Sevilla al día

Demasiado irrepetible

El sevillano tiene hoy ansiedad por la novedad, una obsesión irracional por el momento insólito

Vivimos la ciudad de forma hiperbólica. Hemos tomado al pie de la letra aquella frase de Julio Martínez Velasco sobre que «es imposible que sepamos valorar lo que tenemos porque hemos convertido lo excepcional en cotidiano». El crítico de teatro se refería a la convivencia ... habitual del sevillano con la riqueza sensorial que nos envuelve, como es chutar la pelota en fachadas platerescas o jugar al escondite tras un retablo de Martínez Montañés. Sin embargo, hoy nos estamos recreando en nuestra incomparable realidad hasta aspirar a la trascendencia. Calificamos de histórico todos los instantes 'nuevos' que vivimos. O, más bien, producimos. Porque se está desarrollando una tendencia por buscar lo irrepetible dentro de la sofisticación en la que hemos sumido la forma de celebrar. Todo está medido: el castillo de fuegos artificiales, la petalada previa al chillido con los vivas traídos de casa. Justo a la hora en la que el primer rayo de sol se cuela por el poniente de aquel rincón por donde no pasaba la Virgen desde que el fundador se asomaba a aquel balcón. En el preciso instante en que la banda arranca con los cascabeles, tras la salve... y el paso se alza al compás.

El sevillano tiene hoy ansiedad por la novedad, una obsesión irracional por el momento insólito. Hay un exceso de lo excepcional en esta ciudad que vive en modo efeméride de forma permanente. Damos culto a lo extraordinario forzando la coincidencia crucial del tiempo y el espacio. Como si fuera una obra de Dios y no de los hombres, ávidos por sincronizar el reloj y el escenario. Y pasar así a la historia.

Estamos explotando lo mal llamado inédito en una suerte de 'deja vu' incesante. Corremos el riesgo de saturación porque hemos cruzado ampliamente la delgada línea hacia la tiranía de la cultura de la foto. Cada vez somos más los que hemos perdido la capacidad de asombro. Nos gusta, pero no nos emociona. Sabemos con antelación todo lo que va a ocurrir porque ya nada es espontáneo. No surge, todo se fabrica. La Magna fue exactamente eso: cómo podía dejar pasar la ciudad repetir lo irrepetible y que, 30 años después, se reencontraran las dos Esperanzas en la Catedral. Y, ya puestos, metimos en la imagen también al Gran Poder y al Cachorro. Y a la Virgen de los Reyes. Y a tres devociones principales de la provincia.

En esta carencia supina de sentido de la medida que nos define ahora, hemos dado rienda suelta a la inventiva hasta provocar una salida extraordinaria más para tener la foto en el marco de una puerta. La extraordinaria misión de la Esperanza acabó hace dos semanas en el Polígono Sur, y se ha terminado rizando el rizo hasta salir siete veces en un mes. Desde que la Macarena encendió la mecha en el Olímpico, casi todas se han dejado arrastrar por esta urgencia de 'vivirlo'. Hay que dejar huella en los anales de la ciudad, en la nada improvisada búsqueda de lo insólito. Quien esté libre de pecado, que tire la primera piedra. Mientras, nos vemos en la próxima.

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