parrillada mixta

Los toman por tontos

Están inhabilitados para terciar en debates de una mínima altura, y los dejan para que hablen del tiempo, del precio del melocotón o de algún suceso o desastre natural

Dos guerras santas

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Los toman por tontos, pero se dejan. Los utilizan para arrevistar unos telediarios en los que la voz de la calle se escucha como supuesto anexo documental de unas informaciones de carácter social, por decirlo con cierta elegancia. Hablan por los codos según les arriman ... la cebolleta del micrófono, y siempre para decir unas cosas muy humanas, salidas de adentro, vividas y sentidas con ese verismo, a menudo dramático, que solo la gente corriente y moliente puede dar a las cosas más comunes. Los tratan como auténticos imbéciles, inhabilitados para terciar en debates de una mínima altura, y los dejan para que hablen del tiempo, de los alquileres, del precio del melocotón, de la suciedad de las calles o de algún suceso o desastre natural, Dios no lo quiera. Son los anónimos de nuestro nuevo siglo de oro, la voz de la calle que nuestras emisoras amplifican para solaz de un público que consume costumbrismo barato y demoscopia folk.

En los tiempos fundacionales de la Transición, ahora régimen del 78, el único telediario disponible sacaba sus cámaras extramuros para testar el estado de una opinión pública sometida por voluntad propia a la irrupción de una democracia entonces incipiente y convulsa. Ante los micros de TVE, la gente se expresaba con aparente libertad sobre lo más sagrado, y con un conocimiento de causa que contrasta con la vulgaridad de las respuestas condicionadas por las preguntas –igualmente infantiles, por decirlo con cierta elegancia– que les formulan los informativos de hoy. El subgénero de la entrevista callejera no solo constituyó un buen recurso con el que aligerar la carga política de aquellos informativos, sino el elemento vertebrador de una opinión pública que tras el franquismo ni siquiera era consciente de su existencia como tal. Tal fue la popularidad de estos alegres sondeos, aleatorios o no, quizá manipulados, pero siempre repletos de carga política y crítica social, pegados a una coyuntura cambiante, que Andrés Pajares los recreó a través de una representativa y celebrada galería de personajes ficticios e igualmente anónimos, sin pelos en la lengua y con pelucas postizas.

Llama la atención esta perturbación televisiva del rumor callejero –las causas son discutibles; el huevo y la gallina– en una crisis constituyente como la que en su día anunció el exministro Campo y que ejecuta ahora el despacho Sánchez & Pumpido. Si otra transición era posible, la sanchista nos coge hablando del tiempo.

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