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Por qué Vladímir Putin está convencido de que la democracia occidental no funciona

El presidente ruso sostiene que su modelo de «democracia soberana» es superior y encuentra argumentos para esa visión en fenómenos como la candidatura de Donald Trump o el Brexit

Putin presencia un desfile naval de la Armada rusa en San Petersburgo Reuters
Rafael M. Mañueco

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Vladímir Putin y el régimen que encabeza siguen en sus trece de que la llamada «democracia soberana» rusa, idea que acuñó su ideólogo, Vladislav Surkov, para remarcar sus peculiaridades, nada tiene que ver con la democracia occidental. El término de Surkov evoca en cierta manera la «democracia orgánica» del Franquismo o más exactamente las «democracias populares» de los regímenes comunistas. Putin opina que la democracia según los modelos vigentes en los países más civilizados es «débil», «manipulable» y propensa a innumerables «trampas».

Apoyo a Trump

El Partido Demócrata estadounidense señaló esta semana a Rusia como la potencia que probablemente esté detrás de la filtración de Wikileaks que puso al descubierto los correos electrónicos mostrando cómo la cúpula del partido favoreció a la ya candidata a la Presidencia de EEUU, Hillary Clinton, en detrimento de Bernie Sanders.

El portavoz de la Casa Blanca, Josh Earnest, dijo el jueves que «hemos visto esfuerzos por parte de Rusia para, como mínimo, interferir en el proceso democrático de otros países, incluso en Europa. Es una táctica que el presidente Putin ha empleado antes». «La información no sólo fue pirateada, sino también publicada», añadió Earnest. El equipo de campaña de Clinton cree que Moscú pretende favorecer al candidato republicano, Donald Trump, de cara a las elecciones de noviembre.

Aunque en el pasado ya se detectaron ciberataques rusos contra la Casa Blanca, el Departamento de Estado e incluso el Pentágono, desde el Kremlin se han tachado las acusaciones de «absurdas». En cualquier caso, lo sucedido en relación con Sanders ha servido a Putin para poder constatar lo que tacha de «juego sucio» existente en las democracias occidentales y para justificar una vez más su rechazo a tal modelo.

Europa ridiculizada

El Brexit, precisamente, es uno de los hechos que más gusta citar al jefe del Kremlin para ridiculizar la democracia occidental. «No entiendo cómo se puede convocar un referéndum para perderlo», declaró Putin tras la votación en el Reino Unido. Según sus palabras, «la organización de esa consulta demuestra una actitud arrogante y superficial de las autoridades británicas hacia asuntos cruciales para el país y el conjunto de Europa». «Veremos ahora cómo respetan la voluntad democrática de la mayoría de los británicos y aplican su mandato», añadió. El líder ruso sospecha que todo va a quedar igual que estaba, aunque con el Reino Unido formalmente fuera de la Unión Europea.

La avalancha de refugiados es otro de los argumentos que los dirigentes rusos utilizan para ilustrar la «debilidad» de las democracias europeas por su incapacidad para hacerle frente. También la impotencia ante los atentados terroristas. Se da la circunstancia, sin embargo, de que los bombardeos de la aviación rusa en Siria son en gran medida los causantes de esos flujos humanos, entre los que se cuelan irremisiblemente yihadistas. Pero esa ola de personas que buscan salvarse de la muerte y emprender una vida mejor atiza inevitablemente el euroescepticismo y desenlaces como el Brexit.

Aniquilar la democracia

Antes de tratar de socavar la democracia más allá de sus fronteras, Putin desmontó con bastante eficacia la incipiente democracia instalada en su país tras la desintegración de la URSS. Después propició que sucediera lo mismo en su patio trasero y también casi lo consiguió. El estado de derecho se debilitó o prácticamente desapareció en las repúblicas del Asia Central ex soviética, en Bielorrusia, Armenia y Azerbaiyán. Dejando a un lado a las repúblicas bálticas, que están de lleno integradas en Occidente, la democracia trató de florecer solamente en Georgia, Ucrania y Moldavia y éstos tres países sufrieron por ello las consecuencias.

El zarpazo más cruel lo padece Ucrania. La revuelta del Maidán en Kiev y la «deriva» democrática y prooccidental que se desató después no gustó nada a Putin. Primero se anexionó Crimea y después alentó una guerra en el este de Ucrania. Este conflicto, que han provocado ya alrededor de 10.000 muertos, continúa hoy día y, pese a los acuerdos de paz de Minsk, sigue causando un goteo de víctimas permanente.

Al igual que los dirigentes norteamericanos, los europeos han advertido de que las sanciones contra Rusia no serán levantadas mientras no cesen las hostilidades en las repúblicas rebeldes de Donetsk y Lugansk. En compañía del primer ministro ucraniano, Vladímir Groisman, el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, afirmó hace unos días que «no podrán celebrarse elecciones locales en el este de Ucrania mientras no se restablezca la seguridad». En Donetsk, sin embargo, han convocado unilateralmente los comicios para el 6 de noviembre. Kiev ha protestado además ante la ONU contra el decreto aprobado esta semana por Putin que incorpora a Crimea administrativamente a la circunscripción sur de Rusia.

Desprecio a las reglas

El economista y opositor ruso, Grigori Yavlinski, destaca «el desprecio total a las reglas de juego» como una de las características principales del régimen de Putin. El Kremlin, no sólo ha retorcido hasta el paroxismo la Constitución y las leyes de su país y ha vulnerado el Derecho Internacional arrebatando Crimea a Ucrania, sino que ha creado además un sistema masivo de «dopaje de Estado» , implicando en ello incluso a los servicios secretos, en su sed de obtener victorias hasta en el campo del deporte.

Putin se siente ahora muy cerca de su homólogo turco, Recep Tayyip Erdogan, a pesar de las desavenencias surgidas entre sus países a raíz del derribo de un cazabombardero ruso el año pasado. Llevan muy avanzado el proceso para el restablecimiento total de relaciones, se verán el próximo 9 de agosto en San Petersburgo y, a juicio de Ankara, Rusia es el país que de forma más resolutiva está apoyando las medidas de la dirección turca contra los implicados en el reciente intento de golpe de Estado.

A diferencia de Washington y Bruselas, Putin no ve ninguna involución democrática en Turquía. Aunque de forma algo más discreta y soterrada, él mismo también está llevando a cabo sus purgas. Tras la reciente creación de su guardia pretoriana, se está dedicando a depurar el Comité de Instrucción, el Comité de Aduanas y ha destituido a varios gobernadores regionales. El politólogo ruso, Stanislav Belkovski, estima que Putin está «cerrando filas» para fortalecer la lealtad de su entorno y evitar sorpresas como en Turquía.

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