Cardo máximo
Anticipación
Corremos contra un reloj implacable que nos va mordiendo los talones
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónSer el primero. En lo que sea, como sea, cuando sea. El caso es poder presumir de haber llegado antes, haber estado antes, haberse aburrido antes… Vivimos en la era de la anticipación. Hemos ideado algoritmos capaces de intuir -me resisto a escribir adivinar- en ... una probabilidad muy alta lo que buscamos en cuanto empezamos a teclear en el buscador. Hemos desarrollado toda una rama de la estadística especializada de predecir el comportamiento demoscópico de las masas de votantes y las empresas de gran consumo invierten enormes sumas de dinero en anticiparse a las necesidades (reales o ficticias) de los consumidores y darles adecuada respuesta. Las materias primas, las cosechas, los productos semielaborados y los bienes de equipo se negocian mediante contratos de futuros que van marcando la tendencia de los precios venideros antes, naturalmente, de que éstos lleguen. Siempre por delante, iluminamos las calles de la ciudad por algo que vagamente nos recuerda a la Navidad cada vez con mayor antelación: ya vamos por el 26 de noviembre, cuando todavía no había empezado el Adviento. Y nuestra propia experiencia está repleta de anticipos a modo de episodios pilotos que consumimos con voracidad sin jamás hincarle el diente a la serie completa: nos agotan las vísperas, las previas nos dejan sin fuerza para jugar el partido.
Quizá toda esa anticipación no esconda más que la certeza de que tanta carrera frenética no nos lleva a ninguna parte y que el ímpetu con el que tomamos la vida y sus acontecimientos favorables no es más que el reverso de la parsimonia que el tiempo se toma para herirnos, para ir desgastándonos poco a poco con idéntico tesón al de la ínfima gota que horada la piedra. Pero, con todo, somos incapaces de despegarnos de la prisa, de esa manera de vivir los acontecimientos incluso antes de que sucedan, de saborear el presente como el único tiempo que existe.
Y es así, sustraídos a las horas de verdad, como expresamos nuestra extrañeza cuando la guadaña de la parca pasa su filo segando la yerba que crece cerca de nuestros pies. Eso es lo único para lo que no nos anticipamos. No me lo puedo creer, repetimos como niños asustados en vez de encarar la muerte como adultos sin miedo. Quizá es que la sociedad -o sea, nosotros mismos- nos quiere así: infantiles, febles, temerosos, volubles, impresionables para convencernos de que el remedio a nuestra angustia heideggeriana lo podemos encontrar en el escaparate de la esquina.
Corremos contra un reloj implacable que nos va mordiendo los talones, pero por más que vivamos anticipadamente no vamos a añadir ni un segundo extra a nuestra existencia. Lo difícil -casi imposible- es interiorizar esa máxima sin recluirse entre los muros de un monasterio, en medio de este tráfago que nos invita a usar y tirar las jornadas del calendario como si el carcaj no fuera a quedarse nunca sin flechas.
Noticias relacionadas
Límite de sesiones alcanzadas
- El acceso al contenido Premium está abierto por cortesía del establecimiento donde te encuentras, pero ahora mismo hay demasiados usuarios conectados a la vez. Por favor, inténtalo pasados unos minutos.
Has superado el límite de sesiones
- Sólo puedes tener tres sesiones iniciadas a la vez. Hemos cerrado la sesión más antigua para que sigas navegando sin límites en el resto.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónEsta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete