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Sigo apostando por contagios directos de cordura
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Iniciar sesiónFunciona por ahí una viñeta donde se ve a un grupo de personas, todas ellas absolutamente prevenidas, empujar con un palo largo la puerta de 2022, intentando saber si llega noble y generoso o derrotando en tablas y reclamando su porción de sangre. La viñeta ... resume, genialmente, con el humor exigible a los momentos más inciertos, la situación que nos empapa, con Europa hasta la corcha de contagios por el cariño con el que nos abraza el señor Ómicron. En realidad, de este año que recién estrenamos, esperamos todo lo que hemos empezado a valorar cuando no lo hemos tenido. Y puestos a contagiarnos de amor, uno prefería hacerlo con besos como el de Leonardo DiCaprio a Kate Winslet en la proa del Titanic. Tampoco estaría mal que nos contagiáramos de los azules marineros de Alberti, del espliego de las huertas feraces que regaba Hernández con su poesía y de la sonoridad mitológica de las olas mediterráneas que nos cantó Serrat. Tenemos que contagiarnos de la dulzura de los mazapanes de nuestros crepusculares conventos y de la ternura de los cachorros que abandonamos sin piedad cuando pasan de mascota Disney a juguetes rotos. Este año no sabemos cómo saldrá. Pero yo sigo apostando por contagios directos de cordura para compensar la que le falta a los que nos gobiernan por decreto ley y han cambiado la lealtad a los caídos por la democracia por la danza salvaje y obscena de los asesinos.
Pidamos para el nuevo año contagiarnos de la serenidad de las vírgenes sienesas, de las lágrimas esperanzadas de la Dolorosa de la muralla vieja, de la fugacidad eterna de un momento de abril embotellado en manzanilla de Sanlúcar. Hay cuerpo y sobran ganas para contagiarnos de la belleza del mundo. De un velero encarándose con el horizonte con la misma bravura que Churruca contra Nelson, de una flor morada de soles en los labios de la jacaranda, de una estatua de ojos glaucos que llegó desde Pompeya a Itálica para enlujar el atrio de una domus. Hay que contagiarse de los abrazos pendientes, de los que dejamos de dar por la peste, para saber que los cuerpos dan más calor que el frío con el que nos trata el destino y la necedad de los hombres. Y lamentemos que el capitalismo plantara al liberalismo para irse con la China, engañado por su ambición, para caer en la cuenta de que lo barato siempre sale muy caro…
En cualquier caso, los contagios positivos deben llevarnos a los mundos ingrávidos y gentiles de la música de Don Francisco Sinatra, a la de Don Miguel Bublé y al saxo intenso, melodioso e intimista de Kenny G. El mismo que dibuja nocturnos de visillos movidos por el viento del Atlántico en noches que huelen a jazmines. Que nos contagie la nana de Bola de Nieve, para recordar la infancia perfecta del olvido, a sabiendas de que chivo que rompe tambor con su pellejo lo paga. Contagiémonos del recuerdo dolorosísimo de los que se fueron sin un adiós, esa cuneta aún por abrir, porque esperan que les pasemos la cuenta a los verdugos. Contagiémonos de vida, que es el tesoro que muchos poderosos jamás tuvieron y son pobres millonarios… pese a tanta carestía de todo.
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