Una historia de sevilla... en verano
El trianero que fundó Santa Marta, la ciudad más antigua de Colombia
Rodrigo de Bastidas, marino y hombre de aventura oriundo de Triana, levantó en 1525 el primer asentamiento estable de la América continental junto al mar Caribe
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Iniciar sesiónHace 500 años, un explorador sevillano puso nombre a una ciudad del otro lado del Atlántico en lo que hoy en día es Colombia: Santa Marta. El aventurero trianero Rodrigo de Bastidas levantó en 1525 el primer asentamiento estable de la América ... continental junto al mar Caribe. El nombre de Santa Marta le vino porque su fundación coincidió con la festividad litúrgica del 29 de julio, siguiendo la costumbre de la época de bautizar los nuevos territorios con el santo del día en el que llegaban. Medio milenio después, Santa Marta sigue siendo un cruce de historia, naturaleza y mestizaje cultural, con un origen que enlaza directamente con Sevilla y con la Triana marinera del Quinientos.
Rodrigo de Bastidas: el «Colón sevillano»
Rodrigo de Bastidas nació en Sevilla hacia 1460, y según la documentación fue vecino de la parroquia de Santa Ana, en Triana. El arrabal, entonces poblado por pilotos, almirantes, alfareros, calafates y marineros de toda índole y origen, bullía en actividad junto a los muelles del Guadalquivir. Era el barrio de los oficios ligados al río y al mar, el lugar donde se construían embarcaciones, se calafateaban embarcaciones, se reparaban aparejos y se forjaba buena parte de la mano de obra que haría posible la expansión atlántica. Crecer en este ambiente significó para Bastidas entrar en contacto con la cultura marinera y mercantil que convertía a Sevilla en la capital portuaria de la Corona.
Durante mucho tiempo se pensó que Bastidas había ejercido como notario, debido a que en documentos tempranos aparece descrito como escribano. La historiografía del siglo XIX y parte del XX interpretó ese término en clave administrativa, vinculándolo al mundo de las escribanías y de los oficios de pluma. Sin embargo, hoy sabemos que se trató de una lectura errónea. Las investigaciones más recientes confirman que desde joven Bastidas se dedicó a la mar y al comercio, y que su vida estuvo marcada por el horizonte atlántico y no por los despachos.
Su entrada en la historia americana se produce a inicios del siglo XVI, cuando obtiene licencia real para organizar viajes de exploración. En 1500 se asocia con Juan de la Cosa, cartógrafo y piloto mayor de la Corona, y con Vasco Núñez de Balboa. Juntos recorren las costas de lo que hoy son Venezuela, Colombia y Panamá, levantando una cartografía inédita que servirá de base para futuras expediciones. Este viaje lo convirtió en uno de los primeros europeos en reconocer extensamente el litoral suramericano y le permitió reunir el capital necesario para sus empresas posteriores. Durante aquella travesía, el 22 de julio de 1501, llegaron a la desembocadura de un río colosal que Bastidas bautizó como río Grande de la Magdalena, al coincidir con la festividad de Santa María Magdalena. Aquel nombre ha perdurado hasta hoy y señala el primer contacto europeo con la gran arteria fluvial de Colombia.
Entre exploraciones y pleitos: el largo camino hacia Santa Marta
Tras su primera expedición de 1500–1501, que lo consagró como descubridor de la costa norte de Sudamérica y le dio el honor de bautizar el río Magdalena, Bastidas quedó marcado como un hombre con experiencia única en aquellas tierras. Aquella empresa fue de una amplitud extraordinaria: recorrió el litoral de la actual Venezuela, avanzó por la península de La Guajira hasta el Cabo de la Vela y continuó hacia el oeste. Durante esta travesía registró hitos geográficos de primer orden: avistó la bahía de Santa Marta, halló la desembocadura del río Magdalena, pasó por el emplazamiento de la futura Cartagena de Indias, la bahía de Cispatá y el golfo de Urabá, alcanzando finalmente las costas de Panamá. Con ello exploró parajes a los que Cristóbal Colón nunca llegó en ninguno de sus viajes, razón por la cual la historiografía considera a Bastidas el verdadero descubridor del litoral colombiano y panameño.
