Quemar los días
Pandemia, Año I
Nunca podré olvidar ya lo que estaba haciendo el 14 de marzo del pasado año
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Iniciar sesiónDel 23-F, que viví cuando ni siquiera había cumplido los cinco años, sólo recuerdo algunas imprecisas ráfagas: la tele encendida, nerviosismo en casa, sensación parecida a la víspera de un festivo. Sus consecuencias, sin embargo, han marcado de forma determinante mi visión del mundo. ... Con todos los grandes acontecimientos que me ha tocado vivir me ocurre algo parecido: retengo sensaciones, instantáneas, chispazos. Y apenas soy consciente, o lo soy muy pasado el tiempo, de las implicaciones que esos acontecimientos tienen después en mi vida.
Por ejemplo, el asesinato de Miguel Ángel Blanco, del que en 2022 se cumplirán 25 años, lo asocio con una piscina. La de mi urbanización, mientras en la tele del bar retransmitían las angustiosas horas de búsqueda y de incertidumbre. La tele anunció finalmente que lo habían encontrado con dos balazos en la cabeza, moribundo y maniatado. Recuerdo que me sumergí en la piscina, aturdido, rabioso y con el deseo de regresar por unos instantes al útero materno.
Tampoco puedo olvidar aquella entrada en nuestro piso de alquiler el día 11 de septiembre de 2001, el día en que los aviones chocaron con las torres gemelas. Volvía de trabajar, y Espe ya había puesto la mesa. Ella tenía que regresar al curro después del almuerzo, pero yo tenía la tarde libre. La pasé entera clavado en el sillón, incapaz de desviar la mirada de la televisión. Recuerdo la oscuridad del salón, y la tele encendida, como una pecera alumbrando de forma siniestra una y otra vez a aquellos tiburones suicidas.
El asesinato de Miguel Ángel Blanco fue la espita que lo cambió todo en el País Vasco y en el resto de España. A partir de ese sacrificio, dejamos de sentir miedo. Es maravilloso que mis hijos estén creciendo sin la angustia de saber que en el siglo XXI todavía había gente en nuestro país que moría de forma violenta por el mero hecho de defender unas ideas. El 11 de septiembre, en cambio, desbarajustó el tapete del mundo. Todo se volvió mucho más antipático, desconfiado, feo. Las últimas dos décadas de nuestra historia son en buena medida el resultado de lo que sucedió aquel día.
Estamos estrenando la primera efeméride del acontecimiento más reciente que ha sacudido nuestras vidas. Y aunque aún está en carne viva, sé que nunca seré capaz de olvidar lo que estaba haciendo aquel día. La mañana de la declaración del estado de alarma había estado con un cliente que organizaba una actividad deportiva para personas mayores al aire libre. Fue una mañana agradable. El sonido de los pájaros revoloteantes, desatados en la primavera en ciernes, ajenos a todo: eso es lo que más recuerdo.
Toca ahora ir asumiendo qué manera este acontecimiento nos transformará, pasado el tiempo. Tengo claro, en todo caso, que una vez más hemos mutado: ya nunca seremos los mismos.
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