COMPLEMENTO CIRCUNSTANCIAL
La esperanza no es lo último que se pierde
Porque no es la esperanza lo último que debería perderse, sino la dignidad humana que muchas veces negamos al diferente
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Iniciar sesiónResulta curiosa la feliz coincidencia de que tal día como hoy, en el que se celebra la Esperanza, con mayúsculas, fuese elegido por la Asamblea General de Naciones Unidas para reivindicar -mejor que celebrar- el Día Internacional del Migrante, visibilizando los retos, dificultades y adversidades ... a las que se enfrentan los migrantes, ya sean voluntarios o forzados, en el mundo actual. Y le decía que resulta curiosa esta coincidencia, porque para los que celebramos estos días con un sentido que va más allá de las fiestas, las comidas, los excesos y los regalos, la imagen de la Sagrada Familia migrante que busca posada en Belén, ante la inminencia del parto, que encuentra todas las puertas cerradas y que más tarde tendrá que huir a Egipto con un niño recién nacido, debe ser un modelo para la contemplación y para la reflexión.
El pueblo de Dios, ese pueblo que camina tras Abraham primero, tras Moisés y luego tras Jesús de Nazaret, es un pueblo migrante, en constante salida de lo que hoy llamaríamos zonas de confort. Y lo hace, por los mismos motivos que hoy lo hacen todos aquellos que abandonan sus hogares y sus países: persecuciones políticas, religiosas, ideológicas, conflictos bélicos, hambre, desempleo, miedo. Nadie deja su casa y su familia porque sí; usted no lo haría, y yo tampoco.
La Navidad nos recuerda que José y María llegaron a Belén como extranjeros, y como extranjeros, como migrantes, no recibieron más ayuda que la de aquellos pastores que «pernoctaban al raso» para los que las palabras solidaridad y hospitalidad tenían un sentido mucho más amplio del que tenían para las instituciones de la época. Jesús vino al mundo en un portal, al calor de una mula y un buey, lejos de su casa, pero con dignidad. Porque no es la esperanza lo último que debería perderse, sino la dignidad humana que muchas veces negamos al extranjero, al diferente, al que no piensa como nosotros pensamos, al que miramos por encima del hombro.
Alrededor de ciento ochenta y cuatro millones de personas, un 2,3% de la población mundial, viven fuera de su país de origen. Muchos de ellos han tenido que superar las desigualdades que ocasionan las barreras lingüísticas, económicas y sociales en los países de acogida y otros muchos han sufrido, y sufren, el estigma de la migración como una marca que los condena a ser, siempre, ciudadanos de segunda o de tercera clase, condenados a la marginación.
Estaría bien que, en esta última semana de espera, en esta semana de la esperanza, antes de la Navidad, intentáramos, aunque fuese por un momento, ponernos al otro lado. No nos debería resultar muy difícil en un país y, sobre todo en una tierra como la nuestra, de emigrantes andaluces que no siempre encontraron acogida en aquellos lugares a lo que llegaron buscando un futuro mejor para sus familias.
Lo mismo poniéndonos en el otro lado nos damos cuenta de que la migración actual es una realidad que puede afectarnos a todos. Mañana podría ser usted, o yo, los que no encontremos lugar en la posada.
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