Tijuana, bajo la política de la caza al inmigrante de Trump

Entre enero y mayo de este año, 901 personas solicitaron asilo en Baja California, casi el doble que en el mismo periodo de 2024. Muchos proceden de Honduras, Cuba, Haití, El Salvador y Venezuela. La vida en la ciudad se ha adaptado a esta nueva realidad.Una pareja de turistas posa junto al muro fronterizo en Playas de Tijuana, ella simulando escalarlo. Desde la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca, el muro se convirtió en un reclamo turístico y en un escenario de contraste: cada domingo, de un lado se reunían miles de visitantes y, del otro, familias separadas por deportaciones y políticas migratorias más duras.Ocho años después, el flujo de inmigrantes en tránsito se ha reducido drásticamente. Las nuevas restricciones al asilo y la eliminación de la aplicación CBP One han vaciado las inmediaciones del muro, que recibe más turistas que inmigrantes. La presencia de familias separadas es hoy menos visible, pero la frontera sigue siendo una barrera física y simbólica para quienes no lograron cruzar.En la actualidad, Playas de Tijuana mantiene su papel como espacio de convivencia y observación del muro, aunque la tensión migratoria se ha desplazado hacia la integración de quienes se quedan en la ciudad. La línea divisoria, antes llena de movimiento, se muestra ahora como un límite silencioso que oculta historias de expulsión y permanencia forzada. ÁLVARO YBARRA ZAVALA Durante años, la ciudad fue un punto de llegada para inmigrantes y deportados que no lograron alcanzar su sueño americano. En 2017, las calles, albergues y plazas estaban llenos de personas en tránsito, esperando una oportunidad para cruzar o rehacer su vida tras ser expulsados de Estados Unidos.Hoy, el panorama ha cambiado. Las nuevas políticas migratorias han reducido drásticamente el paso hacia el norte, y Tijuana se ha convertido en un destino obligado para quienes no pueden continuar. Los grandes flujos visibles han desaparecido, pero miles de personas permanecen en la ciudad, enfrentando la violencia, la precariedad laboral y la dificultad de integrarse en un entorno marcado por la desigualdad.El reto ya no es gestionar la llegada masiva, sino absorber a quienes se quedan. La ciudad, que antes vivía al ritmo del tránsito constante, lidia ahora con una población migrante asentada y con la incertidumbre de un futuro que no siempre ofrece segundas oportunidades. ÁLVARO YBARRA ZAVALA Claudia trabaja como artista callejera en uno de los semáforos de la ciudad, buscando ingresos en el espacio público. Durante años, Tijuana ha sido refugio y punto de paso para inmigrantes y deportados que no lograron alcanzar su sueño americano. En 2017, el tránsito constante de personas hacía de la calle un escenario de supervivencia y oportunidad temporal.Hoy, con el endurecimiento de las políticas migratorias, la ciudad acoge a un número creciente de personas que ya no pueden seguir hacia el norte. El trabajo informal, como el de Claudia, sigue siendo la principal vía de subsistencia para quienes llegan sin redes de apoyo. La visibilidad de los inmigrantes en tránsito ha disminuido, pero la lucha diaria por encontrar un sustento y un lugar en la ciudad permanece intacta.En la nueva Tijuana, la frontera física ha cedido protagonismo a las fronteras invisibles del desempleo, la inseguridad y la exclusión social. ÁLVARO YBARRA ZAVALA Una familia separada por una deportación se encuentra en el Parque de la Amistad, espacio donde la frontera se hace visible y tangible. En 2017, cada fin de semana, cientos de familias llegaban hasta aquí para ver a sus seres queridos a través del muro que divide México y Estados Unidos, compartiendo palabras y miradas a través de la malla metálica.Hoy, las nuevas restricciones al asilo y el endurecimiento de las políticas migratorias han reducido el número de estos encuentros. La frontera sigue separando, pero las escenas de fines de semana abarrotados han dado paso a un muro más solitario, visitado por turistas y por un menor número de familias que logran llegar hasta este punto. ÁLVARO YBARRA ZAVALA Un grupo de mujeres haitianas descansa en el albergue improvisado «Juventud 2021». En 2017, una oleada de inmigrantes procedentes de Haití llegó a la ciudad con la intención de cruzar a Estados Unidos. La mayoría fue rechazada y quedó atrapada en un limbo jurídico, dependiendo de la caridad para sobrevivir.Ocho años después, la presencia haitiana forma parte del tejido urbano de Tijuana. Muchos han abierto negocios, encontrado empleos informales o formado familias en la ciudad, aunque la integración sigue siendo desigual y marcada por la precariedad. La visibilidad de nuevas llegadas masivas ha disminuido, pero las comunidades asentadas enfrentan ahora retos distintos: el acceso a vivienda, la regularización migratoria y la convivencia en un entorno con altos índices de violencia. ÁLVARO YBARRA ZAVALA Un grupo de inmigrantes en tránsito o recién deportados espera turno para desayunar en el comedor salesiano «Padre Chava». En 2017, las colas frente a este centro eran diarias y numerosas, reflejo del flujo constante de personas que llegaban a la ciudad con la intención de cruzar a Estados Unidos o de reponerse tras una deportación.Hoy, las