la suerte contraria
La tontería de la derecha punk
Punk es El Jincho, que rapea la crónica de una periferia que no quiere redención, y Montero Glez, que escribe como si el mundo oliera a ginebra
Un botijo
La hora de Tellado
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónPunk es 'Yung Beef', que comenzó a consumir droga con once años y a venderla con catorce, que se tatuó la cara entera como declaración de guerra a cualquier posibilidad de trabajo 'respetable' y que afirma que «mi único enemigo es Jesucristo», que «soy una ... cucaracha en el sistema» y que «el trap no es consumir cocaína, sino venderla». Estuve en un concierto suyo y aún no me he recuperado. Musicalmente fue una basura –a ver qué piensan que hacían Sex Pistols–, pero no he visto algo tan diferente y extremo desde Javier Corcobado, que es otro punk, claro. En un viaje en tren en el 96, a Corcobado le entró el mono, pero no llevaba jeringuillas, así que le explicó al revisor que era diabético y en cuestión de minutos se metió un pico de heroína en el Talgo. Sus conciertos eran apocalípticos: humo espeso, luces hirientes y una voz que parecía salir directamente de una caverna. Algunas noches se subía al escenario con una botella en la mano y terminaba en el suelo, envuelto en su propio sudor, como si cada canción hubiera sido una pelea a muerte. Otras desaparecía entre el público para cantar a centímetros de la cara de algún espectador aterrado o para lanzar improperios a los técnicos si algo sonaba 'demasiado limpio'.
Punk no es una pose, es una mezcla de peligro, suciedad y sinceridad radical que obliga al que lo presencia a recordar que estuvo donde estuvo, que vio lo que vio y que no va a ser capaz de olvidarlo. Lo intente como lo intente. Los punkies son los últimos dandies, esclavos de una estética que no busca el aplauso del público sino su desprecio. Punk es Samantha Hudson, que tiene a los beatillos del mundo del arte –qué fácil es para el caballo provocar al toro– con el corazón en un puño. Punk es Simón Pérez, aquel asesor financiero que se está matando en directo desde lo más oscuro del 'underground', entre los vómitos y las humedades de la soledad y del fracaso. Punk es 'Soy una pringada', la 'influencer' que convirtió su gordura y su misantropía en canon y que ha hecho del odio un arma de destrucción masiva. Sobre todo, contra sí misma. Punk es Nieto Jurado, que escribe como el resto soñamos y que lo mira todo desde la atalaya de su sótano, que es el torreón de Montaigne. Punk es El Jincho, que rapea la crónica de una periferia que no quiere redención, y Montero Glez, que escribe como si el mundo oliera a ginebra, a puerto y a nicotina. Punk es Cristina Morales, que pone una bomba-lapa en todas las convenciones literarias o Cecilio G., que fue detenido cuando iba a renovar el DNI. Punk son los okupas; son ellos, y no los que vamos a misa y a los toros, los que desafían a la sociedad y al sistema.
Eso es el punk. No tiene nada de atractivo, de agradable ni de aspiracional. Y, por más que lo repitan, no hay ni un atisbo de eso en los jóvenes de derechas: gracias a Dios son los mismos pijos que fuimos sus padres y que seguirán siendo ellos si no se cruzan en su camino las malas influencias. Es decir, los de la tontería esa de la 'derecha punk'.
Límite de sesiones alcanzadas
- El acceso al contenido Premium está abierto por cortesía del establecimiento donde te encuentras, pero ahora mismo hay demasiados usuarios conectados a la vez. Por favor, inténtalo pasados unos minutos.
Has superado el límite de sesiones
- Sólo puedes tener tres sesiones iniciadas a la vez. Hemos cerrado la sesión más antigua para que sigas navegando sin límites en el resto.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónEsta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete