Reloj de arena
Felipe Rodríguez Melgarejo: Ni debajo del agua
Fue espíritu libre que no sabía decir las cosas de otra forma que no fueran a la cara y, a veces, tan claras, que suponían un abuso de sinceridad
Félix Machuca
Si tuviéramos que echar mano de los colores para pintar su retrato no sobraría el azul de los populares, ni el rojo de su apasionamiento, menos aún el blanco de sus colores balompédicos, ni el verde macareno, como tampoco podría faltar el rosado de una ... lengua indomable. Felipe Rodríguez Melgarejo , que nos dejó este pasado año en su vespa recto por la autopista del cielo, fue siempre un espíritu libre que no sabía decir las cosas de otra forma que no fueran a la cara y, a veces, tan claras, que suponían un abuso de sinceridad.
A Óscar Alzaga , tras su operación de estrabismo, lo miró a la cara y le dijo: «Estás más bizco que antes»; a Soledad Becerril , en más de una ocasión, le dejó claro que los hombres las preferían rubias, pero que no era su caso; a Fernández Floranes , concejal de Fiestas de los primeros años socialistas en el municipio sevillano, le dijo en el palquillo del Ayuntamiento que no le salía de los ‘cohones’ pedirle la venia para que pasara la Macarena y, al presidente de Idea, invitado a la tertulia ‘Agora Hispalensis’, le leyó dos folios de su propia cosecha para rebatirle todo lo que había dicho durante su turno de intervención, que a Felipe se le antojó desajustado y poco fiel a la realidad. Ni debajo del agua se callaba.
Al cuello llevaba un escudo macizo del club de su vida, el Sevilla FC, tan aparatoso que recordaba los oros con los que los ‘gipsykings’ se adornan sus cuellos; como Pepe Marchena tenía, igualmente, un inconfundible estilo de vestir, que era identificable como la marca Rodríguez Melgarejo; y hubo un tiempo donde, vencida la juventud por las nevadas sienes de los años, exageró con el farmatínt rubio oscuro. Fue concejal popular y empresario de ocio de la noche.
Irrepetible
«Concejal popular y empresario de la noche, Felipe Rodríguez Melgarejo, se significó por no saber morderse la lengua y practicar un estilo muy directo»
En su discoteca Holliday , en la calle Jesús del Gran Poder, la gente se moría de éxtasis festero, sacando los empleados a más de uno sentado en una silla para que lo aliviara el fresco del barrio. Muchos actos de su partido se celebraron en Holliday. Uno de ellos fue el de un candidato al Senado que le dio sentimental la noche y en su discurso hizo continuadas referencias a su madre, con lágrimas como garbanzos. Felipe se le acercó y le dijo a oído: miarma deja a tu madre para otro día y vamos al lío… De líos es padre de unos pocos.
En el Sánchez Pizjuán tenía su localidad debajo justo del palco. Tenía la costumbre de comer pipas y de invitar a las personalidades que se le sentaban en tan prestigiosa zona en los días señaladitos de Nervión: pongamos que hablamos de un Sevilla-Betis. El comía pipas y, como un rey mago, las arrojaba hacia el palco para que los béticos invitados también disfrutaran... Jaime Raynaud , insobornable verdina, era muy amigo de Felipe y trataban de evitar hablar de fútbol, pero coincidían habitualmente en los viajes que obligaba la política.
Sin complejos
«A Óscar Alzaga, recién intervenido de una operación de estrabismo, lo miró fijamente a los ojos y le dijo: te han dejado más bizco que antes»
En el Melía Castilla de Madrid fue protagonista de una de esas bromas marca de la casa Melgarejo. Estaban unos cuantos reunidos en una habitación disfrutando del trago largo y, sorpresivamente, aporrearon la puerta al grito de: ¡Seguridad del hotel, seguridad del hotel, abran! Evidentemente, tras aquella voz impostada, estaba Felipe para darle un susto a los reunidos y luego incorporarse al placer de viajar que siempre te brindaba los tragos de Bombay Sapphire … Un susto de grado siete en la escala del miedo le dio a su querido Javier Arenas . Ambos hacían estación de penitencia con la Macarena. Y a Javier le dieron el libro de reglas. En un momento de la procesión, se le acercó al líder popular un nazareno con voz gorda que le dijo: «qué raro está ese libro, déjeme que lo vea». Arenas le permitió que lo viera y el nazareno exclamó: «solo lleva las pastas ¿Y lo de dentro, ¿dónde están las hojas del libro? ¿Se le han caído?». El trago de Arenas hasta que Melgarejo se identificó fue un auténtico calvario.
No menos sufrido fue el momento que el llorado jefe de protocolo municipal, Mauricio Pérez Adame , se encontró la noche final de feria con todos los sitios reservados para la cena en la caseta municipal cambiados de sitio y sin orden protocolario alguno. En esas cenas la concurrencia era de fuste. Y la valvulina institucional ocupaba su sitio para despedirse de los farolillos y los fuegos artificiales por todo lo alto. Cigalas a la quinta potencia guiadas por bogavantes en lo alto de las bandejas. Media hora antes de comenzar la cena, Felipe, compinchado con José María Ferre y Felipe Pareja , procedieron a darle la vuelta al protocolo y sentar a un alto mando del Ejército de Tierra junto con un presidente de una Asociación de Vecinos, a un hermano mayor de una hermandad de negro con una espectacular señora del artistaje y al presidente de la Cámara de Comercio a la vera de un pregonero peñazo.
Reglas
«A Arenas, un año en el que llevaba el libro de reglas, le gastó una broma moral: hacerle creer que se le habían perdido hojas durante la procesión»
Rodríguez Melgarejo fue verso suelto, piojo en costura, lengua sin freno y un insubordinado de orla. Recién intervenido de su primera crisis cardiaca abandonó la clínica para ir a votar. Quizás el color que predomine en su retrato sea el de su santa voluntad que no hay palabra que lo defina y que para identificarlo hay que señalarlo con el dedo…
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