Mi Pepe Oneto
Eras de La Isla y una isla de gracia en aquella España donde alboreaba ya este periodismo agrio y desabrido
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Iniciar sesiónTe conocí en la Redacción del diario «Madrid» de Antonio Fontán, donde andabas como de becario, simultaneando con no sé qué otro menester en la agencia France Press, ¿o era en Colpisa? Fíjate si hará tiempo de aquello, querido Flequi de Cai (como te llamábamos ... cariñosamente servidor y tu leal escudero Enrique Montiel, almirante de las letras cañaíllas), fíjate si hará tiempo de aquello, que igual que yo era el corresponsal en Sevilla del diario monárquico y antifranquista que luego volaron, el de Barcelona era Enric Sopena y aún se firmaba «Enrique», en español. Luego, en este ancho mundo del periodismo, nos vimos en mil redacciones en las que trabajaste, siempre con San Fernando y Cádiz al fondo, siempre con tu flequillo desmelenado por la amura de estribor para tapar las entradas del estadio Carranza; siempre con tus camisas a rayas con cuello blanco, lo que te daba como un almidón del tiempo, casi de antepasado de ti mismo, de fundador del «Diario de Cádiz», más que de cronista y testigo de la Transición y de todas sus esperanzas en «Diario 16», en ese «Tiempo» tan feliz que nunca olvidaré, o en Antena 3, donde como director de informativos me llevaste con las dos Rosas, Villacastín y Quintana, para que hablara desde la salita de casa, porque sabías que los platós no son plato de mi gusto.
Pero, sobre todo, ay, querido Flequi de Cai, tuve el honor y el privilegio de hacer muchos kilómetros contigo. Muchas horas de risa contigo. Ay, en aquellos viajes de los que le pegábamos el mangazo a Tito Hombravella cuando la Philip Morris se jamaba ya las leyes antitabaco que habrían de venir. Pocos como servidor y su compadre Alfonso Ussía habrán tenido el privilegio de reír tanto con tu ingenio, tu inteligencia, tu simpatía. Con tu gracia. Eras gaditano de La Isla y lo llevabas a gala. Hasta tu Isla fui a acompañarte aquella tarde en que diste el Pregón del Carnaval con dos tan ilustres colaboradores como El Tomate y El Maspapas, y donde descubriste a una paisana que empezaba a destacar en el baile y se llamaba Sara Baras.
La República Sudafricana o la descomposición de la Unión Soviética fueron testigos de tu gracia por el mundo. «Guasones sin Fronteras» era nuestra ONG: tú, Ussía y menda lerenda sin Don Mendo. Yo vi, como lo quincó mi compadre Ussía, cómo adivinaste el final de la URSS y barruntaste la caída del muro de Berlín cuando aquella fría noche de la Plaza Roja de Moscú apareciste con un militar gorro pasamontañas con su estrella roja sobre tu famoso flequillo de estribor y nos dijiste:
-Se lo acabo de comprar por 20 dólares a uno de los soldados que hacen guardia ante la tumba de Lenin que lo llevaba puesto.
Desde que dejaste sin prenda de cabeza por 20 dólares al Ejército Rojo, ya ves, querido Flequi, el comunismo nunca fue ya más lo que era. Como en el vuelo de Iberia a Moscú con destino final a Tokio, siempre en gran clase, la misma gran clase que tuviste. Como había libros para el pasaje y todos los títulos que quedaban eran de Juan Bonet, convenciste a los japoneses que Alfonso Ussía era el mismísimo autor de aquellas «Herrumbosas lanzas» de las que le hiciste firmar por lo menos una docena de ejemplares para los nipones, mientras una sobrecargo guapísima nos daba la carta del almuerzo y me decías:
-¿A que no tienes cojones de tomarte conmigo un pollo teriyaki a las 12 de la mañana?
Y descubriste junto a Luis del Olmo, que también venía en aquella Columna Mangada, que los leones sudafricanos de Sabi Sabi estaban adormilados porque eran funcionarios del Gobierno y habían terminado ya el crucigrama del «Marca». Eras de La Isla y una isla de buen humor y de gracia en aquella España donde alboreaba ya este periodismo agrio y desabrido que, gracias a la Virgen del Carmen, nunca practicaste. Brille para ti la luz perpetua de un atardecer en tu Puente Zuazo.
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