SEVILLA AL DÍA

Cigarrito en Alberti

Ahí te das cuenta de que la amistad tiene más de estar que de ser, que es un pilar firme en la plaza de la confianza

Entre el Centro y Los Remedios la frontera es la Puerta de Jerez o Puerta Jerez, porque el 'de' a los chavales que la frecuentamos como que nos estorba y nos chirría para indignación de nuestros mayores. Todo lo que se acorta, todos los ... nombres a los que les aligeramos el peso de la formalidad, se hacen más nuestros, adquieren un cariz familiar. Abreviar es otra forma de cariño, dar con brevedades personales acerca lo común a lo propio. Por eso en realidad no le llamamos ni Puerta Jerez, sino 'PJ', como si fuera un quarterback de instituto estadounidense. «Venga, flama, a las 17:30 en PJ». «Perfect, nos vemos en la boca de metro de PJ».

Desde bien pibitos ese fue el punto de encuentro de mi pandilla y de tantas otras. Puerta Jerez siempre está a mitad de camino de todos lados. Es una especie de puesto de mando desde donde iniciar los viernes, cuando la flamenca de la fuente taconea con malaje sobre el tablaíllo mientras los guiris flipan en colores con las cámaras al cuello, y donde acabar las noches, cuando ya es sábado y la ventanilla del McDonald's es un refugio para tripas rugientes y neuronas que zigzaguean.

Con el pedido hecho un gurruño de cartón en la mano, siempre tiramos al mismo sitio para jamárnoslo, nuestro lugar favorito: el parquecito de atrás, los Jardines de Cristina. Un escondite a la vista de todo el mundo. Y no, como se pueden imaginar, tampoco lo llamamos así. Para nosotros es Alberti porque nos sentamos en la glorieta que homenajea al gaditano, al lado del monolito en el que está tallado su poema a la pintura. Al llegar, se toca la piedra, y se dan dos palmadas sobre ella, como si fuera el hombro de un viejo camarada. Porque así lo sentimos. 

Junto a él nos fumamos los primeros cigarros que conseguíamos tangarle a nuestras madres de los paquetes y compartimos las litronas inaugurales y amargas de la adolescencia. Mucho antes de saber quién era él, de que diésemos en clase lo de la Generación del 27. De hecho, cosas de niños, al principio fantaseábamos con que estaba enterrado allí.

Hoy, el tono y la hondura de las conversaciones han cambiado. Algo se transforma cuando se comienza a hablar de miedos sin pudor alguno. Cuando la incertidumbre deja de ser sugerente. Muere gente querida alrededor y la noche se hace más negra. Hay un antes y un después en la vida cuando hay que empezar a improvisar las palabras impotentes del consuelo, cuando entiendes que hay momentos en los que las personas solo necesitamos desahogarnos con la gente con la que hemos llorado de la risa, en un lugar que nos transmita paz. Ahí te das cuenta de que la amistad tiene más de estar que de ser, que es un pilar firme en la plaza de la confianza. Un verso por escribir.

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