A cambio de su audacia, regresó a la Península con un notable botín. Crónicas de la época señalan que trató de ganarse a los indígenas mediante trueques más que con violencias, pero también incurrió en prácticas habituales de su tiempo, como el «rescate» de caciques, que mancharon su reputación. Oro en grandes cantidades y madera de Brasil figuraban entre sus cargamentos, pero la fortuna se torció en el regreso: un naufragio destruyó sus navíos y supuso pérdidas valoradas en millones de maravedís. Ya en La Española, fue acusado por el comendador Francisco de Bobadilla de contrabando de oro, lo que lo llevó a prisión. La imputación, promovida por rivales y oficiales celosos, se reveló infundada; finalmente Bastidas fue absuelto por los Reyes Católicos, quienes incluso lo premiaron con una pensión vitalicia sobre las rentas del golfo de Urabá.
Superada aquella etapa, y gracias a esa sentencia favorable, Bastidas mantuvo un perfil activo en el Caribe. En 1507 volvió a explorar junto a Juan de la Cosa, recibiendo ambos compensaciones monetarias (100.000 maravedís según documentación). A lo largo de los años siguientes participó en expediciones menores y consolidó su posición como comerciante, al tiempo que seguía buscando la oportunidad de obtener licencia para establecer un asentamiento propio. Durante más de dos décadas acumuló capital, contactos y prestigio, consciente de que fundar una ciudad suponía alcanzar la cima del reconocimiento en el sistema imperial.
El contexto jugaba a su favor. La Corona había comprobado que las incursiones puntuales no bastaban para controlar los territorios ni garantizar el flujo de riquezas. Era necesario fundar núcleos estables, con puerto, cabildo y parroquia, que sirvieran como base de operaciones y como símbolos visibles de soberanía. Bastidas, con su experiencia como navegante de aquellas costas y su reputación de hombre «justo» en el trato con los indígenas, se presentó como candidato idóneo.
Las fuentes señalan que, durante estos años, Bastidas nunca abandonó la ambición de levantar un enclave definitivo en el litoral colombiano. Mientras otros capitanes dirigían su atención hacia el istmo de Panamá o hacia las islas, él mantenía la convicción de que la bahía de Santa Marta, amplia, resguardada y estratégica, era el lugar perfecto. Esa persistencia explica que, cuando por fin recibió autorización real para emprender la empresa, no dudara en invertir su fortuna personal y reunir una expedición de envergadura.
Después de estas andanzas, Bastidas se estableció en Santo Domingo. Allí fue almojarife (recaudador de impuestos) y empresario: se dedicó al comercio de especias, ganado, perlas e incluso al tráfico de esclavos indígenas, organizando «cacerías» en islas cercanas. Con el tiempo acumuló riqueza como agricultor y ganadero en La Española, viviendo en sociedad acomodada con su familia. Pero a mediados de la década de 1520, ya anciano según los estándares de la época, sintió el llamado de sus primeras exploraciones: quiso volver al continente para poblarlo y explotar su potencial. Para ello obtuvo del emperador Carlos V unas capitulaciones (1524) que lo autorizaban a fundar villas, llevar familias colonizadoras, ganado, sembrados y mano de obra. En ellas se le nombró gobernador de una amplia franja costera —«80 leguas» desde el Cabo de la Vela al Magdalena—. Con ese título emprendería el viaje que le aseguraría el lugar más perdurable en la historia: la fundación de Santa Marta.
La fundación de Santa Marta (1525)
En mayo de 1525 —aunque algunas fuentes proponen 1526— Rodrigo de Bastidas zarpó desde Santo Domingo con un objetivo claro: fundar una ciudad en tierra firme continental. Para la empresa contrató una gran nao, la Santa María (también citada como Santiago), y cuatro carabelas. A bordo reunió a unas 450 personas, entre soldados, colonos y familias, incluyendo incluso parejas recién casadas que simbolizaban la voluntad de permanencia. No era una expedición de mero saqueo, sino un proyecto de poblamiento a gran escala.
La flota atravesó el mar Caribe y, el 29 de julio de 1525, coincidiendo con la festividad de Santa Marta de Betania, Bastidas desembarcó en la bahía de Santa Marta. Ese mismo día levantó el acta fundacional de la ciudad y bautizó el enclave con el nombre de Santa Marta, la hermana de Lázaro y María y hoy patrona de los hosteleros.
El proyecto de Bastidas buscaba diferenciarse de las incursiones violentas de otros capitanes. Ordenó a sus hombres establecer «tratos amables» con los pueblos tayronas y con los indígenas de la región, promoviendo el comercio y prohibiendo esclavizaciones. Se trazaron las primeras calles de tierra, se repartieron lotes, se plantaron cultivos y se levantó una iglesia junto a la plaza central. Frente a la bahía se erigió un rudimentario fuerte de madera y tapia, germen de la defensa de la villa. Santa Marta se convirtió así en la primera ciudad continental permanente de los españoles en Sudamérica, un puerto natural que abría la puerta hacia el interior del continente.