nuevas políticas migratorias han reducido drásticamente la llegada de inmigrantes en tránsito. Las filas son más cortas, pero la demanda no ha desaparecido: el comedor atiende cada día a quienes se han quedado en Tijuana de forma permanente, muchos sin empleo formal y en situación de vulnerabilidad. El espacio sigue siendo un punto de apoyo esencial para la población migrante y para residentes locales en riesgo de exclusión. ÁLVARO YBARRA ZAVALA Una voluntaria del albergue evangélico del Nazareno juega con un bebé de origen haitiano. En 2017, una oleada de inmigrantes procedentes de Haití llegó a Tijuana con la intención de cruzar a Estados Unidos. La mayoría fue rechazada y permaneció en la ciudad en situación irregular, dependiendo de la asistencia humanitaria para cubrir sus necesidades básicas.Actualmente, la comunidad haitiana en Tijuana está en gran parte asentada. Muchos de quienes llegaron entonces han encontrado trabajo informal o han iniciado pequeños negocios, aunque persisten los desafíos de la regularización migratoria y el acceso a vivienda. La llegada de nuevos grupos es menos frecuente, pero las redes comunitarias creadas hace años continúan siendo un soporte clave para los recién llegados. ÁLVARO YBARRA ZAVALA Vista del muro fronterizo que separa México y Estados Unidos desde el lado mexicano, en la ciudad de Tijuana. En 2017, este límite físico era un punto de encuentro para inmigrantes en tránsito, familias separadas y activistas, y concentraba gran parte de la tensión migratoria de la región.Hoy, el flujo visible de personas en este punto se ha reducido de forma notable debido al endurecimiento de las políticas migratorias y a las restricciones al asilo. El muro recibe más visitantes turísticos que inmigrantes, y la actividad que antes llenaba sus alrededores se ha desplazado hacia otros espacios de la ciudad. La estructura sigue siendo un símbolo de división y control, pero en un contexto marcado más por la permanencia forzada que por el tránsito constante. ÁLVARO YBARRA ZAVALA Playas de Tijuana, uno de los puntos más turísticos de la ciudad, vive su día a día en paralelo a la presencia del muro fronterizo. En 2017, este sector reflejaba la convivencia entre residentes locales, visitantes y una creciente población inmigrante que, tras no poder cruzar a Estados Unidos, decidía establecerse en la ciudad.Hoy, con el tránsito migratorio hacia el norte reducido, la presencia de comunidades asentadas es aún más visible. Comercios de haitianos, venezolanos y centroamericanos forman parte del paisaje junto a cafeterías y restaurantes orientados al turismo. La actividad turística en la zona convive con las dificultades de integración y la precariedad que enfrentan muchos de los nuevos residentes, en una ciudad que combina hospitalidad y tensión a partes iguales. ÁLVARO YBARRA ZAVALA Primera hora de la mañana en la fila kilométrica para cruzar la frontera hacia Estados Unidos. En 2017, las largas esperas diarias eran parte del paisaje, y el paso entre ambos países se volvía cada vez más complicado. La ciudad albergaba a miles de inmigrantes y deportados que no habían logrado cumplir su sueño americano, y que esperaban una nueva oportunidad para intentarlo.En la actualidad, las nuevas restricciones al asilo y el fin de herramientas como la aplicación CBP One han reducido drásticamente el número de personas en tránsito. Las filas de inmigrantes han desaparecido en gran medida, y el flujo en los cruces es ahora más turístico y comercial que migratorio. La presión que antes se concentraba en la línea fronteriza se ha desplazado hacia la vida cotidiana de quienes permanecen en Tijuana, donde el desafío es integrarse y encontrar un medio de vida estable. ÁLVARO YBARRA ZAVALA Un residente camina junto al muro fronterizo que separa México y Estados Unidos, visto desde el lado mexicano en la ciudad de Tijuana. En 2017, este tramo de la valla era un espacio habitual de paso y observación, frecuentado tanto por locales como por inmigrantes que esperaban una oportunidad para cruzar.Hoy, la presencia de inmigrantes en la zona es mucho menor. Las políticas más restrictivas han vaciado en gran parte sus inmediaciones, que ahora reciben principalmente visitantes y curiosos. El muro permanece como un elemento dominante del paisaje, recordando la proximidad de la frontera y la permanencia forzada de quienes, tras no poder cruzar, han hecho de Tijuana su lugar de residencia. ÁLVARO YBARRA ZAVALA Una pareja de turistas posa junto al muro fronterizo en Playas de Tijuana, ella simulando escalarlo. En 2017, desde la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca, el muro se había convertido en un reclamo turístico y en un escenario de contrastes: cada domingo, de un lado se reunían miles de visitantes y, del otro, familias separadas por deportaciones y políticas migratorias más estrictas.En la actualidad, las reuniones de familias separadas son menos frecuentes, y el flujo de inmigrantes en tránsito ha disminuido de forma drástica por las nuevas restricciones al asilo. Playas de Tijuana recibe hoy más visitantes que inmigrantes, y su vida cotidiana transcurre entre actividades turísticas y la presencia discreta de comunidades que han decidido establecerse en la ciudad. ÁLVARO YBARRA ZAVALA