sin punto y pelota
Lecciones de la Ryder Cup para Europa
Nos encantaría que Bruselas quisiera ganar algo. Pero no sabemos el qué, ni cómo
La desconexión de los pelmas (28/9/23)
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Iniciar sesiónUn campo de golf en Roma, cuidado por una pareja de españoles, en el que ha ganado el equipo europeo de la Ryder Cup, jaleado por miles de aficionados. Sobre el papel, el equipo de EE.UU. tenía todas las de ganar pero, en ... el césped del Marco Simone, la afición, con miles de banderas europeas, volvió a dar ánimos para la victoria a un equipo en el que un vasco, Jon Rahm, tuvo un papel decisivo y celebró la entrega de la copa con una bandera de España atada a la cintura. La Ryder sigue siendo así el evento multitudinario en el que mejor se fomenta el sentimiento europeo, británicos incluidos. El único.
La victoria llega unos días antes de que aterricen en Granada los jefes de Estado y de Gobierno para la cumbre europea que convoca un presidente, Pedro Sánchez, que negocia seguir en el poder con los que quieren abandonar Europa. Eso nunca se les deja claro: consumada la ensoñación independentista, se tendrían que poner en cola para volver a esa Bruselas del exilio de Puigdemont. O eso esperamos. Cualquiera sabe.
No sabemos qué esperar de esta Europa. La que no se pone de acuerdo en cómo afrontar la inmigración ilegal, con tensiones entre Alemania y Francia e Italia –por cierto, ¿dónde está España en ese debate?–. La que se ve como una gran potencia regulatoria, de eso presumen los funcionarios de Bruselas, pero consigue que sean vehículos chinos eléctricos los más vendidos mientras Volkswagen, por ejemplo, anuncia despidos en Pamplona. La que nos sigue dando fondos europeos para reformas estructurales y los ciudadanos sólo vemos que nos ponen juicios ya para 2026, porque lo de la Justicia parece que sólo es el atasco de los nombramientos del CGPJ. La que nos manda un pastizal para una economía verde mientras siguen pendientes desde hace lustros las obras hidráulicas para combatir la sequía, muchas veces paralizadas en una maraña burocrática obsesionada con el impacto ambiental. Como si hubiera sido posible el progreso sin cierto impacto ambiental.
La que presume y saca pecho de su ayuda a Ucrania mientras bate récords de importación de gas ruso. La que se enreda en legislación sobre cómo combatir la desinformación mientras unos 'frikis' anhelamos la defensa decidida y sin complejos de la libertad de expresión, cada vez más amenazada. La que confía su economía en ser un gran atractivo turístico, el parque temático de la Historia, y a la vez coquetea con la idea de limitar los vuelos de bajo coste. Una Europa que permanece ajena al drama de las mujeres afganas, de las iraníes, mientras saca informes sobre el techo de cristal de las europeas. La que quiere subcontratar en Túnez la vigilancia de sus fronteras sin éxito, porque por ahí andan los rusos y los chinos con ofertas ventajosas. La que no afronta el drama de una demografía que encoge. Nos encantaría que Bruselas suscitara el mismo entusiasmo que el equipo europeo de la Ryder. Que quisiera ganar algo. Pero no sabemos el qué, ni cómo. Cada vez más ignoramos a qué jugamos y no es una buena noticia.
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