UNA HISTORIA DE SEVILLA... EN VERANO
Por ti reinan los reyes
Ninguna otra imagen como la Virgen de los Reyes ha mantenido una continuidad devocional semejante: 777 años lleva Sevilla poniéndose a sus pies
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Iniciar sesiónLa Virgen de los Reyes es, además de la devoción más antigua e importante de la ciudad, un puente entre la Sevilla medieval y la actual. Desde la conquista de Fernando III hasta hoy, su devoción no ha conocido interrupción. Generaciones enteras de sevillanos, desde ... los primeros repobladores del siglo XIII hasta los vecinos de nuestros días, han rezado ante Ella y la han venerado con la misma fe. Ninguna otra imagen ha mantenido una continuidad devocional semejante: 777 años lleva Sevilla poniéndose a sus pies. La Virgen de los Reyes es, sin duda, la más antigua, arraigada e importante devoción de la ciudad.
La conquista de Sevilla por Fernando III (1248)
En el siglo XIII, Sevilla era la urbe más importante de al-Ándalus, codiciada por su valor estratégico y simbólico. El rey castellano Fernando III el Santo había unificado las coronas de Castilla y León y emprendido una arrolladora campaña de conquista cristiana: tomó Córdoba en 1236 y Jaén en 1246, reduciendo el poder musulmán a la franja occidental de Andalucía. Con la ayuda de las órdenes militares y bajo el amparo de una bula de cruzada otorgada por el papa Inocencio IV en 1247, Fernando puso sitio a Sevilla en agosto de 1247. Fueron catorce meses de asedio tenaz, con apoyo naval del almirante Ramón de Bonifaz para bloquear el Guadalquivir, hasta que finalmente, el 23 de noviembre de 1248, la ciudad capituló. Según relatan la crónica de su hijo Alfonso, el caíd Axataf entregó personalmente las llaves de la gran metrópoli andalusí al monarca victorioso, en un gesto con enorme carga simbólica que anunció el fin de una era. Sevilla, la floreciente Isbilya almohade, pasaba a formar parte de la Cristiandad, y con ella un inmenso territorio del sur peninsular cambiaba de manos.
La entrada de Fernando III en Sevilla significó no solo una conquista militar sino también religiosa. El rey, profundamente devoto, acudió a la antigua mezquita mayor –consagrada de inmediato como Catedral de Santa María de la Sede– para dar gracias por la victoria. Allí ordenó celebrar la primera misa y erigir una Capilla Real destinada a custodiar reliquias y servir de panteón real. Fernando III encarnaba el ideal medieval de rey cruzado y santo: había logrado el empujón definitivo de la Reconquista al tiempo que alentaba la construcción de catedrales y templos cristianos en sus dominios. Sería canonizado siglos después, pero ya en vida sus contemporáneos lo consideraban un monarca piadoso, humilde en la victoria y magnánimo con los vencidos. De hecho, aunque impuso la salida de la mayoría de la población musulmana, garantizó la protección de quienes marcharon y de quienes decidieron quedarse respetando la vida e incluso la hacienda de los rendidos, en la medida de lo posible. Esta mezcla de firmeza guerrera y fe profunda cimentó su fama de gobernante ejemplar. Y según la tradición sevillana, fue precisamente esa fe la que inclinó la balanza durante el asedio, gracias -según la tradición- a la intervención milagrosa de la Virgen María, de la que era profundamente devoto.
La leyenda del sueño de San Fernando
Cuenta la preciosa leyenda, que en los días previos a la conquista de 1248, Fernando III dormía en su campamento de Tablada cuando se le apareció la Virgen María con el Niño en brazos. «Fernando, por tu gran piedad, habrás de conquistar Sevilla», le habría dicho. La ciudad cayó poco después y, para el rey, la victoria no fue sólo de las armas, sino fruto de una promesa cumplida. Movido por gratitud, quiso encargar una imagen que recordara aquella aparición.
