el ángulo oscuro
Charos de mis entretelas
Lo que pretende Igualdad condenando el uso de la palabra 'charo' es utilizar el lenguaje como instrumento de dominación. El control del lenguaje impone la percepción de la realidad que interesa al tirano, enjaula y acogota el pensamiento; pues, cuando no se puede nombrar una cosa, tampoco se puede pensar en ella
Denuncias falsas
La soberanía popular según el doctor Sánchez
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónHace unas pocas semanas, la patulea de la carrera de San Jerónimo aprobaba un 'proyecto no de ley' (la sintaxis es facultad del alma que el Régimen del 78 no conoce) para «fomentar un lenguaje más empático y responsable en torno al cáncer» que prescindiese ... del «uso de metáforas bélicas y descalificaciones» asociadas a esta enfermedad, apelando a la «sensibilidad hacia pacientes y familiares». Sin duda, los diputados son un cáncer, amén de un chancro; y las diputadas –a nadie queremos discriminar– un zaratán mastodóntico, de los que necesitan al menos tres o cuatro tetas para repanchingarse y sentirse cómodos. Ahora leo que el llamado Ministerio de Igualdad ha publicado un 'estudio' que propone erradicar el término 'charo', una acuñación del genio popular que designa a la feminista desgañitada. A las charos que han escrito el 'estudio' de marras el uso del término 'charo' no les parece expresión jocosa legítima, sino «una forma de violencia simbólica que busca silenciar a las mujeres»; y piden que se persiga por incitación al odio, para lo cual proponen «reforzar la vigilancia en plataformas digitales y promover nuevas masculinidades más respetuosas e igualitarias». Habría que preguntarse, como acaba de hacer la siempre aguda (sobre todo cuando hace crítica literaria) Rebeca Argudo, cuántas charos polillas del erario público han sido sufragadas con dinero rapiñado a nuestros sueldos para escribir esta birria donde se quejan de que las llamen charos.
Por supuesto, estas charos no son tan idiotas como para creer que la palabra 'charo' incite al odio (como, por otra parte, tampoco lo incitan 'señoro', 'machirulo' o 'pollavieja', que ellas utilizan con profusión). Lo que pretenden condenando el uso de la palabra 'charo' es utilizar el lenguaje como instrumento de dominación, como ocurría en la célebre novela de Orwell. El control del lenguaje impone la percepción de la realidad que interesa al tirano, enjaula y acogota el pensamiento; pues, cuando no se puede nombrar una cosa o una idea, tampoco se puede pensar en ella. Orwell imaginó una neolengua diseñada para eliminar la posibilidad del pensamiento disidente que tuviese pocas palabras (exactamente como ocurre hoy), trufadas de términos con carga ideológica (exactamente como ocurre hoy), cuidadosamente planos, pálidos, con apariencia científica (exactamente como ocurre hoy). Así, los tiranos logran transformar la sociedad que pastorean, definiendo el marco mental en el que puede desenvolverse, y homogeneizan sus expresiones intelectuales y artísticas (por eso todas las novelitas sistémicas que celebran los bobelios son bazofias que parecen escritas por finlandeses con fimosis). La finalidad última de toda 'neolengua' es –como explica maravillosamente un personaje de Orwell– «limitar el alcance del pensamiento, estrechar el radio de acción de la mente».
Una vez suprimidas las palabras inconvenientes como 'charo', la neolengua actúa como poder disciplinario de las conciencias, 'fabricando' individuos mansurrones, cagapoquitos pusilánimes que pueden ser tranquilamente pastoreados. Para las nuevas formas de tiranía –entre las que, desde luego, se cuenta la charocracia– todo es política, desde lo que comemos hasta lo que nos encalabrina en la intimidad del tálamo. Quieren extenderse como una mancha de aceite sobre los actos más recónditos de nuestra existencia; y para ello necesitan colonizar cada palabra de nuestro lenguaje, inmiscuyéndose hasta en nuestra saliva y en nuestra sangre. El lenguaje moldea las almas; por eso un español del Siglo de Oro (efusivo y barroco, devoto y bravo) es tan distinto del patético español de hogaño, convertido en papilla genuflexa y capona. Y para moldear las almas no basta con inducir conductas a través de la propaganda; hay que penetrar allá donde tienen su nido las 'palabras de la tribu'. Interviniendo el lenguaje, se intervienen las almas; es lo que Foucault llamaba la 'microfísica del poder', nuevas formas de dominación que disciplinan las almas y las encierran en una cárcel. Cuando se logra que una persona, mientras habla, reprima las naturales expansiones del lenguaje, su propio cerebro se ha convertido ya en el miedoso carcelero de su pensamiento. Y ese miedo es el instrumento más formidable de la biopolítica, pues logra homogenizar las subjetividades, convirtiendo a personas únicas e intransferibles en indistinto rebaño.
Así que a las charos hay que seguirlas llamando charos; y no sólo charos. En tributo a nuestra hermosa y ubérrima lengua (que es el regalo que Dios nos hizo para distinguirnos de finlandeses con fimosis), también hay que llamarlas sargentonas y viragos, rabaneras y soletas, ménades y sotas, piltracas y farotas, lagartas y ménades, circes y arpías. Hay que llamarlas anabolenas y suripantas, melonas y sandias, pazpuercas y lechonas, loros y cotorras, tucanes y sirenios (también vale manatíes), viriatas y sansonas, gárrulas y cotarreras, ramonas y hildegardas (con hache aspirada). Hay que llamarlas monjas alféreces y maritornes, fieras corrupias y basiliscos, tigres hircanas y gerifaltas, hembrilatinas y yubartas, varonas y batracias, calloncas y carantamaulas. Hay que llamarlas churrulleras y morconas, matacandiles y sansonas, tabardillas y pimporras, tabarreras y tolondras, vacaburras y bachilleras. Hay que llamarlas buchinas y zaragatonas, sayonas y bachilleras, ruibarbas y berenjonas, sabañonas y caratuleras. Hay que llamarlas incluso, si falta hiciere, macatruquis de somatén; hay que llamarlas con las doce tribus de insultos que nos brinda nuestra garrida lengua, pues todos son pocos para honrar a las charos, para expresarles nuestro amor rendido e insomne. Pues el insulto ocurrente no es nunca muestra de odio, sino de amor a nuestra ubérrima y bendita lengua que no vais a conseguir adulterar ni arrebatarnos, charos de mis entretelas.
Límite de sesiones alcanzadas
- El acceso al contenido Premium está abierto por cortesía del establecimiento donde te encuentras, pero ahora mismo hay demasiados usuarios conectados a la vez. Por favor, inténtalo pasados unos minutos.
Has superado el límite de sesiones
- Sólo puedes tener tres sesiones iniciadas a la vez. Hemos cerrado la sesión más antigua para que sigas navegando sin límites en el resto.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónEsta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete