Nosotros y ellos

El martes aterricé inopinadamente en una charla del delegado episcopal de Migraciones, el sacerdote Salvador Diánez; uno de los responsables del proyecto Nazaret de Cáritas, José Mula; y Eloísa Padilla, del proyecto Samuel de la parroquia de Montequinto. Ninguno hablaba de oídas; ninguno se empingorotaba hablando de la inmigración sobre el papel. Sus relatos estaban cuajados de nombres propios, historias de chavales con rostro –algunos, presentes– reconocible que se habían esforzado en obtener una titulación académica, formarse en una profesión y trabajar para labrarse un porvenir como se le exige a todo hijo de vecino. Y también salían a relucir conductas inadmisibles y caracteres ingobernables… como los hay en cualquier grupo, sea la clase del instituto o el bloque de vecinos. La charla, enmarcada en la jornada eclesial de las Migraciones, era en sí una declaración de intenciones: «Hacia un nosotros cada vez más grande».

Nosotros y ellos no pasa de ser una categoría mental en la que se acentúan las diferencias por encima de todo cuanto nos iguala como humanos. Como hermanos todos ('fratelli tutti'), administradores del fideicomiso de la Creación. Claro que no es sencillo dar con la fórmula, sobre todo si se aborda desde el egoísmo de considerar inamovible todo cuanto nos rodea, en especial el estado de bienestar en que nos acurrucamos (nosotros), no vaya a venir nadie de fuera (ellos) a perturbarlo.

El mensaje que emergió de esa mesa redonda era nítido: olvídate de abordar el fenómeno de la inmigración clandestina en sí, limítate a abordar el problema que tiene cada una de las personas que viven entre nosotros obligados a vivaquear tres años en la economía informal o sumergida para poder demostrar el arraigo en la sociedad que, sin dudarlo, es tanto de nosotros como de ellos.