Ningún escultor lograba plasmar lo que él había visto, hasta que un día llegaron tres jóvenes peregrinos al Alcázar ofreciendo tallarla, con la condición de trabajar a solas. Se les dio un aposento apartado y el material necesario. Una noche, atraída por un canto, una sirvienta se asomó por la cerradura y vio a los tres arrodillados entre resplandores, la talla ya concluida. Avisó al rey; cuando entró, encontró la imagen idéntica a su sueño, pero los peregrinos habían desaparecido. Comprendió entonces que no eran hombres, sino ángeles enviados para hacer realidad la visión.
El prodigio fue proclamado por el obispo don Remondo y la imagen recibió el nombre de Santa María de los Reyes. Desde entonces, la Virgen acompañó al monarca como patrona y generala en sus campañas, cerca del pendón real, y el propio Fernando dejó escrito que deseaba ser sepultado a sus pies. Así se hizo en 1252, primero en la Capilla Real medieval de la mezquita catedral y, desde 1579, en la renacentista de la Catedral, donde aún reposan sus restos incorruptos.
La leyenda del sueño y la milagrosa talla angelical caló hondo en la piedad sevillana, transmitida de generación en generación. Gracias a ella, la Virgen de los Reyes no es solo un símbolo religioso, sino parte viva del imaginario de la ciudad: la «Reina de Sevilla» que otorgó la victoria al rey santo y se quedó para siempre como madre protectora de los sevillanos.
La conexión con San Luis de Francia: un regalo regio
Paralelamente a la leyenda local, existe otra tradición que vincula el origen de la Virgen de los Reyes con la cercana relación familiar entre Fernando III y San Luis IX de Francia. Estos dos monarcas contemporáneos –ambos canonizados posteriormente– eran primos hermanos: la madre de Luis, la reina Blanca de Castilla, era hija del rey Alfonso VIII y por tanto hermana de la reina Berenguela, madre de Fernando III. Aprovechando esa estrecha alianza dinástica, y compartiendo ambos el ardor de la cruzada (Luis IX lideró la Séptima Cruzada mientras Fernando reconquistaba Andalucía), la tradición sostiene que el rey francés envió como obsequio a su primo castellano una imagen de la Virgen. Aquel regalo habría tenido un significado especial: se trataba de una estatua de la Virgen con el Niño, sedente, que el soberano galo enviaba para apoyar espiritualmente la campaña de Sevilla. Al recibirla Fernando, maravillado, la habría denominado «Nuestra Señora de los Reyes» precisamente por ser un presente de rey a rey, quedando así bautizada la patrona sevillana. Esta versión, menos poética que la leyenda del sueño pero muy extendida también, explicaría el gran valor artístico de la talla y algunos de sus misterios. De hecho, estudios técnicos sitúan la realización de la imagen en la primera mitad del siglo XIII, con rasgos propios del gótico francés y labrada en madera de alerce poco común en la imaginería hispana. Tales características han llevado a más de un historiador a sugerir un origen francés de la escultura, reforzando la teoría del regalo de San Luis. Existen otros ejemplos de imágenes marianas fernandinas traídas de Francia, como la Virgen de las Batallas -que portaba Fernando III en su cabalgadura-, proveniente de la Escuela de Reims.
Esta teoría encaja en el contexto diplomático de la época. Luis IX y Fernando III, además de familiares, mantenían relaciones cordiales en plena cruzada contra el islam: mientras Fernando avanzaba sobre Sevilla en 1248, Luis consagraba en París la Sainte-Chapelle, joya gótica erigida para custodiar reliquias de la Pasión. En la decoración de esa capilla real, símbolo del reinado de San Luis, destacan no solo las flores de lis francesas sino también repetidas representaciones del escudo de Castilla, incorporado en honor a su madre Blanca.
