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la suerte contraria

La tontería de la derecha punk

Punk es El Jincho, que rapea la crónica de una periferia que no quiere redención, y Montero Glez, que escribe como si el mundo oliera a ginebra

Un botijo

La hora de Tellado

José F. Peláez

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Punk es 'Yung Beef', que comenzó a consumir droga con once años y a venderla con catorce, que se tatuó la cara entera como declaración de guerra a cualquier posibilidad de trabajo 'respetable' y que afirma que «mi único enemigo es Jesucristo», que «soy una ... cucaracha en el sistema» y que «el trap no es consumir cocaína, sino venderla». Estuve en un concierto suyo y aún no me he recuperado. Musicalmente fue una basura –a ver qué piensan que hacían Sex Pistols–, pero no he visto algo tan diferente y extremo desde Javier Corcobado, que es otro punk, claro. En un viaje en tren en el 96, a Corcobado le entró el mono, pero no llevaba jeringuillas, así que le explicó al revisor que era diabético y en cuestión de minutos se metió un pico de heroína en el Talgo. Sus conciertos eran apocalípticos: humo espeso, luces hirientes y una voz que parecía salir directamente de una caverna. Algunas noches se subía al escenario con una botella en la mano y terminaba en el suelo, envuelto en su propio sudor, como si cada canción hubiera sido una pelea a muerte. Otras desaparecía entre el público para cantar a centímetros de la cara de algún espectador aterrado o para lanzar improperios a los técnicos si algo sonaba 'demasiado limpio'.

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