PÁSALO
Retrato adolescente
Nos lo pasamos de puto lujo. Y no teníamos más que el Torete
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Iniciar sesiónQuiso ser un duro. Por eso le tocaba los timbales cuando le llamabas Tomalín. Un duro de película de Scorsese, con su rostro pugilístico, su melenita a lo Nick Nolte y su pose de jugador de rugby. Pero el duro era flan Dhul por dentro, ... dulce y tierno, que trataba de ocultar tras un escaparate tosco, hosco y bravo. A un tipo que le gustaba Janis Joplin, que usaba un tres cuarto cuartelero y el gañote lo calentaba con una pañoleta con varias temporadas en las ligas jipis, esas cuentas no le salían. Tomalín era Tomás Balbontín. Y lo que aquí les pinto aspira a ser el retrato de un periodista adolescente. Tres días después de inventada la imprenta nos conocimos en el periódico Sur/oeste, hasta donde llegó tras estar embarcado por no sé dónde. El caso es que compartíamos ambos el insultante salvoconducto de la juventud, pasaporte ese que hace creerte eterno y que no dura más de tres telediarios. Pero esos tres telediarios nos dieron para mucho. Para pasarnos libros de Anagrama, para hablar de Wolfe y su nuevo periodismo, para empaparnos el papo en las barras abiertas al amanecer, discutir sobre las letras de Silvio y, a escote, pagar un piso franco por San Jacinto para degustar la carne del amor impaciente… Qué carajo, nos lo pasamos de puto lujo. Y no teníamos más pegamoides en la cartera que el Torete…
Nos encadenaron sentimientos compartidos. El periodismo, la rebeldía, la música, la literatura, las gachís, las motos y Carlos Gardel cuando sonaba en un pisito de Pío XII donde esperaba su salto al periodismo una compañera de aquel viaje de juventud: Inmaculada Navarrete. Éramos felices e indocumentados, como dijo el otro, el envidiado escritor colombiano que fue capaz de contarnos una historia de cien años de soledad para dejarnos tan pasmados por su talento como el general Aureliano Buendia cuando su padre lo llevó a que conociera el hielo. En aquellos años nos pastoreaba el líder natural de nuestro grupo, un personaje excepcional y hermano mayor de la santa cofradía periodística de las siete palabras de honor, que era lo que intentaba transmitirnos Manuel Ramírez cada vez que nos veía a más velocidad de la reglamentaria: no pasarse, periquitos…
En Los Remedios, sobre todo en meses como estos, no era infrecuente que madrugáramos la fresquita en El Chalet con María Luisa Roldán, Piluca Hidalgo, Luis Carlos Perís, Tato Furest y el señor Rives… Por la mañana, después de que Montoya acabara de gritarme en Chapina para que el culo me pesara menos que las piernas, solíamos encontrarnos en el Santa María. Oh, el Santa María, huevos bechamel, Cruzcampo helada, gafas de sol y un perro independiente que se había acostumbrado en los Caños al polen gaseoso de los jipis. Todo el baby boom socialista se daba cita en aquel santuario donde nadie sobraba. Bien lo sabe Isidoro Beneroso. El lunes, Tomás, echó a la mar su barquito con la bodega llena de tanta vida como escribió, para descubrir el urbanismo celestial. En su adiós he vuelto a escuchar el ‘Wish you we here’ de Pink Floyd que demuestra que no éramos tan duros como nos pintábamos…
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