Crítica de 'El buen patrón': La fábula del empresario y las cigarras
No se puede resolver mejor una ecuación, una solución algebraica para aclarar una incógnita: tenemos a aquel Santa (S) parado en ‘Los lunes al sol’, más la X de tiempo, igual a Blanco (B), un empresario y propietario de una mediana empresa de balanzas (S ... + X = B). Fernando León determina al despejar la X , casi veinte años entre aquélla y esta película, una doble trayectoria que no es habitual, pero sí lógica: la de un actor como Javier Bardem que ha tenido el talento y la voluntad para ascender por la cucaña de una profesión resbaladiza como la de actor y llegar hasta el jamón, jamón, y la de un personaje, desde Santa hasta Blanco, que reúne todas las cualidades, gracias y picardías para hacer equilibrios en los dos platillos de la balanza.
El guion apunta a varias dianas y la historia que cuenta alude a diversos aspectos de la vida laboral, de la política de provincias, de las relaciones en casa y en el trabajo, de la amistad, de la responsabilidad, del equilibrio (o de la pérdida de él) y de esa zona áspera donde roza la ética de lo que conviene con lo que hay que hacer.
El guion, la cámara y la puesta en escena están volcados por completo en el personaje de Blanco, el empresario duro y comprensivo, el hombre de casa y familia, el tipo dispuesto a todo por conciliar deber, placer, ambición y su sentido del equilibrio, en el que pesa más un gramo que un pecadillo. Lo que hace Javier Bardem con este personaje tan múltiple y difícil de situar a los ojos de los demás es realmente abrumador, pues lo llena de carisma, cinismo, malicia, humanidad, intuición y pragmatismo; con un ojo te atrae y con el otro te repele. Hasta en lo físico, el actor Javier Bardem consigue que su gestualidad, su figura y su logística y movilidad contengan todos los aromas, buenos y malos, del personaje.
Fernando León de Aranoa es lo que se llama un director ‘comprometido’, y como ese es un término confuso, inapropiado (tan ‘comprometido’ se puede estar con ‘algo’ como con justamente lo contrario), diremos que es un director con ‘manual de instrucciones’ en lo social y en lo político. Su mirada al empresario está teñida por la sátira y trata de matizar mediante la ironía y el sentido del humor la imagen de un sector del tejido laboral, el empresariado, al que se le suele mirar (considerar) con mucha más dureza y rencor.
En ‘El buen patrón’ se le ofrece al espectador la posibilidad de verlo con todo su atractivo y con toda su mezquindad, y casi a la vez, lo cual se deba quizá más al mérito de un actor como Bardem, que gobierna los dos extremos de la simpatía, que a la voluntad inicial de Fernando León.
Hay en la película, y es muy estimable y grato para el espectador y su propio ‘manual de instrucciones’, un cierto titubeo con el ‘bien’ y el ‘mal’, una vacilación hacia ‘el lugar correcto’ de la vida, un posicionarse en las Balanzas Blanco y en asuntos llameantes, como el abuso de poder, la dignidad del obrero o el acoso sexual, pues el empresario deja ver su catadura; el obrero rebelde, su necedad y disparate, y la becaria asaltada, su absoluto control y cálculo de la situación (la actriz Almudena Amor es perfecta por físico y poderío para matizar las ideas de poder, dignidad y acoso).
Y al margen de estas y otras consideraciones, ‘El buen patrón’ es una película lúcida, divertida, insolente y aguda que nos representa, y no solo en los próximos Oscar.
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