TAL VEZ FELICES

Beban agua fresca y otras obviedades

Adoro el verano, pero detesto toda su narrativa

José F. Peláez odia el verano. Así lo muestra cada año en un artículo que ya nos anuncia la temporada estival como antaño hiciera Ana Obregón con su posado. Peláez está directamente en contra del verano. Yo, en cambio, estoy absolutamente a favor. Sobre todo ... a partir del viernes al caer la tarde. Lo que detesto es el trato que recibe esta estación en los medios.

Detesto los consejos que atentan contra la naturaleza y el intelecto del ser humano. Qué es eso de que nos digan desde el ente público que tratemos de andar por la sombra, por ejemplo, y evitar hacer deporte a las cuatro de la tarde. Una cría de paloma también lo haría sin saber leer ni escribir. Es pura supervivencia en la que yo dejaría de insistir cada año. Paternalismo gubernamental que se manifiesta a través de ese beber agua fresca y otras obviedades.

Detesto 'El tiempo' y otros espacios meteorológicos reconvertidos en lecciones magistrales de ecologismo. Nada breves, además; confieso haber dado una cabezada con Galicia en la pantalla y despertar sobresaltado todavía por algún pueblo de Aragón. Detesto la expresión 'Estrés térmico' cuando la ola de calor azota a Madrid. Detesto la televisión, así en general, más que en otras fechas. Porque lo anecdótico se vuelve noticioso y no hay forma de rellenar contenido durante horas que son semanas y meses de vacío en directo, algo de lo que nos salvan de momento las elecciones. Envidio las vacaciones de las que gozan algunos rostros populares de los programas radiofónicos y televisivos patrios, pero eso también lo detesto, porque generan un «por qué yo no» generalizado que tiene fácil respuesta: porque no eres ellos.

Detesto las canciones que llegan ya caducadas a la playa, como la de Shakira a Piqué, y la competición de diversión por redes sociales. El alarde extremo lo detesto. La sobreexposición. Esa imposibilidad de algunos de pisar la arena sin retratarla. Detesto las listas de libros que jamás leería y los anuncios con niños de cartón piedra que seguramente ya tengan treinta y cinco años, estén calvos, divorciados y ya no coman helados. Definitivamente, adoro el verano, pero me quema toda su narrativa y no sé con qué crema protegerme.

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