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Pedro Almodóvar: «Hay momentos en "Dolor y gloria" en los que me da la impresión de que yo imito a Banderas»

El cineasta vuelca en el filme sus obsesiones a través de la figura de Salvador Mallo, al que da vida Antonio Banderas

Pedro Almodóvar y Antonio Banderas, en un descanso del rodaje de «Dolor y gloria»
Fernando Muñoz

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Hay fotografías del pasado que, aunque en blanco y negro, se tornan luminosas, vibrantes y coloridas cuando pasan por el tamiz de la memoria. La imagen que el espejo de los recuerdos devuelve a Pedro Almodóvar le traslada con su madre y sus vecinas a la vera del río lavando la colada:«Hay muchos momentos de la infancia que olvidas porque no los evocas, pero ese lo he recordado muchas veces con Agustín y mis hermanas. Era una gran fiesta, y es de las experiencias más alegres y de mayor felicidad de cuando era pequeño», cuenta el cineasta desde su vistoso despacho madrileño. Es la primera secuencia, el primer viaje nostálgico que Almodóvar plasma en « Dolor y gloria », la película en la que descarga su vida, su pasado y sus obsesiones para construir lo más parecido a una biografía fílmica.

Confesión, rendición de cuentas, introspección pública... ¿Qué es «Dolor y gloria»? «Hay un poco de todo, excepto de arreglo de cuentas con mi pasado. Muchos me han dicho que admiran este ejercicio de desnudez, de abrirme en canal, pero no tengo la sensación de haberlo hecho», relata el director en un intento de vaciar de morbo la película, algo que es inevitable buscar entre los que la vean en busca de los rincones oscuros del director:¿Qué hay de realidad en los episodios que cuenta? «Yo he estado en todos los caminos donde está el protagonista, pero no los he recorrido hasta el final. Unos los he hecho de otro modo, otros casi de manera similar... Cuando veo la película, las cosas que no me han ocurrido pero que la propia ficción me ha llevado a escribir las siento más reales que las verdaderamente reales», desgrana.

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Dolor y gloria

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Dolor y gloria

Es imposible no ver al director español más importante de las últimas décadas, guste o no, en los gestos, matices y voces con los que Antonio Banderas llena de vida el personaje de Salvador Mallo, un director de cine carcomido por los dolores de espalda y las migrañas que en la fase final de su vida decide hacer un repaso por los primeros éxitos cinematográficos que le llevaron de la movida madrileña a las calles de Cannes y Los Ángeles. Un retrato que Antonio Banderas construye, dice, tratando de no caer en la imitación. Porque como cuenta el actor malagueño, ese hubiera sido el camino más corto, algo que jamás le permitiría el manchego. «Ahora que he visto la película varias veces, hay momentos en los que me da la impresión de que yo imito a Antonio», presume con gesto de sorpresa Almodóvar. «En uno de los carteles que descartamos aparecía una silueta de Antonio Banderas de perfil y se parecía absolutamente a mí. Hay una escultura mía en La Mancha, no sé si en mi pueblo o en otro, pero en algún lugar está, que tiene ese mismo perfil sin ser yo consciente de que podíamos parecernos».

Obsesiones y pasiones

La película transcurre entre el brillante recuerdo de su infancia, al abrigo de su madre, y el presente plagado de dolores mitigados por los analgésicos (y algo de heroína). Desde ahí plasma sus pulsiones:la gloria y el dolor de los que llenó a sus actores, la movida madrileña (en un segundo plano siempre recordado), los amores del ayer, la relación con la madre a través de sus películas... Personajes que se van transmutando en sus pasiones y obsesiones a través de los personajes de Asier Etxeandia (los «chicos y chicas Almodóvar»), Leonardo Sbaraglia (el amor), Penélope Cruz y Julieta Serrano (su madre en las diferentes etapas), Nora Navas (su asistente)... «Estuve tentado de poner capítulos, porque va en bloques y cada relato pertenece a una época, a un personaje», explica el director al otro lado de la mesa, bajo una nube de cuadros en los que él, omnipresente, besa, abraza y ríe junto con los nombres más granados del cine nacional e internacional.

En este viaje por su memoria, como en su filmografía, todo termina por volcarse sobre su madre. A Julieta Serrano le escribe las escenas más sobrecogedoras de la cinta, todas, eso sí, despojadas de cualquier fuego de artificio. Alguna de ellas las escribió la noche antes de rodarlas, inmerso en plena vorágine del acción y el corten, y suenan a expiación. «Yo con mi madre nunca hablé de mi sexualidad. No sé si no me atreví o no vi la necesidad, pero nunca lo hablé. Si la secuencia me afectó es por el recuerdo, porque no hablaba de mi madre sino de mi infancia, de algo que decidí olvidarme cuando salí del pueblo», sentencia.

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