SIN ACRITUD
Orgullo de gaditano
En Cádiz somos muy conscientes de nuestros defectos y nos cansa ya tanta condescendencia y tanta mirada por encima del hombro
Me van a permitir, hoy que se celebra la final del concurso de agrupaciones del Falla, que hable de mi tierra: Cádiz. Tan admirada por tantas cosas. Tan denostada por tantas otras. Una ciudad orgullosa de lo que fue, aunque lo fuera hace ya ... más de dos siglos. Poco o nada nos queda ya de aquel Emporio de El Orbe, de aquella capital ilustrada, rica, culta y sede de la primera Constitución Española. Desde entonces y hasta hoy, más de 200 años después, la decadencia. De la mayor de las opulencias a una palpable decrepitud. Del esplendor del comercio con las Américas a ponerle una alfombra roja a los turistas por unas monedas. Los gaditanos lo sabemos. De dónde venimos y sobre todo, dónde estamos. Somos conscientes de ambas caras de nuestra actual existencia. Presumimos de lo nuestro. De la luz, el arte y la sal. Del sol, la gracia, el mar y la alegría. De tantas y tantas cosas. Pero al mismo tiempo conocemos nuestros defectos. Y nuestras carencias. Los tópicos que nos persiguen. Unos ganados a pulso. Otros impuestos como etiquetas de las que resulta ya imposible desprenderse. Cansados estamos de repetir que Cádiz es mucho más que un alcalde impresentable. Lo sabemos. Hemos perdido tanto... Pero lo que mantenemos intacto es nuestro orgullo. El orgullo de gaditano. Y por tanto no necesitamos que nadie venga a recordarnos quiénes somos. Porque de un tiempo a esta parte, lo que más sufrimos es la condescendencia. Estamos cansados, muy cansados. De los que nos miran por encima del hombro. De los que vienen a 'conquistarnos'. De los que se creen superiores vaya usted a saber por qué. Simplemente por vivir más al norte. De los que vienen en verano a 'salvar' nuestra economía. Bienvenidos sean los que de verdad aman esta tierra como la amamos nosotros, los gaditanos. Los demás, que se queden en la suya. Con su benevolencia. Porque lo que nunca nos van a arrebatar es nuestro orgullo. Nuestro amor propio. Ni nuestras raíces.
El Concurso de esta noche es un buen ejemplo de todo esto que les cuento. El Carnaval de Cádiz, nuestro Carnaval, siempre ha sido una fiesta hecha por y para el gaditano. Las letras de las agrupaciones siempre habían servido para contar y cantar las cosas de la ciudad. Del Cádiz profundo. Sin embargo, hace unos años, con la irrupción de la televisión y, sobre todo posteriormente con las redes sociales, se nos fue de las manos. Al punto que se dejó de escribir para el gaditano y se empezó a hacer para el foráneo. Nos dejamos conquistar. Se dejó de hablar de Loreto, del pájaro-jaula, del Metropol o de Vargas Ponce porque no se entendía fuera de la ciudad. Por eso no es de extrañar que esta noche, en chirigotas, sólo una de las cuatro finalistas sea de la capital. Hay quien lo ve con buenos ojos, que si la apertura, que si Patrimonio de la Humanidad. Todo eso está muy bien, supongo. Pero como lamenta el gran Selu García Cossío, se está perdiendo la esencia de la gracia gaditana. Y como dejó escrito Juan Carlos Aragón, «Cai es de Cai na má y es patrimonio del gaditano». No quieran arrebatarnos eso también.
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