cardo máximo
Puritanos de la Historia
Esa falsilla con la que se lee una Hisotria de buenos y malos puros se la han puesto por delante al Rey para que escribiera de su puño y letra un recibí
De toda la polvareda en torno al episodio de la espada de Bolívar y el Rey Felipe, lo más descorazonador resulta comprobar cómo no queda nada en pie del edificio iberoamericano construido con gran esfuerzo por la España democrática a su salida de la noche ... oscura de la dictadura. Treinta años atrás, el primer Rey español que había puesto un pie en América reunía a finales de julio en la isla de la Cartuja a todos los mandatarios de las repúblicas hermanas, incluido un Fidel Castro que capitalizó la escena. En tres décadas, aquella arquitectura del encuentro entre dos mundos y de los valores democráticos compartidos se ha ido por el sumidero de la historia. En la misma Sevilla que fue metrópoli del Nuevo Mundo hay efigies de José Martí y Juan Pablo Duarte, héroes de la independencia de Cuba y la República Dominicana, respectivamente. Y se levantan estatuas a los militares sublevados Simón Bolívar y José de San Martín. Sobre el primero, el expresidente de Venezuela Rafael Caldera, presente en el acto de inauguración codo con codo con Don Juan Carlos, proclamó: «Ver al Libertador en esta ciudad hermana los corazones y compromete las voluntades». Ya se ve.
Tampoco es extraño que en este tiempo, la casa común iberoamericana haya colapsado con estrépito. Su máximo exponente, el filósofo catalán Xavier Rubert de Ventós se pasó del PSC con armas y bagajes al independentismo abominando de cuanto había escrito en favor del entendimiento de la Hispanidad hasta entonces. Cierta izquierda extremista royó las vigas maestras sobre las que se asentaba la construcción intelectual: que la España democrática quería un diálogo entre iguales con las naciones que un día fueron sus colonias arrinconando para siempre glorias y agravios pasados. A lo largo de la historia, todos los pueblos han cometido pecados para los que buscan redención. España la obtuvo en torno a 1992, pero enseguida llegaron los puritanos de la Historia deseosos de avivar los rescoldos sobre los que arde el resentimiento, la desconfianza y la incomprensión recíprocas a uno y otro lado del Atlántico. Ellos no creen ni en la redención ni en la capacidad de superar malentendidos históricos, sino que se encargan de subrayar todo lo que nos puede separar en vez de lo mucho que nos une. Su visión indigenista es la que parecen haber adoptado los herederos izquierdistas de las elites criollas que forjaron la ruptura con la Madre Patria. La lucha de clases en América Latina se ha convertido hoy, por mucho que se disfrace, en la lucha de razas, al más puro estilo colonial.
Esa falsilla con la que se lee una Historia de buenos y malos puros –sin mezcla alguna– se la han puesto por delante al Rey de España para que escribiera de su puño y letra un recibí a modo de reparación histórica. Don Felipe, inteligentemente, rehusó. Gabriel García Márquez pone en boca de Bolívar en 'El general en su laberinto' una despedida acre como toda su vida: «Vámonos, aquí no nos quiere nadie». Qué pena.
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