PERDIGONES DE PLATA
Tocar la carita
Cuando una mano contactaba impertinente contra el rostro del otro se cruzaba la sagrada frontera
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Iniciar sesiónTocar la carita de alguien que no forma parte de tus amistades íntimas, en los bares broncos y coperos de antaño, suponía una declaración de guerra y entonces volaba el reparto de galletas gratuitas exigiendo justicia y reparación ante el atropello. Tocarle la carita al ... otro era algo muy serio, muy faltón, muy de irrespetar al prójimo. Cachetear la mejilla de alguien representaba peor agravio que un pisotón más o menos inocente o una mala mirada teñida de resentimiento. Cuando una mano contactaba impertinente contra el rostro del otro se cruzaba la sagrada frontera y sólo tenías dos salidas: o largarte humillado del garito o responder como Victor McLaglen en las películas de Ford, o sea mediante un guantazo.
Por suerte el alcalde de Madrid renunció al expeditivo método, que no era el lugar ni la respuesta. Pero si llega a contestar de esa manera, anda que no nos hubiésemos reído. O deprimido, según. A lo mejor el alcalde desconoce el inquietante poder que mana de los que ni son muy altos ni muy fuertes. Como el hombre, ocupado en su oposición a abogado del Estado (toda mi admiración hacia los opositores, y va en serio), acaso se perdió aquellos garitos de óxido y hueso, aquellas noches de peligro inminente, aquellos aquelarres delirantes, quizá ignora que los que destilaban mayor respeto solían ser los tíos enjutos que surfeaban sobre una insolente chulería que confundía. Existía una raza de flacos jibarizados que asustaban un huevo porque desafiaban el miedo. Se enfrentaban a los matones tabernarios y estos dudaban, y el que duda acaba vencido. Mosqueaban porque no entendías como ese menda, 'estooo', digamos pequeñín, plantaba cara de semejante manera. Sólo podías concluir que o bien portaba un hierro bajo la axila o era un Bruce Lee resucitado. Al alcalde le bastó la palabra para salir airoso del trance. Pero qué feo, esto de tocarle la cara por el morro al prójimo. Y qué encabronado está el ambiente. Algunos olvidan acompañar el desayuno con la ración de ansiolíticos y luego pasa lo que pasa.
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