Pero la fundación no estuvo exenta de dificultades. El calor sofocante, la falta de víveres y las enfermedades tropicales pusieron a prueba a la colonia. Bastidas, fiel a su fama de moderado, insistía en mantener la paz con los indígenas, pero muchos de sus propios hombres, impacientes por obtener oro, comenzaron a mostrar descontento. El hallazgo de vetas auríferas en la región encendió la ambición de los soldados, que reclamaban parte del metal. Bastidas, sin embargo, se negó a repartirlo antes de cubrir los gastos de la expedición.
La tensión desembocó en tragedia. Su teniente Pedro de Villafuerte, junto a otros conspiradores, lo apuñaló en su modesta casa de barro. Gravemente herido, Bastidas se vio obligado a ceder el mando al capitán Rodrigo Álvarez Palomino. Decidió entonces regresar a Santo Domingo para curarse, pero una tormenta desvió su nave a Cuba. Allí, en Santiago, murió el 28 de julio de 1527, apenas dos años después de haber fundado la ciudad que le otorgaría un lugar eterno en la historia.
Muerte, enterramientos y viajes post-mortem de Bastidas
Si Bastidas viajó en vida también lo hizo de muerto. Tras su muerte en la isla de Cuba, apenas dos años después de la fundación, desató la deserción de soldados y nuevos choques con los indígenas de la región, obligando a la Corona a nombrar rápidamente sustitutos para restablecer el orden.
El cuerpo del adelantado fue enterrado inicialmente en la catedral de Santiago de Cuba. Sin embargo, su hijo mayor —también llamado Rodrigo de Bastidas, futuro obispo de Coro en Venezuela— gestionó la exhumación de los restos para llevarlos a Santo Domingo, donde fueron depositados en la Basílica Catedral de Santa María la Menor, junto a su esposa e hijo. Durante siglos, el fundador de Santa Marta descansó en la isla caribeña.
No sería hasta 1953 cuando sus restos volvieron al lugar de su gesta. A petición de las autoridades colombianas, fueron trasladados solemnemente a la Catedral Basílica de Santa Marta, el templo más antiguo de la ciudad. Allí reposan hoy, en una tumba señalada por una lápida que lo recuerda como «el adelantado Don Rodrigo de Bastidas, fundador de la ciudad».
La memoria del navegante sevillano también se perpetúa en la toponimia urbana de Santa Marta. Hoy, el paseo marítimo de la ciudad lleva su nombre y otros enclaves evocan su figura; e incluso en Paseo bastidas se alza el monumento a Rodrigo de Bastidas, obra del escultor sevillano José Lafita Díaz, inaugurada en 1928, cuyos relieves narran episodios de su vida, desde las exploraciones hasta el motín en la ciudad que le condujo a la muerte.
500 años de Santa Marta: la ciudad del origen
En 2025, con motivo de los 500 años de la fundación de Santa Marta, la figura de Bastidas ha vuelto a primer plano. La ciudad más antigua en pie de Colombia conmemora su origen y rescata la memoria de aquel sevillano que impulsó un proyecto que marcaría el inicio de la presencia hispánica estable en el continente sudamericano.
La ciudad de Santa Marta ha sabido conservar un valioso patrimonio cultural y al mismo tiempo late como una urbe viva, diversa y festiva. Santa Marta es hoy una ciudad vibrante, artística y hospitalaria, cuna de Carlos Vives y del «Pibe» Valderrama, donde el eco de su pasado convive con la alegría caribeña del presente. En este 2025, sus quinientos años recuerdan no solo la gesta de su fundación, sino también la vigencia de un legado que sigue marcando identidad.
Mientras Santa Marta celebra sus 500 años, en Sevilla sorprende el silencio hacia uno de sus hijos más trascendentales. Rodrigo de Bastidas fue el trianero que abrió al mundo las puertas del litoral colombiano, y su memoria debería ocupar un lugar visible en la ciudad que lo vio nacer. En otros países como Inglaterra o Francia, su figura sería ensalzada con museos, monumentos y homenajes permanentes, mientras hoy se le niegan a las Reales Atarazanas el Museo Marítimo de Sevilla que por deber e historia la ciudad merece. Poner en valor su memoria no es un gesto menor: es un deber de España, de Andalucía, Sevilla y de Triana. Porque rescatar a Bastidas es rescatar la Sevilla marinera y universal que desde sus orillas lanzó sus navíos al Atlántico y abrió las puertas de América. Hacerlo es ponernos, por fin, a la altura de nuestra propia historia.
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