EL PASEANTE
La huella perdurable de la Semana Santa en la ciudad
Rótulos con advocaciones devocionales o con profesiones ligadas a las artes suntuarias junto con retablos y estatuas subrayan el legado cofradiero en Sevilla
En los últimos años, lo que se ha dado en llamar, con evidente tono peyorativo, la metástasis de la Semana Santa ha acabado por invadir muchos de los aspectos de la vida cotidiana de la ciudad más allá del tiempo litúrgico señalado para la conmemoración ... de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor. Televisores de bares en los que siempre está entrando en la Campana un misterio con mucha trompetería y muchas plumas de romano, marchas procesionales que se escapan de los altavoces de los coches parados en algún semáforo con cuarenta grados a la sombra o traslados y salidas extraordinarias de palios a mediados de otoño.
La Semana Santa deja una huella efímera en la ciudad tan evidente que cualquier sevillano podría identificar ese tiempo especial de Sevilla con sólo observar algún detalle nimio: las marcas de las sillas de la carrera oficial en el suelo, los damascos y colgaduras en los balcones, las aceras niveladas para colocar asientos, los anuncios en banderola retirados o girados y, cómo no, dos de los elementos provisionales cuyo montaje marca un hito en el paisaje sentimental de los sevillanos: la rampa del Salvador y los palcos de la plaza de San Francisco.
Pero hay otra huella permanente en la ciudad que deja su impronta todo el año. Acaso la más notable sea la pervivencia de advocaciones de Cristo y de Virgen en el nomenclátor, que se ha disparado en los últimos tiempos conforme las juntas de gobierno han presionado al Ayuntamiento de la ciudad para que las imágenes titulares se hayan incorporado al callejero.
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Según el servicio de Estadística municipal, hay 31 calles con el título de una advocación cristífera, además de la calle Cristo a secas, en Bellavista. Con nombre dedicado a la Virgen, se contabilizan ochenta vías de diferente consideración, incluyendo el Camino de la Ermita de la Virgen de Valme, en las inmediaciones del cortijo del Cuarto, también en Bellavista. En algunos casos, se ha optado por subir el título mariano escueto como Bendición y Esperanza sin más referencia.
Hay que hacer la salvedad que no todas de esas calles dedicadas a la Virgen obedecen a peticiones de hermandades. Por ejemplo, la urbanización de Los Remedios en los años 60 del pasado siglo rotuló un buen puñado de calles con advocaciones marianas, empezando por la calle Asunción.
En otros, ha sido el propio Ayuntamiento el que ha tomado la iniciativa como sucedió con la calle Esperanza de Triana para desalojar del nomenclátor al exministro de la Vivienda con Franco José María Martínez Sánchez-Arjona. La elección del nombre de la devoción trianera por excelencia acalló cualquier crítica por la aplicación de las leyes de Memoria que obligaban a desalojar del callejero a quien había sido magistrado del Trabajo y subjefe de Falange en Sevilla.
Pero la huella perdurable de la Semana Santa no se limita sólo a advocaciones devocionales en el callejero. Hay un buen número -menor, en cualquier caso, que estas- de personajes ilustres, cofrades conspicuos y profesionales que ejercieron su oficio engrandeciendo las cofradías sevillanas. Capataces, imagineros, bordadores, músicos, poetas, retablistas, presbíteros, arzobispos, fotógrafos o pregoneros encontraron asiento en los rótulos callejeros para recuerdo inmortal de sus contribuciones.
El caso más chocante resulta ser el de Cepeda, junto a la plaza del Museo. Se rotuló con ese nombre en 1869 en honor de un capitán del Ejército que entonces se consideraba autor de la imagen del Cristo de la Expiración de la hermandad del Museo, con capilla propia desde finales del siglo XVII. La atribución al militar Álvaro de Cepeda y de Ayala, que había puesto en marcha Ceán Bermúdez a comienzos del siglo XIX, se deshizo en favor de su verdadero autor, Marcos Cabrera, pero Cepeda no se apeó del nomenclátor.
Otras veces, la huella perdurable de la Semana Santa sevillana no se limita al callejero, sino que salta a las paredes en forma de retablos cerámicos que tiene estudiados con minuciosidad y precisión Martín Carlos Palomo. Este mismo año se ha restaurado el colosal retablo de azulejos del Cristo del Amor en la cuesta del Rosario, lo que da idea del aprecio y y el respeto patrimonial que va ganando esta expresión artística en un tiempo considerada menor.
Finalmente, un paso por encima de ambas, está la estatuaria en la vía pública. De todas ellas, la primera que se viene a la mente es la de Martínez Montañés firmada por Agustín Sánchez-Cid en la plaza del Salvador, que cumple un siglo desde su inauguración en 1924. Entre 1965 y 1983 se mudó al pie del magnolio de la avenida de la Constitución por cercanía con la Cieguecita, que sostiene en sus manos, pero al cabo del tiempo volvió al Salvador.
Más reciente en el tiempo, la estatua en bronce de su discípulo Juan de Mesa de Sebastián Santos Calero, instalada en la plaza de San Lorenzo en febrero de 2005 mirando a la puerta de la basílica para subrayar la importancia capital de este autor en la imaginería devocional sevillana.
Un lustro antes, la hermandad de la Macarena promovió un homenaje al bordador Juan Manuel Rodríguez Ojeda en el setenta aniversario de su fallecimiento. El busto se le encargó a Luis Álvarez Duarte para recuerdo inmarcesible del aire que supo imprimirle a la Macarena con sus bordados y su renovación estética. Una huella que perdura en el tiempo.
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