Reloj de arena
Manuel Delgado Suárez: un chino por bulerías
Hijo del fallecido Manuel Brenes, el Chino ha heredado, cosas de la genética, el toque de guitarra festero de su padre
De izquierda a derecha, Remedios Amaya, Luis Peña, el Chino y Farruquito, en una imagen del archivo personal de Luis Peña
Si los chicos de Supertramp hubiesen conocido las noches del Chino en La Carbonería o en la Peña de Camas , con lujo faraónico de sahumerios y horas interminables rendidas a la bohemia más radical, el tema de la Obertura de los ... locos se lo hubieran dedicado a él y a sus amigos. El que diga que ha vivido la noche a velocidad de gran premio que lo demuestre. Porque en la clasificación irán segundos tras aquel grupo de chavales que aparecieron por la Peña Torres Macarena , con sus guitarras, sus pataítas y su flamencura para abrirse camino en los callejones estrechos y llenos de murciélagos del arte. Manuel Delgado , El Chino, es hijo del fallecido Manuel Brenes y de una gitana de Jerez con mucha prosapia en el compás. Y el oriental heredó, cosas de la genética, el toque de guitarra festero de su padre. Entre los chavales que llegaron a la Torres Macarena con El Chino iban Natalia Marín , Raúl el Perla , Luis Peña y Rubén Lebaniego . Algunos se sometieron a la disciplina del método. Otros, como El Chino, entendieron el arte como un disfrute, como un vaso de gazpacho a la hora de más calor, un reconstituyente que le da al artista motivos para liberar el alma y no lo contrario. En la peña encontraron calor, color y camino para hacer sus carreras. Y cada cual la hizo como su cabeza le dio a entender.
Tres mosqueteros de la noche flamenca salieron de aquel grupo. El Chino, apodado así porque parecía que le había prestado los ojos a Jackie Chang, Luis Peña y el Perla. El Chino, que dominaba todas las falsetas que aprendió de su padre, le tocó al Paquiro en sus últimos tiempos, también acompañó a Fernando Terremoto y a Luis el Zambo . Con Juanito el Camas , en la peña de la tierra del faraón, firmaron noches memorables, donde la luna y el sol se sucedían sin que hiciera estragos en los relojes del cuerpo, quizás gracias al avituallamiento del que llevaba la barra: un carnicero que dejaba lo más sabroso de la ternera para aquellas noches. Si el ministro Alberto Garzón los hubiera visto devorar carne con el hambre que daban las horas posteriores al festival de ‘plajos’, hubiera salido de penitencia en una cofradía de barrio.
El Chino fue quizás uno de los tres mosqueteros más singulares del grupo. De su padre era el R7 que él conducía sin carné por Sevilla y al que le echaban entre todos trescientas pesetas a escote , como si el coche fuera un vespino con cuatro ruedas. Una noche de gloria reunieron mil pesetas entre los tres, que fueron enteritas al sediento depósito de la gasolina. Cuando El Chino fue a arrancar el coche, le hizo como un saltito. Y, sobrado de ángel, picardía, electricidad e ingenio, comentó a los amigos: «eso ha sido un erutito. No está acostumbrado a tanta comida…». Golpes como esos los tiene el oriental a manojitos, como también suma muchos su reverso. Por ejemplo, al Chino si no le gusta como canta al que está acompañando siempre tiene dos planes. El A y el B. El plan A es empezar a soltar con guasa: «osú hoy el arte no ha venido» . Y el plan B es levantarse, coger la guitarra y meterla en la funda hasta mejor ocasión. Le cuentan varias como estas. En cierta ocasión, un cantaor o cantaora, no me lo ponen en pie con certeza, empezó a cantar por mineras y al Chino se le atragantan esos palos. Y él salía con otro, insistiendo, hasta que el cantaor lo seguía o cambiaba la pieza del repertorio. Las noches de bohemia y picardía que El Chino tiene registradas como marca de la casa son innumerables. Tantas y de tal intensidad que revelarlas ocasionaría más expectación que las diluvianas lágrimas de Rociito . Quizás por eso no se cuentan o no te las quieren contar. Algunas deben cruzar las líneas rojas. Esas noches con Juan el Camas y con el Marsellés en la Carbonería estarán empanadas de momentos de gloria y de fogonazos de ingenio popular. De algunas de ellas sale una novela picaresca del siglo XX o una escena increíble de Tarantino.
Cierto año, un norteamericano que se quedó pillado con el flamenco, otro más, rodó un documental que tituló «A personal Journey» , donde trataba de explicarle a los ajenos qué es el flamenco. El documental de Tao Raspoli se debate entre la pasión y el desconcierto. Porque al Camas le intenta traducir al inglés la letra de una bulería, con subtítulos donde no entra ni con decreto ley el término endiñar. El mar no se puede meter en un agujero. Y para que lo sacara de aquellas honduras, Raspoli se entregó en el documentral a la sabiduría de Manolo Molina . ¿Qué es el flamenco, Manolo? Y el caballa con más sentimiento del mundo le respondió: un pájaro con las patas muy largas. Tao aún debe de andar pillado con los ansiolíticos. Pero el documental quedó de lujo. Una de las escenas se rodó en un hostal del barrio de Santa Cruz . Allí estaban el Chino y Luis Peña. No sé si se asoma a cámara el otro mosquetero, el Perla. El caso es que se pusieron a cantar en la azotea y desde el ojo patio el casero empezó a gritarles qué que estaban haciendo, que esos gritos no se podían dar. Tao Raspoli quiso saber qué pasaba. Y El Chino lo clavó en una frase: «No pasa ná. Pasa que ese tío nació en España. Pero tiene alma de polaco…». El Chino sigue viviendo al día como un alma libre y desinteresado de que se le reconozca que algunas de sus noches merecieron bautizarlas como la Obertura de los locos…
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