevilla atraviesa actualmente una efervescencia musical inusitada. Cada semana hay programados varios conciertos que, en la mayoría de los casos, acaban agotando las entradas en salas pequeñas y recintos de gran aforo. Algo que ni mucho menos ha ocurrido siempre. Usted viaja alrededor del mundo continuamente, por eso quiero preguntarle si considera que este fenómeno está localizado en lugares concretos o se da en la mayoría de países de todos los continentes.
Se está dando en todos lados. Y como todo fenómeno, es un fenómeno pendular. Después de la pandemia salimos con muchas ganas de escuchar música, estuvimos mucho tiempo sin gastar dinero en música, sin ver un concierto, un teatro, y disfrutar de la experiencia de escuchar música en conjunto. El primer año después de la pandemia ha tenido una densidad de trabajo increíble para nosotros. Precisamente hoy he hablado con un amigo que es tour manager y me ha dicho que nunca ha trabajado tanto en su vida.
«Somos trabajadores zafrales, tenemos que aprovechar esta cosecha que ha venido buena y trabajar todo lo que podamos, porque el año que viene, además, pinta que va a ser muy duro a nivel económico, con una recesión difícil, y eso se va a ver reflejado en todos los ámbitos»
O sea, que lo ve como algo coyuntural.
Por supuesto. Después de esto viene indefectiblemente una fatiga. Hay que ser muy ingenuo para pensar que esta efervescencia va a ser algo que se va a mantener toda la vida. La gente se cansa de las cosas y deriva su atención en otra dirección. Esto es como el sueño del faraón que interpreta José: siete años de vacas gordas, siete años de vacas flacas. Nosotros somos trabajadores zafrales, tenemos que aprovechar esta cosecha que ha venido buena y trabajar todo lo que podamos, porque el año que viene, además, pinta que va a ser muy duro a nivel económico, con una recesión difícil, y eso se va a ver reflejado en todos los ámbitos.
Hay quien piensa que la pandemia nos ha hecho ser más conscientes del valor de la cultura. La gente está más dispuesta que antes a hacer un sacrificio importante por comprar una entrada.
Sin lugar a dudas eso está pasando. Sé que comprar una entrada siempre es un sacrificio. Nosotros en Latinoamérica estamos un poco más acostumbrados a esto. En Argentina, por ejemplo, la gente pide un micro préstamo para comprar una entrada, y luego lo pagan en cuotas durante meses. Allá la gente tiene en estima muy alta el acto de asistir a un concierto. Celebro mucho que aquí esté ocurriendo algo parecido. Es bonito pensar en ese amor que la gente tiene por la música y en esa capacidad de sacrificio por la música.
¿En qué momento se dio cuenta de que todo había valido la pena? Me refiero al sacrificio de dejar su país, su familia, su trabajo por una profesión tan inestable como la de músico, como usted mismo ha descrito.
Nunca dejé de pensar que hubiera valido la pena. Dejarlo todo y venirme a España fue una decisión que rápidamente me hizo sentir feliz, a los diez días de estar acá. Desde entonces no he vuelto a cuestionar nunca el haber abandonado la medicina ni haber dejado mi país, al que tengo el privilegio de volver tres o cuatro veces al año. Estoy muy contento con las decisiones vitales que he tomado, con los errores incluidos, y eso que los primeros diez años en España fueron un completo fracaso laboral.
¿Y ahí no se planteó volver?
No, porque lo que era considerado un fracaso industrial, a mí me gustaba. Yo estaba enormemente feliz de haberme comprado un Renault Clio con 400.000 kilómetros, de vivir en un pisito en San Lorenzo del Escorial, de poder criar un hijo con la música, de viajar recorriendo el país (conduciendo yo con dos uruguayos más que tocaban conmigo) y tocar en garitos para 60 o 70 personas. Era lo que me gustaba hacer. La persona que yo era en ese momento no tiene nada que envidiarle a la que soy ahora, no era menos feliz de lo que lo soy ahora. De hecho, no fue un sacrificio, fue una enorme felicidad vivir de la música a pequeña escala.
Mientras preparaba esta entrevista, una de las canciones que he escuchado es 'Silencio'. Inmediatamente se me ha venido a la mente Jesús Quintero, un artista que también abogaba por el silencio en sus entrevistas. Un mano a mano entre Jesús Quintero y Jorge Drexler hubiese sido algo brutal. ¡Qué espectáculo nos hemos perdido!
