Nacionalismo de paella

Pero bueno. Lo cierto es que hay que hacer una férrea defensa de lo que nos es propio. Y en eso yo estoy totalmente de acuerdo. A mi no me gustan las fallas, pero hay que defenderlas por su alto valor cultural y económico; a mi me encanta la paella, y hay que defenderla y degustarla; yo me peleo con el valenciano lo mejor que puedo, y hay que defenderlo y potenciarlo porque nos identifica como pueblo. Por poner tres ejemplos.

Pero hay que defender las cosas con elegancia. Si un cocinero vasco dice que la paella valenciana lleva puerro , hay que valorar por qué lo dice. Si lo hace por molestar, ni puñetero caso. Si lo hace por ignorancia, se le manda la receta por whatsapp y ya está. No hace falta más.

Pero no, aquí un cocinero vasco se disfraza de valenciana y dice que la paella lleva pimiento rojo y montamos la de Dios es Cristo. Hasta ahí podíamos llegar, oiga, que aquí somos todos muy valencianos y nuestras cosas que no nos las toquen estos vascos del demonio. Y si encima lo hace en la tele, pues peor. Y entonces montamos un lío en redes sociales y lo que haga falta. Y si un spot de estos de cervecita veraniega pone calamares en la paella, pues entonces ya la cosa da hasta para entrevistas, vídeos y cualquier día para un congreso internacional sobre la valencianidad de la paella valenciana. Con ponentes de renombrado prestigio valencianista y con valencianos de renombrado prestigio de ponente.

Ahora, otra cosa es que la conselleria de Educación deslice una suerte de encuesta consultiva entre los padres para saber en qué idioma queremos que eduquen a nuestros hijos. En ese caso todos calladitos, ni una queja, ni una plataforma en Internet, ni nada de nada. Nadie considera, por lo visto, que lo realmente valenciano es que el valenciano sea la lengua vehicular para la educación de nuestros vástagos. Porque somos muy nacionalistas, pero nacionalistas de paella.