Reloj de arena
José García Jiménez, ‘El Sentencia’: el color de su pasión
Le gustaba entrar bonito y elegante por Parras y llegar al Arco como un señor nazareno de morao
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Iniciar sesiónVivió en la calle Parras , en la misma casa que Marta Serrano , la saetera que alimentó la vida de un jazmín en un jardincillo de la basílica con las cenizas de lo que fue, cuyas flores abrían en la noche más ... hermosa del año para perfumarnos con la letra de un reproche: «Te fuiste cuatro días/Y tardas siete en volver/Madre mía Macarena/¡¡No nos lo vuelvas a hacer!!» En aquella casa de Parras, donde los balcones temblaban cantando y la primavera se aturullaba con el resplandor de las esmeraldas, vivió El Sentencia una vida de libro, una existencia que reclama tinta y muchos puntos suspensivos. Su pasión fue de color. De un solo color. El morado . Que es el color que distingue su fe. Creyó en el nazareno que escuchaba, maniatado y pensativo, la corrección política de Pilatos mientras se lavaba las manos en la palangana de la no injerencia en asuntos hebreos. Haciendo más política que justicia. Y ese hombre que, con los ojos perdidos, ve lo que se le viene encima, llenó el sentido de su vida, que fue tan morada como roja y blanca. Macareno, morado y palangana, como no podía ser de otra forma . Toda una fortuna…
No exageraría si entendiera que El Sentencia, en su ropero, tenía casi igual cantidad de trajes de vestir que de túnicas. Porque, para hacer la estación de penitencia, usaba dos. Una por la noche. Y otra para entrar en el barrio, cambiándose en el mercado de la calle Feria. Le gustaba entrar bonito y elegante por Parras y llegar al Arco como un señor nazareno de morao . Su misterio no despertaba la devoción efervescente que el palio de la Señora. Muchos aún no habían descubierto ese magnetismo. El Sentencia sí. Quizá por eso se sentía el representante de lo que significaba en la tierra. En la vida cotidiana, El Sentencia, siempre lo adornaba algo de ese color. Un pañuelo, una camisa, una corbata. O un pisa corbata donde se leía: Sentencia. Vivía y sentía en esa escala de pertenencia que construía su mundo y su fe. Fue tío de dos grandísimos macarenos: Manolo García y Pepe García . Uno fue hermano mayor y el otro, capitán de la Centuria. Manolo García recuerda que se gastaba el dinero en el carné del Sevilla y en ropas macarenas. En cierta ocasión, siendo diputado mayor de gobierno, Manolo García quiso estrenarse de morao, porque su corazón siempre fue verde, verde Esperanza. Le pidió una túnica a Antonio Cuervas , ya por entonces enfermo y que había dejado de hacer la estación. Cuando se enteró El Sentencia de que su sobrino andaba buscando una túnica y no se la había pedido a él, lo puso firme. Un día después estaba El Sentencia entregándole a Manolo García el antifaz, los botones, los cordones y el escudo. El Domingo de Resurrección lo llamó para devolverle las prendas. Y El Sentencia le dijo: «Quédate con ellas. Es lo que vas a heredar…»
Dicen que heredó un carácter noblote, alegre, dicharachero, entrante y volcánico a veces. Una foto suya con Gene Kelly, en el atrio de la basílica, le sirvió a Life para llevarlo a portada . Junto con El Melli y Pepe el Pelao formaron los tres mosqueteros que no tenían nada que envidiarle al que el actor norteamericano interpretó para el cine. Y ese trío de ases fue el que acompañó a Fernández Cabrero , actual hermano mayor y, por entonces, costalero y chavalote recién llegado de Santander, a comprarse la túnica de la hermandad. Quince días. Quince días tuvieron a Cabrero, aquel trío de tunantes, mareándolo con la túnica y almorzando a costa del presupuesto del cántabro. Finalmente le trajeron de Francia la tela del antifaz, terciopelo puro, el auténtico sangre de toro como lo llamaba El Melli. No era infrecuente verlos a los tres mosqueteros y al santanderino recién aterrizado en la muralla vieja, calentando en la barra del bar Plata, a base de latigazos cazalleros. Un día, Pepe el Pelao, le regaló a Cabrero un llavero de los armaos. La entrega fue solemne y revestida de sobreactuación verbal. El discurso de entrega se iba haciendo tan largo y previsible que, para que concluyera el Trajano de la Centuria, El Sentencia no dejaba de exclamar: «Vamos allá, vamos allá, vamos alláaaaaaaa».
Pero El Sentencia siempre iba mucho más allá. En cierta ocasión, siendo Manolo García diputado mayor de gobierno, reunió a los mandos intermedios en lo que hoy es el museo macareno. Allí les avisó de que los tiempos estaban cambiando, que había ciertas ligerezas que no encajaban, que los hermanos tenían que venir formados hasta Laraña, que había que cuidar las formas en los bares. García sacó una foto en la que se le veía sentado de nazareno en el pescante de un coche de caballos. Y les dijo: «Esto no se puede repetir». El Sentencia se doblaba con las cosas de su sobrino porque les estaba amonestando de algo que él había hecho desde chico . No se cortaba ni en la barbería. Y menos ante los galones del poder. A Fernández Cabrero, amigo y hermano, se le levantó en un cabildo micrófono en mano para largar más lava que el volcán canario. Señalándolo con su dedo índice le dijo: «Ese, ese, el de Santander, que me da ‘rempujones’ en la Madrugá delante del paso…» En el museo sentimental de la memoria macarena brilla la pasión morada de este palangana de la calle Parras que nunca abandonó a su sentenciado argumento de fe. Él siempre estuvo a su lado cuando Sevilla aún desconocía el alcance de su magnetismo .
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