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El único pregón episcopal
Mañana viernes se cumplen sesenta años del único pregón de Semana Santa pronunciado por un obispo, José María Cirarda Lachiondo, entonces auxiliar del cardenal Bueno

De todos los pregones de Semana Santa se podría decir –y de hecho, se dice muy enfáticamente- lo mismo sin equivocarse: «Muy sentido y muy sevillano». Pero sólo ha habido uno que también se puede elogiar como «muy episcopal». Fue el caso único del pregón ... pronunciado por el obispo auxiliar José María Cirarda Lachiondo en el teatro San Fernando el 4 de abril de 1965. La experiencia de un obispo pregonero no ha vuelto a repetirse.
Era un año crucial para la Iglesia, recorrida por el vendaval del Concilio Vaticano II que el Papa Pablo VI iba a clausurar en diciembre tras la última sesión de trabajos deliberatorios. En Sevilla, las hermandades habían acudido solícitas a la llamada del cardenal Bueno Monreal para trasladar sus imágenes a los nuevos barrios de la periferia durante las misiones generales que tuvieron lugar en la ciudad durante la primera quincena de febrero, antes de la Cuaresma. Además, se organizó el primer Santo Entierro grande en sábado.
Pero, sobre todo, Sevilla había acogido la primera misa en castellano de España tras la reforma litúrgica que recogía la constitución 'Sacrosanctum concilium' emanada del concilio ecuménico. Fue, con carácter 'ad experimentum', el 10 de febrero en el aula magna de la Universidad de Sevilla, presidida por el canónigo Francisco Gil Delgado, director espiritual de la institución universitaria. Monseñor Cirarda pronunció la homilía.
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Y, casi dos meses después, pronunció también el pregón de Semana Santa. La portada de ABC estaba cantada: «El obispo, pregonero». Lo presentó el alcalde, José Hernández Díaz, quien recordó las veinticinco glosas que habían precedido a la del prelado vizcaíno. Se abrió de capa (en realidad, el ferraiolo que le cubría los hombros como se aprecia en la fotografía que ilustra este texto) nada más comenzar su disertación: «Yo amo a Sevilla con todo mi ser por lo mucho que tiene de amable y que mi corazón descubre gozosamente día tras día. Y la amo también, y amo a sus cofradías y a su Semana Santa, hasta en aquellas cosas que me gustan menos. Quede para otros, para los que no saben del amor verdadero, convertir en tema de murmuración lo que no estiman bueno».
En el ambiente flotaban los cambios que la Iglesia y las cofradías tenían que asimilar. Dejó dicho Cirarda: «Sé que las cofradías tienen defectos. Sé que nuestra Semana Santa necesita una renovación en esta hora en que toda la Iglesia examina sus faltas y siente la brisa reconfortante de una primavera prometedora». «Haced vuestras con prontitud las consignas del Vaticano II», les conminó. Y dejó dos advertencias que en su boca prelada sonaban graves: contra los «gritos de taberna con que unos pocos jóvenes jalean a veces, singularmente en el alborear del Viernes Santo, a determinadas imágenes» y contra las «voces de esos pocos irresponsables que piden el 'baile' de nuestras imágenes».
Quién sabe, a lo mejor ha llegado la hora de que otro obispo auxiliar (tenemos un par entre los que elegir después de muchos años sin recurso alguno) se suba al escenario del Maestranza y acalle a los chilladores de nuestra época.
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