Reloj de arena
José Manuel Padilla: Un heterodoxo de libro
De cabeza dura y corazón tierno, tenía en el escaparate los libros que lo definían como librero y como lector
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Iniciar sesiónEn cierta forma, salvando los prejuicios, fue un hombre orquesta. Un tipo capaz de ser varias cosas a la vez y no morir en el empeño. Por el contrario, toda esa múltiple facilidad para ser muchos en uno solo le fluía como el agua de ... un caño. Con naturalidad, abundancia y frescura. José Manuel Padilla , que el próximo día de todos los Santos cumplirá tres años lejos del mundo de los vivos, fue librero, editor, escritor, actor, maquillador y crítico teatral de alta exigencia . Fueron famosas, pese a no ver la luz, las críticas feroces que le hacía a un dramaturgo andaluz cuyo teatro no encajaba en la preceptivas de sus gustos estéticos. Más de una vez, el compañero Ignacio Camacho tuvo que escribir una crónica de urgencia para Diario 16 supliendo la titular, más serena y sin colmillos de sable. La de Padilla era dinamita para los pollos. Generoso, amistoso, corpulento, divertido, con lengua mordaz y venenosa, a los políticos convino en llamarlo, en unión del poeta y amigo Miguel Vázquez , los pájaros sonambulescos que suelen mancharte la chaqueta si te paras bajo un árbol. En un juego de palabras también muy usado por Padilla y el poeta Vázquez decía que a los políticos solo les interesaba el «solo-mi-llo»…
Padilla tuvo librerías en diferentes lugares de la ciudad. En Los Azahares, en Laraña, en San Juan de la Palma y en Trajano . Se licenció en Filosofía y Letras. Y en la facultad, junto a aquella generación del mayo francés cuyas olas más rebeldes llegaron a las plácidas playas del campus, entró en contacto con la gente del teatro, con Amparo Rubiales , con Alfonso Guerra . Trabajó como actor y maquillador, a los actores de Esperpento y Mediodía. También maquilló por algunos años a los Reyes Magos del Ateneo. Curiosamente, embulló a un periodista tan heterodoxo como él, Pepe Guzmán , para que hiciera sus pinitos en el teatro. En una ocasión, mientras ensayaban no sé qué obra clásica, Pepe Guzmán salía vestido de romano. Y Padilla comentó con aquella sorna picante y definitiva que tenía: «Ahora entiendo por qué cayó el imperio romano…» Paco Correal , que lo trato con frecuencia, me recuerda que un tipo como Padilla, con tanto que contar y decir, jamás accedió a dejarse entrevistar .
De cabeza dura y corazón tierno, Padilla, tenía en el escaparate los libros que lo definían como librero y como lector. No busquen en aquellos anaqueles a Ken Follet y ‘Los pilares de la tierra’ . Simplemente estaba prohibido. Pero sí podías encontrarte con la última obra del primer africano que ganó en 1986 el Nobel de literatura: Wole Soyinka . Me cuenta su hijo, Manuel Padilla, que la editorial del Nobel lo placeó por Sevilla para darlo a conocer. Nuestro hombre en Laraña formó parte del séquito, quizás por su cargo en la corporación de libreros. El caso es que Padilla tuvo la idea de adobar el paseo de Soyinka llevándolo a degustar pescao frito. Antes de marcharse de la ciudad, un periodista le preguntó qué es lo que más le había gustado de todo lo visto. El Nobel africano no lo dudó: el pescao frito. Dicen que cocinaba bien, que era un artista entre fogones. Un verano invitó a Miguel Vázquez a su casa de Camas por siete días con el objetivo de enseñarle a cocinar. El último día le tocó al poeta de Algeciras graduarse, hacer la comida con un invitado especial a la mesa: José Antonio Moreno Jurado . Ambos poetas platos de gustos líricos preferidos por Padilla. La inconsolable decepción de Moreno Jurado de no verse correspondido por la Universidad con la cátedra de griego clásico se la recompensó el amigo Padilla publicándole todo lo bueno que salió de su cosmovisión poética. Dije más arriba que era generoso y amigo. Y lo demostró siempre.
La amistad, el hacer buenos libros, maravillosos ex libris y sorprendentes marcapáginas, iba todo en el lote de su capacidad de ser hombre orquesta . Sin que faltara el humor. Editó libros en homenaje al culo anatómico y al abanico como objeto fetiche. A un catedrático de Historia Antigua, Genaro Chic, le publicó un ensayo de antropología del lenguaje de la relación que en la antigüedad se establecía entre el sexo femenino, el horno y el fuelle vivificador del horno y, tesina que le gustara, tesina que la entregaba a su imprenta. Arriba del local de Laraña tenía el taller, al que invitaba a amigos escogidos para enseñarles partes del oficio: encolar, cortar las páginas y encuadernar. Y los viernes por la tarde tocaba tertulia. Cristian Decaillet , esposa de Benito Moreno , era asidua del taller y le llamaba maestro. Cuando murió, Padilla le editó un hermoso poemario que Benito le había dedicado a su esposa. Con Benito Moreno y Jesús Quintero solía verse las mañanas soleadas de invierno. Paseaban por el centro y Quintero tenía la querencia de pararse ante cualquier quiosco y comprar un dominical, revista o periódico que, automáticamente, se los entregaba a Benito. En uno de esos paseos, Quintero le preguntó al fino poeta que le cantó a Bécquer por sevillanas que dónde estaban los periódicos que les iba dando. Y Benito, sin inmutarse, le dijo: «En la papelera. Yo no soy el recadero de nadie…» Su amigo Víctor Soriano , hostelero local, firmó con Padilla uno de los pasajes más mágicos de su vida. Eran muy jóvenes y se dedicaban a hacer magia por los teatros de la provincia. Padilla apareció vestido y caracterizado de chino. Pero tras el escenario había niños muy indiscretos. «No se pierdan este espectáculo, vean a un chino auténtico que no entiende español…», presentó Víctor. Pero uno de los niños reventó la situación: «El chino ha dicho hijo puta». Y el teatro se vino abajo. Como Sevilla cuando conoció que su heterodoxo de libro nos dejó para conquistar los cielos que perdimos…
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