Dicho detalle heráldico –los castillos dorados entrelazados con las lises azules en las vidrieras– es prueba tangible del orgullo que sentía el monarca francés por su sangre castellana y un guiño a la alianza entre ambas coronas. Algunos autores sugieren que en agradecimiento por el apoyo familiar o para reforzar los lazos de amistad, Luis IX pudo obsequiar a Fernando III con una imagen devocional de la Virgen traída de Francia, posiblemente inspirada en las Vírgenes trono de la escuela de París. Sea como fuere, no hay constancia documental de la entrega –si existió, debió hacerse a través de embajadores, pues los reyes no llegaron a encontrarse en persona–. Pero la sola existencia de esta tradición en las crónicas posteriores refleja la importancia que adquirió la Virgen de los Reyes más allá de Sevilla, al punto de involucrar a dos santos reyes en su leyenda fundacional. Hoy, los estudiosos consideran que historia y mito conviven en el origen de la venerada efigie: pudo ser una talla traída del norte por influencias francas y, a la vez, la devoción popular la revistió de prodigios para realzar su carácter sagrado. En cualquier caso, ya sea nacida de un sueño milagroso a orillas del Guadalquivir o llegada como presente desde la lejana Francia, la Virgen de los Reyes quedó indisolublemente ligada a San Fernando y San Luis, uniendo en su figura la piedad medieval de Castilla y Francia.
Historia, culto y perpetuación devocional
La Virgen de los Reyes es una talla de tamaño natural (1,76 m) en madera de alerce, obra anónima del siglo XIII. María aparece sedente, con el Niño en brazos, y posee un sistema de articulaciones ocultas que, según narran las crónicas, le permitía ponerse de pie y alzar el brazo para bendecir. Este mecanismo, único en imágenes marianas de la época, revela la maestría técnica medieval puesta al servicio del culto. Este ingenio, documentado ya en el siglo XIX por José Gestoso, permitía girar la cabeza y articular brazos y rodillas hasta el punto de pasar de estar sentada a ponerse de pie y gesticular. El estudio de Teresa Laguna, conservadora de Bienes Muebles de la Catedral, describe cómo funcionaba: un sistema de pasadores de madera en hombros, codos, muñecas, rodillas y caderas, combinado con un mecanismo para la cabeza alojado en la espalda. No era un movimiento autónomo —siempre requería la intervención de al menos dos personas—, pero en la Edad Media debía de causar un gran impacto visual, reforzando la sensación de «imagen viva». Conserva además cabello naturalizado, trenzado en hilos de oro, y luce una corona de oro con pedrería de 1873.
Fue coronada canónicamente en 1904 en un acto multitudinario que marcó un hito en la historia devocional de Sevilla. Y aunque la ciudad la ha venerado como patrona desde tiempos inmemoriales, su reconocimiento oficial llegó en 1946, cuando el papa Pío XII envió un telegrama al arzobispo, cardenal Pedro Segura, declarando: «Confirmamos y declaramos a la Santísima Virgen, bajo la advocación de Nuestra Señora de los Reyes, principal patrona ante Dios, la ciudad y Archidiócesis de Sevilla. Sin que obste nada en contrario».
Su ajuar es un patrimonio en sí mismo. Entre sus mantos más célebres están el verde bordado en oro y el blanco de castillos y leones, ambos regalos de Isabel II, o el celeste de tisú de plata estrenado en la coronación, donado por la condesa de Casa-Galindo, que lució durante su coronación en 1904. A ellos se suman sayas bordadas, joyas antiguas y atributos como el bastón de mando de la ciudad y el fajín de Capitán General, símbolos de su condición de Alcaldesa y Generala honoraria. Sus camareras, las Hermanas de la Cruz, cuidan este ropero sacro con un celo casi litúrgico. Cada 15 de agosto, la Virgen aparece sobre su paso de tumbilla —peana de plata con palio de ocho varales estrenado en 1924—, rodeada de nardos y portada por seminaristas, en la procesión más esperada del calendario sevillano.
El culto a la Virgen de los Reyes permanece inquebrantable en Sevilla: besamanos multitudinario cada 4 y 5 de agosto, novena del 6 al 14 y, como culmen, la procesión del día de la Asunción, cuando la ciudad entera se postra a sus pies. Miles de peregrinos llegan de
madrugada desde pueblos de toda la provincia para asistir a las misas de las 5, 5:30 y 6, y no son pocos los sevillanos que, en pleno agosto, interrumpen sus vacaciones y regresan cada 15 de agosto para verla. Han pasado 777 años desde que los ángeles la realizaran o la regalase su primo San Luis de Francia a San Fernando, pero su devoción sigue tan viva como entonces, iluminando la historia y la fe de Sevilla y encarnando a la que es, la Reina y Madre de Sevilla. Por que la reinan los reyes.
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