La huella sonora
Una caja llena de cartas
El mundo era mejor cuando simplemente te despedías, cuando el 'adiós' era 'adiós' y lo era de verdad, con la tristeza que conlleva, y no como ahora, que apenas es un interregno entre wasaps
La tontería de la derecha punk
Arde mi tierra
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Iniciar sesiónLos últimos 90 fueron duros, nos pilló el grunge, el metal, el apogeo del hard rock, del brit-pop e incluso el de una electrónica bastante interesante como la de Moby, al que tuve la suerte de ver en Warfield de San Francisco, en ... una noche legendaria. Nos pilló la universidad en un ciclo de crecimiento económico y de optimismo tan ingenuo como real. Y, por si fuera poco, nos pilló el amor. Como para no ser felices, como para no atrapar cada instante en la retina, como para no conocer todos los bares entre 'El Viajero', de La Latina y 'El Chozu', de Comillas. El mundo era por entonces un lugar fantástico donde cada encuentro era un milagro imprevisto. Los amigos y los amores eran constructos de nuestro imaginario y resquicios de recuerdos, porque las personas, por entonces, no estaban disponibles veinticuatro horas al día para ti al otro lado de una conexión de datos.
Todo se empezó a estropear cuando llegó el móvil. Y se estropeó del todo cuando les dotaron de conexión a internet y el mundo dejó de ser aquella maravilla de libertad y misterio para convertirse en esta distopía de cafres a tiro de piedra. Las generaciones más jóvenes no podrán entenderlo, pero hubo un tiempo en el que nadie tenía la enorme soberbia de creerse merecedor de la inmediatez del otro. Un mundo con cabinas en la calle y fluorescentes parpadeando bajo la lluvia. Un mundo más interesante, predispuesto a la sorpresa, al encuentro fortuito, a la aventura inesperada. Pertenezco a la última generación de personas que no han contactado con quien han querido cuando han querido. El mundo era mejor cuando simplemente te despedías, cuando el 'adiós' era 'adiós' y lo era de verdad, con la tristeza que conlleva, y no como ahora, que apenas es un interregno entre wasaps.
Pasaban cosas porque nada era definitivo y estábamos relajados sabiendo que el telón se corría cuando quisiéramos. Recuerdo a una rubia de ojos negros de la que me enamoré una noche de 1999, María. La recuerdo en la barra del 'Harlem', en la época de Leo. Fueron unas horas inolvidables, pero nunca más la volví a ver. Volví al Harlem a la misma hora durante semanas, que es como se hacían las cosas antes, a ver si ella, movida por la misma pulsión, obraba igual. Pregunté en la barra, indagué lo que pude, pero nadie sabía nada de ella. Se esfumó para siempre y ya está. Pertenece ahora a la nostalgia, del griego 'nóstos' 'regreso' y 'álgos' 'dolor', es decir, dolor por regresar –mentalmente– a algo, a ese lugar en el que ahora permanece, inmaculada, María.
Cuántas personas se han quedado en el olvido, cuántas historias a la mitad, qué largo fue el mundo antes del 3G. Ese día murió el misterio, las formas deformadas en la memoria, la belleza, la interpretación del personaje que te tocara ser cada día, en cada viaje, antes de cada nebulosa. La sobreexposición y la cercanía nos han matado. Los mitos crecen en la distancia, en la cercanía solo crece la realidad, que es una de las posibilidades que la ficción nos brinda. Por eso hay que escribir, para volver a mirar a lo lejos. La miopía no nos deja ver de cerca nada. Ni si quiera la vida.
En aquellos veranos me despertaba en casa de mis padres y, todavía en pijama, bajaba al buzón para ver si había alguna carta. Y siempre había: algún amigo, algún amor. Recuerdo la felicidad de recibirlas, las mariposas en el estómago, el ritual, el olor del sobre, la cruz de los cristianos abriendo el folio junto a la fecha. Hoy, mi hija, me ha dicho que, como regalo de cumpleaños, van a entregar a una amiga una caja llena de cartas de todas las personas que la quieren. Eso es lo que más desean ahora, cartas físicas, papel y tinta, amor antiguo, palabras almacenables, capacidad para la nostalgia. «Hay esperanza», me digo mientras pago la cuenta en la papelería y tarareo una de The Cure. «Hay esperanza».
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