QUEMAR LOS DÍAS

Ciudadano Pablo

La nostalgia es un animal tramposo. Lo pasamos bien en nuestra juventud, pero es mentira que cualquier tiempo pasado fue mejor

Creía que se curaría con el tiempo, pero no. Es más, ocurre justo lo contrario: conforme pasan los años, cada vez me cuesta más ver fotografías de mis hijos pequeños sin sentir tristeza. Es un sentimiento que no puedo explicar, una mezcla reconcentrada de ternura ... y de congoja al comprobar de qué manera tan vertiginosa ha pasado el tiempo.

Esta semana, Pablo cumplió 15 años. Aún recuerdo como si fuera ayer su primera noche en el mundo. Fue una noche difícil, inolvidable por la sensación de desvelo, de angustia, de vértigo. Nunca imaginé que esa sensación se convertiría en una compañera infatigable para los restos.

No se lo digáis, pero estoy orgulloso de Pablo. Soy consciente de que nunca fui un niño fácil. Es más —mi viejo me lo recuerda a menudo—, lo comparo con mi yo de los quince y salgo bastante perjudicado. Sin ir más lejos, a su edad yo ya había recibido alguna paliza. La más inolvidable me la proporcionó un adulto, después de que me diera caza tras poner en práctica uno de nuestros juegos favoritos: ir a tirar piedras a las parejas que en una oscura curva se entregaban dentro de sus coches a las artes amatorias. «Ve a contárselo ahora a tu padre», me dijo el hombre tras la paliza, al mismo tiempo que yo comprobaba que me había orinado encima. No se lo conté, claro: padecí dolores durante varios días, pero mi silencio impidió que, tras la posible confesión, el viejo me hubiera dado otra paliza, que por supuesto también habría merecido.

Mi hijo no es así. Tiene arranques de rabia, claro, puede llegar a ponerse muy cabezota, y tiene esa cosa tan propia de la edad de considerar que ya lo sabe todo. Intento a duras penas que lea, que cultive esa habilidad natural que tiene por la palabra, y que demuestra con su capacidad para el rap improvisado. Se lleva todo el día con eso, improvisando raps por los pasillos, eso cuando no está con el puñetero móvil. Pero (no se lo digáis) es también una persona muy respetuosa, sensible, con un sentido de la responsabilidad a prueba de bombas. Sólo le reprocho algunas veces que sea tan serio, que no se ría más, sobre todo si es de sí mismo.

La nostalgia es un animal tramposo. Lo pasamos bien en nuestra juventud, pero es mentira que cualquier tiempo pasado fue mejor. Ellos, nuestros jóvenes, son mucho mejores que nosotros. No les importan nada nuestras retahílas de boomers trasnochados, prefieren a sus youtubers antes que a gente que escribe en esos rudimentarios objetos llamados periódicos, las guitarras eléctricas son cosas de viejos, y C. Tangana o Morad les resultan mucho más punzantes que vejestorios como Nirvana o los Rolling Stones. Pero de ellos es el futuro del mundo, y no nos queda sino acompañarlos en el camino, ayudándolos a ser los ciudadanos que hoy son en proyecto. Por el momento, estoy orgulloso: creo que el ciudadano Pablo va por buen camino.

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