Ya hemos visto 'Berlín' en Netflix, la precuela de 'La casa de papel', y este es nuestro veredicto

Si durante las dos primeras partes de 'La casa de papel' (2017), aquellas producidas con más ingenio que dinero por Vancouver Media para Antena 3, Berlín es puro cerebro –un dictador, un violador, un mártir en última instancia–, aquí le quitan el sueño y el hambre las cosas del querer. Un clavo quita otro clavo porque el público se reencuentra con el siempre inmaculado Andrés de Fonollosa, bajo la lluvia en el Madrid de los Austrias, tras divorciarse de su tercera mujer y a punto de viajar a París para tomar 'café au lait' y dar un nuevo –viejo– golpe.

No se especifica el año, para evitar incongruencias con los 'flashbacks' de la serie madre, pero los números salen gracias a los teléfonos que utilizan los personajes. Spotify existe. Estrella Galicia (y el emplazamiento publicitario) también. Quizás ronde 2010 ó 2012. Entremedias es el 15M, pero a diferencia de la serie madre, en el esqueje no hay proclamas contra los de arriba. En vez de al Estado, roban a los ricos. Tampoco hay dilema moral: ¿Quiénes son los malos? ¿Los polis o los cacos? Ahí termina la ideología de un producto entretenido, a veces muy entretenido, cuya ligereza y frenesí facilitan el maratón, el atracón. Esto es Netflix.

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En 'Berlín', creada por Álex Pina y Esther Martínez Lobato, los mismos de 'La casa de papel', la banda también tiene pseudónimos, menos rimbombantes, menos pegadizos (Cameron, Keila, Roi, Bruce), pero no hay una prohibición expresa de mezclar lo personal y lo profesional. Sobre todo porque el jefe sería el primero en saltársela. Y hay que dar ejemplo. Pero ya saben: donde tengan la olla… No hace falta ser un experto, un crítico, para saber que los personajes cruzarán esa línea roja. Esa es la intención de los guionistas, casi todos hombres; entre ellos, una periodista (Lorena G. Maldonado). No repite Javier Gómez Santander, también periodista.

A pesar de ser un 'thriller' disfrutón, de aspecto luminoso, de cielos abiertos, la única tensión de 'Berlín' por resolver es la sexual. Roi (Julio Peña) y Cameron (Begoña Vargas). Keila (Michelle Jenner) y Bruce (Joel Sánchez). Ellos con ellas. Como el arca de Noé (no les podrán reprochar la diversidad con calzador, el peaje de Netflix). Siempre habrá una situación en la que, en plena faena, uno acabe encima de la otra. O viceversa. No han cambiado tanto las cosas desde 'Los Serrano' (Álex Pina fue su cocreador). De hecho, Berlín pide a Roi, su pupilo, ser el 'padre' de Cameron, la última en llegar. Falta la escobilla del váter. Y Resines.

Son contadas las interacciones entre Berlín y Roi porque el primero está en pleno enamoramiento, en pleno romance con la mujer (Samantha Siqueiros) del hombre al que van a robar. El amor ciega. Hay dos series en una, e incluso tres a medida que avanza la temporada: la del titular, que casi nunca pierde las formas (es más divertido Berlín siendo sádico que romántico), y la del resto de la banda, con Damián (Tristán Ulloa en modo 'zorro plateado') como voz de la experiencia.

Entre Berlín y Damián sí hay más familiaridad y, por tanto, más choque. Son dos viejos amigos. Se enfadan. Se reconcilian. Hablan sobre las mujeres. Sobre el amor. Sobre el sexo. 'Oh, là là'. Son señores 'señoreando'. Ellas, aunque empoderadas de boquilla, son damiselas en apuros; mismo delito que el de 'La casa de papel'. Sin embargo, en aquella, El Profesor (Álvaro Morte) tiene una relación única e intransferible con cada atracador; su dinámica con Tokio (Úrsula Corberó), a la que ve como una hija, no es la misma que con Nairobi (Alba Flores), que bebe los vientos por él. En 'Berlín' no pasa eso.

Amoríos y retozos aparte, el plan maestro de robo está lleno de percances accidentales que ponen a prueba la verosimilitud de un relato ya de por sí fantasioso: una carrera ilegal de coches que haría las delicias de Calparsoro, una picadura de serpiente…; son escenas de acción, dirigidas de manera impecable, posibles gracias a la liberación de esta precuela. Aún así, resulta paradójico que 'Berlín', ambientada y rodada entre dos países durante 9 meses, resulte más pequeña, menos ambiciosa, que 'La casa de papel', cuya acción principal transcurre en un interior.

La otra paradoja es que lo mejor de 'Berlín', reservado lógicamente para el tramo final, sea el regreso (al futuro) de dos personajes de 'La casa de papel' como las inspectoras Raquel Murillo (Itziar Ituño) y Alicia Sierra (Najwa Nimri), todavía amigas del alma. Las referencias son más que obvias como el gusto de Sierra por las piruletas o el recogido de pelo de Murillo (Lisboa) con un lápiz. La nostalgia es un arma de doble filo.

Y 'Berlín', con tanto personaje enamorado, es como ver a un grupo de borrachos estando uno sobrio. Pero si no puedes con tu enemigo, únete a él.