Quemar los días
Regresar a la fiesta
Ninguno podíamos imaginar que, haciendo honor al dicho, el año bisiesto acabaría tornándose en siniestro
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Iniciar sesiónResulta difícil acostumbrarse a ver cómo la primavera cobra forma y que seamos sólo nosotros, tristes seres humanos, los únicos que asistimos a este renacimiento de forma incompleta. Compruebas cómo los perros corretean felices por el campo, el carnaval de los insectos, el prodigio de ... la luz del sol desperezándose sobre el mes de marzo y saturando de color cada vulgar maceta, mientras que nosotros avanzamos con cautela, miedosos, parapetados tras nuestras antipáticas mascarillas.
El puñetero bicho nos ha mermado el olfato, el disfrute de los sabores, la visión de los rostros descubiertos, pero de todos, diría que es el tacto el sentido más maltratado. La prueba de este maltrato es la transformación del abrazo en una práctica proscrita. El otro día quedé con mi amigo Jjo y no pude evitarlo: nada más verlo, después de largos meses de ausencia, lo abracé. Fue algo instintivo, corporal, que simplemente necesitaba. No sentí ningún remordimiento.
Hoy hace justo un año de la fiesta del humo. Era 29 de febrero, el día que convertía 2020 en bisiesto. Se nos ocurrió invitar a casa a los amigos de siempre, niños incluidos; en total, más de veinte personas. Lo de la máquina del humo se le ocurrió a mi amigo Dani Pelos (hoy es calvo, pero sigue conservando el apodo de sus tiempos de jevi melenudo): ya estábamos todos bastante a gusto, hasta el punto de considerar que entraba dentro de lo razonable convertir nuestro salón en una pista de baile. Mario, el rey de los besos (no conozco a nadie a quien no haya besado), se quedó en camiseta interior de tirantas, y también me pareció plausible, aprovechado que sonaba el ‘I want to break free’ de Queen, pintarle un bigote con rotulador para que su imitación de Freddy Mercury resultara más realista.
Qué más decir: acabamos muy mal y muy bien, como concluyen todos los encuentros memorables. Mi vecina me dijo que el humo se veía desde más de cien metros de distancia, y que había vecinos que creyeron, entre la humareda y los gritos, que nuestra casa se estaba incendiando. Fue la fiesta del humo, la última gran juerga antes de que todo se viniera abajo. Ninguno podíamos imaginar que, haciendo honor al dicho, el año bisiesto acabaría tornándose en siniestro.
Muchas veces desde entonces, he recurrido, como un conjuro, a los vídeos que grabamos aquel día. Veo a Mario continuamente en tirantas y con su falso bigote cantando por Freddy Mercury. El momento en que, queriendo, derramo parte de mi cubata sobre la cabeza de mi comadre Mariluz. Pero sobre todo veo abrazos: gente que se toca, que se quiere, que se siente, disfrutando del instante, sabiendo que ese instante no pasará nunca, porque contiene en un solo momento toda la eternidad y eso nos hace inmortales. Si pienso en la felicidad, tiene sin duda la forma de esos recuerdos.
Pensarlo me da fuerzas: volveremos. Recuperaremos la piel, regresaremos a esa fiesta.
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