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SIN ACRITUD

Orgullo de gaditano

En Cádiz somos muy conscientes de nuestros defectos y nos cansa ya tanta condescendencia y tanta mirada por encima del hombro

Ignacio Moreno Bustamante

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Me van a permitir, hoy que se celebra la final del concurso de agrupaciones del Falla, que hable de mi tierra: Cádiz. Tan admirada por tantas cosas. Tan denostada por tantas otras. Una ciudad orgullosa de lo que fue, aunque lo fuera hace ya ... más de dos siglos. Poco o nada nos queda ya de aquel Emporio de El Orbe, de aquella capital ilustrada, rica, culta y sede de la primera Constitución Española. Desde entonces y hasta hoy, más de 200 años después, la decadencia. De la mayor de las opulencias a una palpable decrepitud. Del esplendor del comercio con las Américas a ponerle una alfombra roja a los turistas por unas monedas. Los gaditanos lo sabemos. De dónde venimos y sobre todo, dónde estamos. Somos conscientes de ambas caras de nuestra actual existencia. Presumimos de lo nuestro. De la luz, el arte y la sal. Del sol, la gracia, el mar y la alegría. De tantas y tantas cosas. Pero al mismo tiempo conocemos nuestros defectos. Y nuestras carencias. Los tópicos que nos persiguen. Unos ganados a pulso. Otros impuestos como etiquetas de las que resulta ya imposible desprenderse. Cansados estamos de repetir que Cádiz es mucho más que un alcalde impresentable. Lo sabemos. Hemos perdido tanto... Pero lo que mantenemos intacto es nuestro orgullo. El orgullo de gaditano. Y por tanto no necesitamos que nadie venga a recordarnos quiénes somos. Porque de un tiempo a esta parte, lo que más sufrimos es la condescendencia. Estamos cansados, muy cansados. De los que nos miran por encima del hombro. De los que vienen a 'conquistarnos'. De los que se creen superiores vaya usted a saber por qué. Simplemente por vivir más al norte. De los que vienen en verano a 'salvar' nuestra economía. Bienvenidos sean los que de verdad aman esta tierra como la amamos nosotros, los gaditanos. Los demás, que se queden en la suya. Con su benevolencia. Porque lo que nunca nos van a arrebatar es nuestro orgullo. Nuestro amor propio. Ni nuestras raíces.

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