COMPLEMENTO CIRCUNSTANCIAL

Bienestar animal

Que se cumpla la ley pero que también se cumplan las ordenanzas municipales en lo relativo a la limpieza de excrementos caninos o en lo relativo a los perros sueltos por las calles

El pasado viernes entró en vigor la Ley de Bienestar Animal, después de que los montes rugieran y se estremecieran para terminar pariendo un ratón. Ya lo sabe, tras seis meses desde su aprobación definitiva, la ley se ha quedado a medias, como casi todo ... en este país; y tras la polvareda de los primeros debates, ni los dueños de las mascotas tendrán que hacer el cursillo obligatorio, ni será necesario, de momento, el seguro de responsabilidad que establece el texto legal, porque estas cuestiones necesitan de un desarrollo reglamentario que no puede llevarse a cabo con un Gobierno en funciones. Así que esta ley será 'dura lex', pero menos lobos, la verdad.

Lo que sí ha entrado en vigor desde el viernes, es la prohibición explícita de vender perros, gato o hurones —sí, hurones— en tiendas, así como la ampliación del listado de mascotas ilegales en el hogar, en el que aparecen ahora conejos, hámsteres —por mucho que diga Sergio García Torres, director general de los Derechos de los Animales, que se trata de un bulo— agapornis o erizos. Aunque bueno, dice la Ley que, si ya los tenía usted de antes, tampoco pasa nada; no creo que vayan a mandarle a los guardias a su casa para comprobar si la tortuga ha comido y ha echado el flatito.

Son las cosas de este país. Que empezamos siempre la casa por el tejado y lo que debería haber sido una ley para garantizar el bienestar de los animales, estableciendo condiciones acordes a su dignidad, evitando situaciones de humillación y maltrato y prohibiendo su exhibición injustificada en cabalgatas, carruseles y atracciones de feria, así como el crecimiento incontrolado de criadores y criaderos, ha terminado siendo una ley tibia que hace agua por muchas partes. Porque establece, al detalle, los tiempos que las mascotas pueden estar solos en casa, prohíbe olvidarlos dentro de vehículos expuestos a condiciones térmicas que pongan su vida en peligro y prohíbe, también, que estén esperando en las puertas de los comercios. Pero nada dice del maltrato que supone pasear a los animales por centros comerciales con suelos pulidos y abrillantados —solo hay ver lo que les cuesta andar, o patinar, por esas superficies— con el chunda-chunda y el griterío de la gente.

Total, que, de aquellos barros, estos lodos. Porque iba a ser una de las leyes guays de Pedro Sánchez, el presidente animalista, y ha terminado siendo un quiero y no puedo. El que quiera tener un perro, un gato o un hurón en su casa, que lo tenga en condiciones, que sepa cuáles son sus responsabilidades y sus deberes. Sus deberes hacia los animales y hacia los ciudadanos que no tienen animales ni ganas de tenerlos. Que se cumpla la ley pero que también se cumplan las ordenanzas municipales en lo relativo a la limpieza de excrementos caninos, en lo relativo a los perros sueltos por las calles y en lo relativo a meter perros en tiendas, centros y transportes públicos.

Porque no todo son derechos, que hay obligaciones, claro que sí, y que estas también son por el bienestar, animal.

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