Hizo entrevistas maravillosas. Hace unos días vi una a Facunda Cabral y otra a Antonio Escohotado, las dos magistrales. Manejaba muy bien los espacios y los silencios. Sinceramente, me hubiera encantado eso que planteas.
Soy de los que piensa que cuando un disco ve la luz, se establece una relación entre el sonido y el lugar en el que ha sido grabado. En este sentido, dado el eclecticismo de su música y la universalidad de sus letras, cuesta trabajo adivinar dónde ha sido grabado 'Tinta y tiempo' y de dónde es el autor (obviando el acento). ¿Eso es bueno o malo?
No tengo distancia suficiente como para refutar o aprobar lo que dices. Lo que sí te puedo decir es que despojarse de los orígenes es una actividad enormemente liberadora. Mira toda la cinematografía norteamericana, el gran esfuerzo que hacen todas las personas por irse de su pueblo hacia la gran ciudad, por integrarse y olvidar su pasado. Mira Bob Dylan, un señor que se llama Robert Zimmerman, de una familia judía de Minnesota que borra su pasado, renuncia su herencia tradicional, se inventa un nombre y un personaje nuevo vinculado a una cosa que le es completamente ajena como es la canción folk norteamericano. ¡Se reinventa a sí mismo!
En este sentido, Gregorio Marañón, médico, artista y pensador como usted, hizo la siguiente afirmación en el prólogo de La familia de Pascual Duarte, la famosa novela de Camilo José Cela: «Lo más universal es con frecuencia lo que se llama típico. Casi todos los héroes que lo son para todos los hombres han nacido con traje regional, hablando en dialecto y con una cédula de estricta vecindad. Todo ello puede ser sino disfraz de la universalidad».
Él está contrarrestando una tendencia hacia la erudición de su época, en donde solo lo erudito y lo sublime tenían valor, de ahí que lo popular fuese una novedad. Pero hoy día, viendo el trabajo de C. Tangana o las películas de Pedro Almodóvar, que hace de su pueblo y del salón de su casa, en la España profunda, un tema absolutamente universal, no es necesario contrarrestar nada.
Como reputado conversador que es, antes de terminar quiero recordarle una respuesta de Truman Capote en una entrevista. Le preguntaron si consideraba que la conversación es un arte, a lo que él contestó: «Sí, uno agonizante». Esto lo dijo hace 50 años. Su razonamiento era que en aquella época había muchos intelectuales que hacían poco menos que monólogos, pero casi nunca se dejaban rebatir. ¿Qué cree que pensaría si despertara hoy?
Bueno, hay gente que no sabe escuchar, siempre la ha habido, eso no es un invento de nuestra época. Pero yo quiero creer que la conversación está muy viva hoy día. De hecho, un enorme estimulador de la conversación está siendo Internet, que te permite hablar con personas que tienen tus mismas inquietudes a miles de kilómetros de distancia. La conversación y la escucha implica una descentralización, porque una cosa es dar un sermón desde un podio o dictar unas normas estéticas desde una radio o un periódico, que es unidireccional, y otra bien distinta es un chat o un blog, entidades conversatorias que antes no existían. Internet es el representante del paradigma de la descentralización.
Observo un concepto un tanto edulcorado de Internet y las redes sociales. Me refiero a que en ese análisis omite el odio y las malas formas que hay en Twitter, por ejemplo, donde se vierte muchísima mierda desde, incluso, perfiles anónimos. En la televisión ocurre tres cuartos de lo mismo.
Para empezar, hay que ser un tarado para meterse a discutir en Twitter. No obstante, la mierda no es un invento de Twitter. El ser humano se ha debatido siempre entre utilizar las herramientas con un uso proactivo, para el bien, o como herramientas de destrucción. En este sentido, insisto en que para mí Internet es una herramienta maravillosa, el uso que cada cual haga de ella es otro tema. Respecto a la televisión, hace 27 años que vivo en España y no tengo televisión. O sea que no tengo ni idea de lo que se ve. No me enorgullezco de ello, pero me cuesta tener una tele encendida. Tengo una pantalla para ver plataformas de cine y series. A veces veo las noticias en Internet, en la prensa, en la radio. Nada más.
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