La ventana indiscreta
Sex Adoctrination
La serie de Netflix se convierte en redil de lo 'woke', a medio camino entre un anuncio de Benetton y un prospecto (des)informativo del Ministerio de Igualdad
Un final sosegado y sin fuegos artificiales para 'Sex Education' y sus personajes
Ncuti Gatwa y Asa Butterfield en la cuarta temporada de 'Sex Education'
Resulta que la X no era por el misterio. Desde que 'Expediente X' puso final a su andadura por los enigmas de esta y otras galaxias David Duchovny (Mulder) y Gillian Anderson (Scully) han picoteado en muchas series y películas, pero nada se les ha ... dado mejor que el sexo. Él triunfó con un ninfómano desmedido en 'Californication' y ella con la engolada terapeuta sexual de 'Sex Education'. Pero ni todos los expedientes que vio al otro lado de la realidad han preparado a la actriz para una temporada donde solo faltan el perrito piloto, los ovnis y un cerdo volando.
El resto, por exceso, se pelean por una frase y se solapan en la cuarta entrega de 'Sex Education', que aprovecha su despedida de Netflix para incluir un batiburrillo de personajes, identidades y demás ades que tanto abundan en la plataforma. También para convertir el antiguo instituto Moordale en el nuevo Cavendish, escaparate de la diversidad, redil de lo 'woke', a medio camino entre un anuncio de Benetton y un prospecto (des)informativo del Ministerio de Igualdad. Un lugar tan inclusivo que termina siendo excluyente. ¿'Sex Education' o 'Sex Adoctrination' (sic)?
El instituto se convierte en un lugar para adolescentes donde ninguno lo parece. Desfilan por la última temporada de esta comedia, otrora buque insignia de Netflix por su ligereza y entrañable mirada a los bochornos y tabúes de la adolescencia, un sinfín de personajes resabiados de la vida, de la muerte, de la religión, las drogas, de la amistad, del amor. Y por supuesto del sexo. Se olvida la ficción que un adolescente es por definición lo contrario: un ser humano indefinido, un niño cruel en el cuerpo de un adulto, capaz de las mayores vilezas y acosos por capricho, por pura ignorancia o simplemente por inseguridad. Pedirles racionalidad es como esperar debates literarios en 'Gran Hermano'.
Falta coherencia, sí, pero ahora sobra intención. Todo es tan desmedido en esta despedida que por momentos tiene que esforzarse en no caer en la parodia, en la sátira de los excesos 'woke'. Lejos de su frescura original, huele a cerrado, aunque brille la (prohibida) purpurina. Muere por sobredosis, por empacho, por estrechez. Por perder el norte, olvidada la trama entre tantos nuevos personajes encajados a la fuerza en un rompecabezas en el que, por mucho pegamento que haya, solo lo 'viejo' encaja. Anderson, incluida.