QUEMAR LOS DÍAS
Más Maldens
Alguien debería ponerse manos a la obra en construir discursos que pongan en valor la condición gregaria
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Iniciar sesiónPOR un texto que preparo, he vuelto a ver recientemente varias películas de Elia Kazan. Han caído otra vez ‘Un tranvía llamado deseo’ y ‘La ley del silencio’, que recuerdo haber visto varias veces, con la sensación, en ambos casos, de haber asistido a un ... espectáculo actoral sublime. Pero en todos los visionados me detuve en Brando, transformado primero en el bruto Kowalski y segundo en el exboxeador Malloy. Siempre he considerado que su papel en ‘Un tranvía’ mereció el Oscar, como sí lo consiguió poco después con ‘La ley del silencio’. Pero nunca había pensado en la injusticia cometida con Karl Malden, que al revés que Brando obtuvo el Oscar al mejor actor de reparto por el Tranvía pero no por su memorable papel de sacerdote en ‘La ley del silencio’.
En esta revisión del cine de Kazan, toda mi atención ha sido esta vez para Malden. Brando gritaba y gesticulaba más; exudaba furia, animalidad. Pero cuando la cámara se detiene en Malden, en su nariz de tubérculo, en su plácida mirada de ojos claros, en el catálogo de rictus de su rostro tan común, de padre de familia, de yerno perfecto, de vecino ideal, todo se detiene.
Siempre fui de Brando. Sus excesos, su salvajismo, esa forma de actuar como si caminara en medio de un huracán. Ahora que vuelvo al cine de Kazan, me confieso absolutamente de Malden. Un actor que, para Brando, fue más bien un escudero, el gregario perfecto, siempre a su sombra, siempre procurándole la réplica perfecta.
El otro día, coincidiendo con los dos años de la muerte de Kobe Bryant, me topé en internet con un vídeo resumen del célebre partido de la temporada 2009 en la que el malogrado escolta consiguió el récord de anotación individual en el Madison Square Garden de los Knicks, anotando 61 puntos. Después de las dos o tres primeras canastas, empecé a fijarme en su compañero, Pau Gasol. Bryant anotaba, pero lo extraordinario era comprobar de qué modo Gasol trabajaba para Kobe: bloqueando, rebotando, asistiendo, mostrando una generosidad descomunal para hacer posible la magia del genio.
Resulta ridículo hacer siquiera el amago de replicar el valor demostrado por Rafa Nadal en su reciente hazaña. Pero produce fatiga pensar en cuánta literatura barata sobre liderazgo se está fraguando ahora mismo en torno a esta gesta; lo comprobaremos muy pronto en los anaqueles de las librerías, sección Autoayuda. Nadal es único, y este carácter excepcional lo convierte precisamente en eso, en irrepetible. Abundan, en cambio, los cantamañanas con la cabeza atiborrada de diarrea motivadora que utilizan el ejemplo de Nadal como pretexto para desplegar sus psicopatías. Quizá sólo por eso, para intentar reducir la sobrepoblación de líderes que padecemos, alguien debería ponerse manos a la obra en construir discursos que pongan en valor la condición gregaria. En un mundo sobresaturado de líderes, lo que hoy necesitamos más que nunca son Maldens.
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