SEVILLA AL DÍA
La inexistente educación
La Semana Santa ha vuelto a subrayarnos en morado fosforito un problema social de primer orden que tiene su origen donde más nos duele
Miren ustedes: lo que ocurrió el Martes Santo a ésta que les escribe le dolió especialmente. He vestido ese hábito celeste y crema durante un buen porrón de años y aquellos silbidos fuera de toda lógica y compostura, aunque me llegaron desde la distancia, me ... provocaron un enojo que bien valdrían unas cuantas palabras gruesas. Pero puestos a hablar de la educación que falta, no sería lo más indicado recurrir al arrebato lingüístico para censurar a esa panda de indeseables. Aunque ganas no faltan.
Aquellos pitidos de parte de un público que no tiene ni la menor idea, ni quiere, de lo que significa para una hermandad renunciar a una estación de penitencia, no son más que integrantes de una masa que ha ido creciendo en los últimos años, fruto de un estrepitoso fracaso social que tiene su origen donde más nos duele. No hay que buscar argumentos en contra de los poderes públicos para tratar de explicar por qué la educación no es que sea peor o mejor, es que simplemente se ha esfumado. Es inexistente. No hay que irse lejos para ahondar en las razones de esos comportamientos que se agravan en número e intensidad. Simplemente hay que mirar al entorno más próximo de cada individuo para quizás tener una aproximación exacta de lo que ocurre.
Aquellos que pitaron cuando se cerraron las puertas de San Esteban, confirmándose el peor presagio para los que estaban dentro del templo o con su medalla a cientos de kilómetros pegados a una radio, son los mismos que han ido creciendo en un contexto de constante reafirmación de derechos personales que uno recibe en la cuna porque sí pero sin asumir obligaciones. Es el mismo perfil ciudadano que carece de cualquier empatía social para ponerse en los zapatos de otros porque creció bajo postulados egoístas que se reafirman una y otra vez en el deseo personal. Es esa sociedad ultra hedonista que sólo admite el aquí y ahora; el interés propio por encima del colectivo; que cada vez divide y fractura más el tejido social potenciando al individuo frente al conjunto. Es el mismo adulto que de niño creció ganándole todas las partidas a sus padres a golpe de berrinche; que transitó por la adolescencia teniendo de todo sin valorar nada; que sobrealimenta la apariencia mientras malnutre el espíritu; que probablemente lea muy poco o nada porque consume su tiempo en la fritanga de las vanidades que se viralizan en redes sociales.
La Semana Santa ha vuelto a subrayarnos en morado fosforito un problema social de primer orden. Mucho se criticó en su día aquella asignatura de Educación a la Ciudadanía que aprobó el gobierno de Rodríguez Zapatero, pero llegados a este punto de fracaso del individuo, quizás tengamos que hacer algo como sociedad.
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